Por Francisc Lozano*
Fue desde ese momento que se convirtió en un arquitecto, pero no un arquitecto cualquiera, el arquitecto que Colombia necesitaba para acabar con un conflicto de más de 5 décadas con esa antigua guerrilla.
Paz. Imagen de Dinero
Los arquitectos son artistas que
proyectan y construyen obras. Algunas obras son grandiosas, otras son buenas,
unas más son medianas y, claro, también hay mediocres. Para lograr hacer
realidad esas obras, los arquitectos se valen de su formación y de su imaginación.
Hoy le quiero rendir un homenaje a los arquitectos, a todos ellos, pero en
especial al arquitecto más importante que hemos tenido en varios decenios en
Colombia.
Dije que era un arquitecto y,
aunque esa no es su formación ni su profesión, no mentí. El arquitecto del que
estoy hablando se llama Humberto de la Calle Lombana. Humberto nació en
Manzanares, Caldas, el 14 de julio de 1946. Desde muy niño tuvo que huir de su patria
chica por culpa de la violencia que se tomó su pueblo. Esa es en parte la razón por la cual él se autodefine como un
‘hijo de la violencia’.
Es abogado de profesión (PhDen Derecho), fue profesor y decano en la Universidad de Caldas. Desde el
año 1982 se ha desempeñado como Registrador Nacional, Magistrado de la Corte Suprema (1986),
consultor de la ONU (1987), Ministro de Gobierno (1990), desde donde lideró la
Asamblea Constituyente y mantuvo las relaciones de los constituyentes y el
Gobierno; en 1994 se convirtió en vicepresidente de la Nación y en 1996 renunció
a ese cargo por diferencias con Ernesto Samper (expresidente), quien había sido
incluido en el Proceso 8.000 por los dineros del narcotráfico que ayudaron a financiar su campaña a la Presidencia. En 1996 fue nombrado Embajador en España y en
1998 en el Reino Unido. También trabajó en la OEA.
En el 2012, Humberto de la Calle
tomó el trabajo que le convertiría en un héroe para mí. Juan Manuel Santos le
nombró Jefe del Equipo Negociador del Gobierno con las FARC. Fue desde ese
momento que se convirtió en un arquitecto, pero no un arquitecto cualquiera, el
arquitecto que Colombia necesitaba para acabar con un conflicto de más de 5
décadas con esa antigua guerrilla.
Humberto de la Calle. Imagen de Colprensa.
Aún recuerdo con nostalgia cuando en junio del 2016
tuve la oportunidad de visitar Cuba: durante uno de nuestros últimos días en la
isla, Osmani Pérez, nuestro conductor, nos llevaba por la Calle 6 de La Habana,
y nos contaba en dónde se llevaban a cabo las negociaciones. No pude contener
mis lágrimas al pensar lo que esas negociaciones podrían significar para el
futuro de este país. No sabía yo, en ese momento, lo que ocurriría después con
las campañas a favor y en contra del “Acuerdo para una Paz Estable y Duradera”,
y mucho menos el triste desenlace que traería para millones de colombianos que
el 2 de octubre del 2016 habían ido a las urnas a decirle Sí al acuerdo y No a
las Farc. Mucho menos imaginaba lo que haría Santos después de ese memorable
día para salirse con la suya, ni lo que Uribe, sus seguidores y las otras
personas que se opusieron al acuerdo alegarían, exigirían y después desdeñarían
del Acuerdo de La Habana. Pero el resto de la historia ustedes lo saben, así que
volveré a hablar de Humberto (como le digo mentalmente porque siento que se
puede tener mucha confianza en él) o de don Humberto, como le digo cuando
quiero ser excesivamente respetuoso.
Como negociador, Humberto
enfrentó múltiples problemas e inconvenientes con las Farc, Santos, la opinión
pública, los militares y el país en general. Y me imagino que también muchos
problemas personales: sentarse a negociar con gente acostumbrada a asesinar
gente, a sembrar el terror y a resolver todo con violencia no puede ser fácil
para ciudadano alguno, y menos si esa persona se ha dedicado toda la vida a
hablar del diálogo como el método de solución a los conflictos. Pero además de
eso, la situación se agravaba porque todos queríamos saber qué estaba pasando
en La Habana, todos queríamos estar enterados de las concesiones que haríamos
nosotros y harían las Farc para ponerle fin al conflicto, todos queríamos
opinar sobre lo que estaba bien y estaba mal. En fin, a todos nos importaba lo
que pasaba, y Humberto era el encargado de velar por nuestros intereses y al
mismo tiempo ponerse en los zapatos de esos excombatientes que lo único que sabían
hacer en la vida era disparar armas y ostentar el poder ganado por la fuerza de
la violencia.
La labor era titánica, y me
imagino que Humberto pensó en renunciar miles de veces, cualquiera lo hubiese
hecho. Me arriesgo a pensar que una de las únicas razones por las cuales no lo
hizo es precisamente porque él es ‘un hijo de la violencia’, y como hijo de la
violencia entiende que seguir matándonos por los siglos de los siglos sólo
conduce a una espiral inagotable de muerte, venganza, dolor y más violencia.
Así que no abandonó la más grande responsabilidad que un país le puede otorgar
a un ciudadano: ganar la paz para su gente y no permitir que nadie se la
arrebate. Eso es un accionar de héroe.
Hace unas semanas me enteré de
que no soy el único que piensa que Humberto es un héroe sin capa y espada, pero
con un profundo amor por su gente. Alguien que votó No en el Plebiscito me dijo
que, aunque había votado así, reconocía la grandeza moral de Humberto de la
Calle, un ser humano que nunca abandonó su labor y que nos entregó un acuerdo
imperfecto, pero que cumplía a cabalidad con su cometido: desarmar a una
guerrilla que estuvo armada por décadas y obligarla a que hiciera política
únicamente con las armas de la democracia: la palabra, el argumento, el debate,
la ideología y la persuasión. Pero no sólo escuché eso de esa persona, también
vi que los colombianos encuestados por Gallup respecto a la imagen de las
personalidades políticas del país le entregaban el título del político con mejorimagen favorable (48/100) de Colombia. Sí, su imagen es más favorable que
la de Uribe, y eso habla del reconocimiento del público a su indescriptible
labor al frente del diálogo con las Farc.
Por supuesto que no sólo Humberto
se debe llevar las loas: muchos países y ciudadanos nacionales y extranjeros han
contribuido a que la violencia se haya reducido increíblemente en Colombia. Las
cifras son contundentes e irrefutables: El HospitalMilitar dice el número de soldados heridos en combate pasó de 424 en el 2011 a 12 en el 2017, una reducción del 97,1%
de los heridos en combate. Ese dato, por sí solo debería ser más que suficiente
para habernos sentado a dialogar con las Farc y dar por terminado el horrible
conflicto, pero El Acuerdo nos ha dado mucho más: casi 7.000 exguerrilleros
dejaron sus armas. La ONU recibió 8.994 fusiles (1,3 armas por desmovilizado);
cuando empezó el Diálogo, el conflicto interno nos costaba 3.000 vidas (civiles y militares) al año, en el 2017 esa macabra
cifra se redujo a 78 personas, la meta tiene que ser 0, pero la reducción
es asombrosa: 97,4% menos muertes,
según la Unidad
de Víctimas (UV); la cantidad de desplazados también se redujo drásticamente:
pasamos de 233.874 víctimas en 2012 a 48.335
(79% menos desplazados), según la UV; el territorio ocupado por las Farc también
recibió un gran alivio: de 242 municipios en los que tenían presencia pasaron a
estar concentrado en 26 zonas para desarmarse (se fueron del 90% del territorio
que ocupaban militarmente); Colombia es el segundo país con más afectados por minas antipersona del mundo (el primero es Afganistán), 770 víctimas en 2012,
pasamos a 58 personas mutiladas o heridas por esos destructores artefactos en
2017 (92% menos) y los planes para desminar el territorio continúan. Claro que también hay aspectos negativos del
acuerdo y muchísimas cosas por mejorar e implementar. No lo podemos desconocer, pero la forma más racional de ver estos
logros es no pensar en las cifras como números, sino como más hermanos
colombianos que pueden compartir con sus padres, hermanos, hijos, primos,
parejas. Así es como deberíamos evaluar los resultados de los diálogos de paz.
Piensen en los soldados, policías y civiles que iban a morir y ahora pueden
pasar sus vacaciones, sus permisos y su vida diaria con las personas que les
aman y a quienes aman.
Reducción
de personas heridas en combate 2011-2017. Fuente: HospitalMilitar
Pero el impacto va más allá de las vidas que le hemos arrebatado a la brutalidad de la guerra, si bien ese es el mayor logro. En el ámbito económico, a pesar del ambiente de incredulidad que nuestro bajo crecimiento económico ha tenido en los consumidores e inversionistas, la industria del turismo respalda, aún más, la decisión del Gobierno y el trabajo de De la Calle negociando: Durante el primer semestre del 2017, la llegada de turistas extranjeros creció un 46,3%, el crecimiento del turismo internacional en Colombia triplica la tasa de crecimiento mundial de la industria, y con estos resultados, el turismo se convierte en la segunda industria que más divisas genera, tras el petróleo. En el 2016, los ingresos producto de esta actividad fueron de 5.688 millones de dólares, según cifras de ProColombia.
Infortunadamente para Humberto y
quienes confiamos en él, la intención de voto no le acompaña, principalmente
porque personajes como María Fernanda Cabal y otros buitres que viven del
tesoro público le vilipendiaron y crearon en el imaginario colectivo de miles
de personas la idea de que él es “el candidato de las Farc”, pero su vida y trayectoria
demuestran que eso no puede estar más alejado de la realidad. Precisamente
porque no comparte sus ideales con la Farc, es que bravíamente se sentó a negociar
con ellos, porque él cree que sus idearios y visiones se derrotan en el campo de las ideas,
no en el campo de batalla. Y por otro lado porque el Partido Liberal no le
permite zafarse de compromisos y decisiones que poco o nada tienen que ver con
su forma de ver la vida. Él es un liberal de verdad, un liberal como pocos,
pero su partido no es liberal, no lo ha sido por décadas, y en consecuencia le
retienen como a un rehén que no puede liberarse de los grilletes que le han
puesto César Gaviria y otros, que han sido capaces incluso de proponer aliarse
con un eventual gobierno de Iván Duque o Germán Vargas Lleras, quienes se han opuesto
constantemente al acuerdo con la guerrilla, uno de los temas que parecen ser
inamovibles para el Partido Liberal, como dejó entrever Gaviria en su entrevista
con Yamid Amat.
Juan Manuel Santos está en mora
de condecorar con la Orden de Boyacá (Cruz de Boyacá) a uno de nuestros
ciudadanos más valientes porque, quieran aceptarlo o no sus críticos, se necesita muchísima
valentía para sentarse y decir: ¡Ya basta de matarnos, hagamos las paces!
Humberto: tú eres un ejemplo para
este país y mereces gerenciarlo, pero como eso se ve distante, cumplo con
hacerte este sencillo homenaje y decirte: Gracias, muchas gracias, Humberto. Tú
eres un héroe para este país y el mundo, y te mereces nuestra admiración,
nuestro respeto y nuestro cariño.
De un ciudadano que te agradece y que te estima.