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miércoles, 22 de marzo de 2017

Otro color para tu sueño

Por María Gloria Pérez*



"Y el hombre... Pobre! Vuelve los ojos,
 como cuando por sobre el hombro nos llama
 una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo
 vivido se empoza, como charco de culpa en la
                              mirada.
Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé"
                                                        César Vallejo

A la memoria de mi vecina Martha Luz Ríos



Madre e hijo. Otro color para tu sueño. Todas las sombras. Fuente: https://genial.guru/admiracion-curiosidades/20-fotografias-de-mamas-hermosas-y-sus-felices-hijos-varones-417/#image1107310Madre e hijo. Fuente: genial.guru


     -Estás tan frío, hijo.
     -Sí, mamá.
     -Si pudiera abrazarte como cuando eras niño, ¿recuerdas?
     -Sí, mamá.
     -"Usted siempre está tan calientita", decías.
     -Y fue su calorcito lo que más extrañé, lo que más busqué después.
     -¿Qué pasó, acaso nadie te abrigó?
     -Todos trataron de abrigarme, pero el frío me venía desde adentro.
     -Nunca viniste a visitarme.
     -No sabía dónde estaba,nadie me dio razón de usted. Sólo al final lo supe y aquí estoy.
     -¿Nunca te dijeron la verdad?
     -No. Nunca.
     -¿Por qué no preguntaste?
     -Siempre pregunté y siempre me dijeron: "Eres muy pequeño aún, cuando seas grande entenderás".
     -Pero creciste... mira cuánto... alto y delgado... tan delgado...
     -Igual que mi papá, ¿no le parece?
     -Sí, claro, igual que tu papá. ¿Qué pasó con él? Al principio venía todos los domingos. La última vez que estuvo aquí fue en uno de mis cumpleaños, se quedó conmigo hasta muy tarde, hasta que lo sacaron. Creo que fue el vigilante quien le dijo: "Hora de partir, amigo. Lo siento, pero yo cumplo órdenes" y se fue, callado. No volvió jamás.
     -Es que siempre está muy ocupado.
     -Sí, lo sé. Y yo aquí sin poder hacer nada, antes le ayudaba mucho...
     -No se ponga triste. No ve que otra vez vamos a estar juntos.
     -Pero ha pasado tanto tiempo. Tanto...
     -No se preocupe por eso, yo supe conservarlo todo. Me quedé como clavado, fijado en ese día. El último día que usted se puso su vestido amarillo, ¿se acuerda? Nos queríamos tanto. Usted sentada frente a la máquina de coser y yo en el corredor, mirándola, y usted me sonreía y me enseñaba tantas cosas: "Son del arco iris los colores, este es el rojo, rojo es el color del amor y de la guerra; azul, color del mar, del cielo y de los sueños; y el que más te gusta mi niño, el amarillo, es el más cálido de todos". Me enseñaba  una oración y quería que la repitiera y cuando le decía siquiera una palabra, se ponía tan feliz que se alejaba de su oficio y  me abrazaba llenándome de besos. Yo jugaba con sus manos, eran alas y eran mágicas, todo lo podían. Reíamos y usted cantaba y yo trataba de imitarla: "Palomita blanca de piquito azul...". Y su calor, ese calorcito de su cuerpo, pero sobre todo el de sus pechos. Tan grandes. Con ese sabor salado y dulce de la leche. Usted tan orgullosa de sus pechos. Yo, dueño de ellos. Me servían de cojines cuando en las tardes azules de verano nos tendíamos en el patio a soñar con las nubes que pasaban por el cielo. "Esta parece un elefante, con esa trompa larga; aquella otra es una mariposa; detrás viene una bruja ¡qué fea! con la nariz tan larga y sin escoba".

     Fue para mi quinto cumpleaños que su mirada empezó a tomar color de lejanía. Sí, yo ya sabía por su mirada y sus silencios, que algo no iba bien. Era la época aquella en que las gentes se encerraban en sus casas muy temprano. La ciudad se tornó extraña. Los muchachos de la esquina ya no estaban; se acabaron los partidos de fútbol de los niños de la cuadra; mi papá guardó la cometa que hicimos en diciembre diciendo: "Por ahora no hay dónde elevarla. Esperemos a que haya buenos vientos". Poco cosía usted entonces, como si casi nadie pensara en estrenar y cuando mi papá volvía del trabajo usted o recibía con un "gracias a Dios". ¿Se acuerda? Él también estaba triste, y enojado, entonces me decía malas palabras y usted lo regañaba: "No maldiga, no maldiga que con eso no ganamos nada": y yo sin entender lo que pasaba. Ustedes encendían la radio y escuchaban, a mí no me dejaban escuchar. Él maldecía, usted rezaba y yo sin entender. Y aquellas explosiones de día y de noche, de noche y de día. Yo refugiándome en sus brazos y el miedo brotando de sus ojos y corriendo por la casa.

     El día de mi cumpleaños usted llenó la casa con bombas de colores y aleluyas. ¡Eran tan lindas las bombas de colores...!

     Yo quería unos zapatos nuevos y usted dijo: "No te los compro porqueseguro que alguien te los trae de regalo" y después dijo: "Tanto regalo y nadie te trajo los zapatos. Cuando entregue el vestido que estoy haciendo te los compro".

     Yo me quedé en la puerta, esperándola. Esperando que llegara con los zapatos nuevos, pensaba en el olorcito de las cosas nuevas, ese olorcito extraño y delicioso. Usted no llegaba y yo esperándola. Muchas personas vinieron a la casa, venían de visita, algunas mujeres lloraban y rezaban, los hombres maldecían y usted no llegaba. Me paraba en la puerta y la veía venir con su vestido amarillo y los zapatos nuevos en las manos, sonreía y me decía "Ven a probártelos, son bonitos". En la noche buscaba entre la almohada el olorcito extraño y delicioso y buscaba sobre todo su calor, mamá.

     Crecí esperándola en la puerta, de tres a seis. De tres a seis todos los días. Al principio todos parecían entender y me dejaban quedar allá parado, esperándola. "No le digan nada, él irá entendiendo". "¿Por qué no lo llevan a la escuela?, va a estar entretenido". Me llevaron a la escuela. Era bonita, tenía un patio grande y muchos corredores. Pero me angustiaba pensar que mientras estaba allí usted llegaba: "¿Y si viene y no me encuentra y nadie le dice dónde estoy, y me busca y al no verme se va otra vez...?".

      La maestra, que se esforzaba por ser buena y comprensiva, se cansó de mis ausencias, porque aunque estuviera allí sentado, cerraba los ojos y me volvía como de caucho y me estiraba lento, primero las piernas y los pies, después el tronco con los brazos y luego la cabeza y así, estirado, estirado, sentado en la banca de la escuela, salía por los techos, doblaba las esquinas y esperaba en la puerta de la casa.

     -La maestra ha dicho que no debe volver. Que se ha convertido en un problema, que no juega, ni habla, que está ausente.
     -¿Qué vamos a hacer?¿Qué vamos a hacer con él?
     -Esperar, esperar, irá creciendo y con la edad le irá llegando la razón.

     Ya no me iban a obligar. Usted iba a venir y me tendría explicar tanta demora y me tendría explicar qué era lo que yo iba a entender cuando creciera. Usted tenía una respuesta para todo, yo sabía. Mi papá, siempre tan callado lo estaba más entonces. Llegaba tarde y bebía, bebía mucho. La abuela se enfadaba pero él salía en las mañanas muy temprano y no volvía hasta muy tarde. Entraba a mi cuarto y me besaba, eran unos besos tan distintos a los suyos, tenían sabor amargo -los suyos eran dulces- y sobre todo aquel olor desagradable de sus besos, fuerte y penetrante. "¿Por qué no viene mi mamá?", "ya vendrá, ya vendrá...". Siempre lo mismo, yo dormía hasta loa hora del almuerzo, la abuela me daba de comer y me arreglaba abrigándome muy bien porque el frío no me dejaba; a las tres en punto de la tarde ella misma abría la puerta silenciosa, casi cómplice. Con el tiempo fue perdiendo la paciencia. Se la veía tan ajada y lenta, le dolía la cabeza y siempre estaba disgustada. A veces la sorprendía observándome a escondidas, con un gesto extraño; otras veces la escuché comentando con las vecinas sobre lo confuso de mi mirada, mis palabras, mis silencios, todo los mío resultaba para los demás dudoso. Y él, él no decía nada. Una mañana, muy temprano, mi papá me despertó y me dijo: "Nos vamos hijo, la abuela está cansada y enferma, te voy a llevar a un lugar donde te van a cuidar y te van a ayuda hasta que te pongas bien, ya verás...". Me abrazó fuerte y por primera vez, desde que usted se fue, sentí calor. En un maletín pequeño empacaron mis cosas, eran pocas. Ella se quedó en la puerta, diciendo un adiós con la mano, mientras con el dorso de la otra se enjugaba unas lagrimitas menudas -como ella- que despacio se le iban escurriendo.

     Desde entonces me quedé en aquel lugar sombrío. Todos vestían de blanco. Yo no hablaba con nadie, ni siquiera con el señor de barba y bata blanca que todas las mañanas venía a interrogarme y anotaba en unas hojas mi mirada, porque yo nada le decía. Era difícil mamá, muy difícil. No sabía dónde estaba y me perdía tratando de encontrar una salida para estirarme nuevamente y viajar por los tejados y llegar hasta la puerta. Nadie sonreía, caminaban presurosos y apenas me miraban. Sólo el señor de barba y bata blanca se quedaba conmigo, sentado, preguntando. Sus palabras y sus gestos eran duros, él tampoco sonreía. Parecía llevando una razón de otra perdona, seguramente más severa. Me asustaba ese señor, pero pensaba que él también debía asustarse frente a la otra persona que mandaba la razón, entonces, cuando pensaba esto, le sonreía, nunca me devolvía la sonrisa y por eso nunca le hablé. Insistía y yo callado. Cuando salía me alegraba pensando "lo van a regañar".

     Vino después el tiempo del sueño. Quizás fue mucho, no lo sé. Fue maravilloso: Llegó con su vestido amarillo y mis zapatos nuevos en las manos, eran también amarillos. Los calcé , podía hasta volar con ellos. Yo volaba, usted me sonreía y a veces también volaba. Y ese olorcito extraño y delicioso que tanto me gustaba. Reíamos y jugábamos. Otra vez aquel calor, el de su cuerpo. Hablábamos de todo.
    
     Volvimos a cantar:
     "Palomita blanca
     de piquito azul,
     tiéndele la cama
     al niño Jesús,
     que viene muy cansadito
     de cargar la cruz".
     Un día desperté y no la vi más. Un ruido sordo invadió mi mente. Frente a mí estaba el señor de barba y bata blanca, me habló y lo escuché, y entendía, y pregunté y volví a entender y otra vez pregunté y también entendí. Entonces supe dónde estaba yo y dónde estaba usted. Ya no llevaba su vestido amarillo; ni conservaba el calor de su cuerpo, y sus manos, que todo lo podían, no eran nada.

     Traté de imaginarla pero todo era confuso, Eran otras las bombas y eran otros los colores que venían al recuerdo, aquellos, los de entonces, los que usted trajo a mi vida. Sin embargo, comprendía bien de qué me hablaba él: Estallidos... vida... guerra... madre... muerte... soledades...

     Por primera vez el hombre me sonrió poniéndome una mano sobre el hombro antes de salir del cuarto. Por primera vez le dije adiós.


     Medellín, 1992/1994

   
Este cuento fue ganador del Concurso Nacional e Cuento de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia en 1996. Publicado en el periódico El Mundo, el 18 de diciembre de 1999 y por la Secretaría de las Mujeres de la Alcaldía de Medellín en su libro Ellas Escriben en Medellín, en noviembre de 2007. Todas Las Sombras  reproduce este relato bajo la autorización de su autora y para contribuir al homenaje que ella le hizo a Martha Luz Ríos, su vecina.


*María Gloria Pérez: Nació en Anorí (Antioquia), un pequeño pueblo minero que por más de 40 años ha sufrido todas las batallas de esta guerra. Estudió licenciatura en Historia y Filosofía en la Universidad de Antioquia. Se desempeñó como profesora de literatura. Ha publicado en varias revistas y ha sido ganadora de tres premios nacionales de cuento.


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lunes, 17 de octubre de 2016

No leer condena

Por Francisc Lozano*


No Leer Condena. Fuente: https://todaslassombras.blogspot.com.co/2016/10/no-leer-condena.html
Lectura. Fuente: k46.kn3.net


Los colombianos no leemos. Sí, así como lo leen, y por paradójico que resulte porque, tienen que leer este texto para darse cuenta que los colombianos no leemos. Creo que aún era un adolescente cuando la televisión colombiana transmitía un comercial que decía que “leer libera”, y en eso tiene toda la razón: la lectura nos otorga unas bases increíbles e indispensables para entender la realidad y la irrealidad, y entregar juicios mejor fundamentados sobre lo que ocurre o deja de ocurrir en el universo. No importa el campo de acción, la lectura siempre es un arma de construcción masiva.


Pero los colombianos no leemos.  Las estadísticas sobre lectura que entregó Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, en abril de este año, hablan de un promedio de lectura de 1,9 libros al año por cada colombiano.  Ese dato es escalofriante, y bastaría para replantear muchísimas cosas en el sistema educativo colombiano y en la sociedad. No obstante, la cosa se pone peor. Ese índice no es realmente un índice del nivel de lectura de los colombianos, es un verdaderamente un índice que determina el nivel de compra de libros por los colombianos. Es decir, los colombianos compramos, en promedio, un libro cada seis meses. Y ese dato es aún más espeluznante que el primero.


Y digo que no es un índice de lectura porque para poder saber cuántos libros al año lee un colombiano, tendríamos que enviar a un observador para que se quedara con el colombiano durante un año, y de esa forma pudiera realmente ver cuántos libros lee cada 12 meses, y eso nos representa muchos otros inconvenientes, como saber de esos libros que lee, cuántos realmente entiende. Por eso, sólo podemos contar con estadísticas de compra de libros, y no de lectura.


Hay multitud de excusas por las cuales la gente no lee: el sistema educativo no incentiva el amor por la lectura; las vidas de los colombianos están llenas de muchísimas otras ocupaciones, y leer no resulta muy importante; leer requiere de una preparación previa en la que el leer es fundamental para leer, por complejo que resulte, se requiere de la lectura para aprender palabras que después le ayudarán a uno en  la lectura; las películas, los programas de televisión y las redes sociales lo hacen todo más sencillo, y no es necesario leer, o no tanto. Pero no sólo eso, leer requiere un verdadero esfuerzo. No es sólo tomar un libro y ya, es saber que surgirán  dudas, que el cansancio hará su aparición, que el tiempo de lectura debe estar lleno de tranquilidad y que casi siempre requiere de la soledad.


En el año 2012, en Colombia nos dimos cuenta que ni siquiera para ser Senador de la República se requería leer: a Simón Gaviria, hijo del expresidente César Gaviria, cuando le preguntaron por qué había otorgado su voto de aprobación a una reforma a la justicia que entregaba beneficios indignantes para los congresistas y que maniataba más al resto de colombianos, dio una de las respuestas más insólitas, increíbles, mediocres e imperdonables para una persona de su importancia en la sociedad colombiana, pero que resulta ser una radiografía de la sociedad colombiana: “es que yo no leí el texto de la reforma”.


Pero Gaviria no es el único ejemplo resaltable de la cultura de no lectura de los colombianos: el pasado 2 de octubre, y en los días que le sucedieron, vimos a esta tendencia histórica de nuestra cultura hacerse presente de manera determinante para decidir el futuro de una de las votaciones con mayor peso en la historia de República de Colombia. Los colombianos demostramos nuevamente que leer no es una característica intrínseca de nuestra cultura y que, en gran parte, esa característica le dio el triunfo a una opción que fue apoyada por un conjunto de mitómanos, entre ellos Álvaro Uribe, Ordóñez, Vélez Uribe, Pacho Santos, Óscar Iván Zuluaga y muchos cristianos, que lo único que tuvieron que hacer para acabar con las esperanzas de los que creíamos en la posibilidad de cambio del conflicto a la reconciliación fue confiar en que sus seguidores no iban a leer el Acuerdo de La Habana. Sí, Uribe y el Centro Democrático confiaron en que los colombianos no íbamos a leer, y, por lo tanto, lo único que hicieron fue fraguar una estratagema basada en las mentiras para destruir las esperanzas de construir un país en paz.


No estoy diciendo aquí que todos los que votaron NO, no hayan leído el acuerdo ni que todos los que votamos SÍ, sí lo hayamos hecho. Estoy diciendo que la mayoría de las masas que decidieron los resultados, fue a votar engañada, y que la gran mayoría de las personas engañadas votó NO.


Hay muchas otras razones por las cuales el NO triunfó (leer las columnas: 1 y 2), pero con los resultados de ese día y las declaraciones de Juan Carlos Vélez, Colombia demostró que leer libera, y no leer condena.



@Franzlozano



*Francisc León Lozano Rivera (1988): Nació en Santiago de Cali, Colombia. Es Administrador de Empresas de la Universidad Nacional de Colombia. Trabajó como Director de Talento Humano en la organización Grameen Caldas; fue director de la Fundación Funeducol; laboró como Coordinador de Reclutamiento de Heart for Change; y se desempeñó como Conferencista y Formador de Aprendizaje de Inglés en México. Es escritor por gusto y por convicción. Puede contactarle en su cuenta de Twitter: @Franzlozano


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domingo, 22 de diciembre de 2013

Empezar a escribir

Por: Javier Vivancos*


Empezar a escribir, Todas las sombras

Ardua tarea, si uno no sabe por dónde comenzar. Este espacio lo dedico a dar una pequeña recomendación que sirva como introducción en el arte de escribir ficción. No me extenderé demasiado, dado que terminaría repitiendo o plagiando, así que me limitaré a proporcionar un esquema básico de partida, algo así como mi propia reseña literaria para quien pueda servirle de orientación. Me dedico a escribir novelas, hasta ahora pertenecientes al género de suspenso o al de humor. En mis relatos varío la tónica y aprovecho para hacer experimentos. Pero a lo que iba; ¿qué necesita uno para empezar a escribir? Generalmente, una historia. Empecé mi primera novela (hasta entonces me había limitado a algún relato suelto, artículos de opinión, módulos para partidas de rol y un libro-juego) en 2004, y lo hice a partir de un sueño. Dicho sueño me dio una idea que en sí no es muy original, pues versaba sobre un capítulo de una serie de televisión (Buffy: the vampire slayer). Lo importante del asunto fue que me dio pie a volcar esa historia en alguna parte. No tenía mucho, en realidad, tan sólo la voluntad de querer escribirla, por diversión; sentarme ante el ordenador y teclear día tras día sin desfallecer. Si puedes hacer eso, vas por buen camino.
Tienes tu historia, vagamente, como imágenes sueltas que necesitas hilvanar. Puedes tomar notas, hacer un guión, definir a los personajes, crear cronologías, buscar textos que te puedan documentar sobre cuestiones técnicas de detalle. Pero no necesitas más: deja que la historia fluya sobre la marcha. Mucha gente se pierde por el camino, se agobia. Hay quien recomienda capitular, estructurar. En realidad, sólo necesitas crear fragmentitos, ir poco a poco. Luego ya les darás forma global, crearás un índice si te hace falta. Mi primera novela tenía esa estructura de partes, capítulos y secciones numeradas. Lo cierto es que facilita el proceso, pero no hay por qué encorsetar el texto. Si te resulta más fácil, hazlo así, y luego podrás definir los párrafos y suprimir la numeración que no te haga falta. Escribe tu historia y contémplala crecer durante el camino. Comprobarás que tienes ideas, quizá debas detenerte y planificar un poco, pero sólo un poco, no pretendas tener todo el libro de antemano en tu cabeza. Muchos escritores consagrados dicen que es bueno no saber qué final va a tener una novela, y es cierto. Aunque puedas tener una idea al respecto, tal vez consideres varias posibilidades, o tal vez descubras sobre la marcha un final más interesante. Ya tienes lo básico: ganas de escribir, constancia, y una historia. Escribe y no te preocupes de si estás cometiendo fallos gramaticales y demás. Si es la primera vez que intentas algo grande, te vendrá bien fijarte en la estructura, en los párrafos y el estilo de otros libros. Adóptalo como un primer modelo antes de definir el tuyo. Yo tomé el “IT” de Stephen King. Y, por desgracia, necesitarás talento. Todos queremos creer que se puede entrenar, pero lo cierto es que aunque los cursos literarios y la formación lingüística vienen muy bien, casi con seguridad no te van a brindar esa capacidad, esa fluidez y esa creatividad que uno necesita y que se ha manifestado, posiblemente, desde la infancia. Ponte a escribir y fluye. Si te gusta lo que escribes (aunque tenga faltas y errores), si te gusta cómo lo escribes, si estás leyendo tu texto y el estilo se parece al que te gustaría leer en uno de los libros que compras, te prestan o sacas de la biblioteca, entonces vale.
Eso es lo básico. Luego necesitarás herramientas. Las herramientas lingüísticas elementales ya debes haberlas aprendido en la escuela. Si estás verde en algunos campos, como me pasaba a mí, no importa; todo lo que está almacenado en tu cabeza irá encontrando la forma de corregirse consultando diccionarios y viejos apuntes. Poco a poco irás puliendo; incluso existen cursos para eso: no te preocupes. En mi primera novela cometía muchas erratas del tipo 'alrededor mío', tiempos verbales confusos, adjetivación excesiva, carencia de tildes, etc. Se puede y se debe entrenar. No va a ser eso lo que te detenga, pero procura escribir medianamente bien o te verás más que supeditado a contratar los servicios de un corrector literario. Otro tipo de herramientas son las del oficio creativo en sí, harán falta para que tus textos posean la riqueza necesaria y que su lectura sea cuando menos interesante. Este tipo de herramientas son muy importantes y, como ya he dicho, si no las dominas, se pueden aprender a base de lectura. Ese es otro de los secretos del arte y oficio de escribir: leer y escribir mucho. ¿No tienes tiempo para leer? Mal asunto; te recomiendo que lo hagas, y no sólo para aprender y disfrutar (que es de lo que va la lectura), sino también para no entumecerte; para enriquecerte y adoptar recursos estilísticos que quizá se te pasaron por alto, tal vez aportando alguna variante para tus textos. Esas herramientas de estilo están ampliamente documentadas y las podrás encontrar en cualquier libro de mejora de textos literarios. Alba editorial tiene una colección buena; son libros finitos y muy caros, pero el contenido lo vale. También me gustaría destacar un libro interesante a propósito del oficio de escribir: ‘Mientras escribo’, de Stephen King; no es práctico en cuanto a técnicas concretas, pero aporta una visión personal y consejos tangibles (mundanos) sobre cómo narrar historias. Estas técnicas, de las que hablo mucho y concreto poco, dichas así parecen alguna fórmula secreta para el éxito literario. No. Son simples recursos estilísticos que un buen narrador de historias va manejando conforme su pericia aumenta. Abarcan desde la estructuración (por ejemplo, empezar a narrar de delante atrás o recurrir a los flashbacks) hasta procurar suprimir los adverbios acabados en '-mente'. Las herramientas de estilo son aquello que hace más interesante, rico y variado al texto; aquello que procura no repetir adjetivos, no redundar, no explicar dos veces lo mismo, etc. Muchos escritores noveles, tal vez porque pecamos de malos poetas, metemos la pata diciendo cosas del estilo “era tan bella y preciosa”. A eso se le llama poner dos adjetivos sinónimos; uno de ellos sobra. Otras veces metemos la pata diciendo: “estaba sediento, así que abrió el grifo para beber agua”, ¿y si no para qué iba a abrir el grifo? También solemos abusar de los adjetivos pequeño y profundo. ¿Ha quedado claro a qué clase de herramientas me estoy refiriendo?
Pero si hay una técnica por excelencia (las estoy llamando técnicas, aunque se trata más de formas de expresar ideas sin resultar plomizo), al menos para mí, es la que deriva de diferenciar entre 'decir' y 'mostrar'. Estamos diciendo cuando escribimos: “Juan estaba cansado, así que dejó de trabajar”; estamos mostrando cuando explicamos: “Juan tenía las sobaqueras de un color oscuro delator, jadeaba y apenas si podía sostenerse en pie, así que dejó el azadón a un lado”. No se trata de utilizar una u otra forma de descripción, sino de conocerlas y saber adaptarlas según la intención y naturaleza de nuestro texto. Normalmente, es más rico mostrar que decir, porque nos demuestra con imágenes que el lector puede ver, con hechos, con pruebas que, en efecto, el personaje está cansado.
También habrás de cuidar el tiempo de la narración. Si te encuentras describiendo escenas en donde todo transcurre a gran velocidad o en donde tratas de imprimir ritmo, necesitarás frases cortas, verbos que evoquen rapidez, fijar la atención del texto sobre elementos que se muevan o sufran los efectos del movimiento de los personajes. A su vez, si estamos describiendo una escena en donde todo se desarrolla con lentitud, podremos recrear con frases largas y subordinadas, detenernos más en los detalles y las descripciones. No hay que olvidar que todo en el texto guarda relación con todo. No se trata de rellenar páginas con palabrería barata. Se trata de decir lo apropiado para el objetivo que buscamos en el momento; todo lo demás sobra. Y no se trata de una cuestión de escribir best sellers o, por el contrario, literatura densa. Se trata de contar lo necesario, aunque nos salga un quijote.
Una vez tienes tu historia, tus herramientas y tus ganas de escribir, tendrás que aprender a sortear los obstáculos típicos de cualquier narrador, aquellos que hacen que la historia flojee por alguna parte: exceso o falta de descripción, personajes pasivos, carencia de suspenso, historia demasiado predecible, personajes planos y repetitivos, diálogos poco creíbles, falta de información, falta de verosimilitud, expectativas que no se cumplen. No existe una cura preventiva para esto. Necesitarás práctica y el hábito de revisar tus textos conforme vayas aprendiendo más sobre el oficio. Cuando escribí mi primera novela, me sorprendí de la historia, de lo enfermizamente fluida que me salía. Al principio, todo lo que escribía me gustaba. Tuve más o menos el desarrollo previsto para estos casos: me atascaba con detalles técnicos, me detenía en buscarlos y seguía adelante. Inventaba nuevas escenas, enlazaba cosas, tomaba notas y revisaba para corregir; pero sobre todo escribía, la historia se vendía sola. Cuando llegó el glorioso pero triste momento de cerrarla, llega el no menos triste (por lo arduo) proceso de corregirla. Y como era un novato, lo tuve que hacer muchas veces. Ahora suelo corregir sobre la marcha, y luego, una vez acabadas, un par de veces más. Hay que detenerse, ir poco a poco, y descansar. Si te das el atracón porque te entra la prisa, tus ojos lo verán todo bonito y se te colarán verdaderos gazapos. Necesitarás corregir, mejorar el texto (lo que casi siempre implica acortarlo), completar alguna cosilla, pulir erratas, obtener una visión de conjunto de la historia, ver si el ritmo es el apropiado, si las escenas son lo que tú querías, -lo cual quedará más claro en una segunda corrección que ha de ser tan lenta, o más, que la primera-. Puedes hacer más correcciones, pero tampoco te vuelvas loco; te recomiendo en tal caso que busques algún libro de autoayuda de esos que hablan del perfeccionismo y te cures antes de seguir con el oficio. Una novela puede parecernos un primor al principio, y un petardo inocente después. Dejar transcurrir un tiempo (meses e incluso algún año) y luego volver a ella puede ser revitalizador.
Recapitulando: descubre tu historia, ponte manos a la obra y no desfallezcas. Entrena tu técnica y sigue aprendiendo. Revisa tus textos, aprende de tus errores y sigue adelante. Esto, a grandes rasgos, es lo que he aprendido y he descubierto. Aún sigo leyendo y escribiendo: aún sigo aprendiendo. Haz tú lo mismo, es el mejor de los consejos. ¡Ánimo!

*Javier Vivancos: novelista español perteneciente al género terror/suspenso. Entre otras obras, es autor de las novelas Lucrecia se oscurece, Yo vi tu silueta y Los últimos días de la sombra. Algunos de sus relatos pueden leerse en su sitio web: www.lucreciaseoscurece.hol.es/category/relatos/

domingo, 24 de noviembre de 2013

Por qué no soy cristiano (I)

Las memorias de esta conferencia, dictada en 1927 por el matemático Bertrand Russell, constituyen una de las más respetuosas y a la vez demoledoras críticas jamás hechas a la religión cristiana. Partiendo del trabajo de Josefina Martínez Alinari, presentamos esta versión corregida de la traducción.

Todas las sombras, Por qué no soy cristiano

El tema del que voy a hablarles esta noche es por qué no soy cristiano. Quizás debería, en primer lugar, intentar establecer qué quiere uno decir con la palabra cristiano. Esta es utilizada en nuestros días en un sentido muy impreciso por un gran número de gente. Algunas personas no quieren decir con ello más que alguien que intenta vivir una buena vida. En ese caso supongo que habría cristianos en todas las sectas y credos; pero no creo que ese sea el significado correcto de la palabra, aunque sólo sea porque eso implicaría que toda la gente que no es cristiana -todos los budistas, confucionistas, musulmanes, y demás- no intentan vivir una buena vida. No me refiero con cristiano a cualquier persona que procure vivir decentemente según su propio criterio. Pienso que debes tener un cierto número de creencias definidas antes de poder llamarte a ti mismo cristiano. La palabra ya no tiene un significado tan preciso ahora como el que tenía en la época de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. En aquellos días, si un hombre decía que era cristiano se sabía lo que quería decir. Aceptabas un completo conjunto de creencias establecidas con gran precisión, y creías en todas y cada una de las sílabas de ese credo con total convicción. 

¿Qué es un cristiano?

Actualmente ya no es así. Debemos ser un poco más imprecisos al referirnos al cristianismo. Creo, sin embargo, que hay dos elementos diferentes que son esenciales para cualquiera que se considere cristiano. El primero es de naturaleza dogmática -específicamente, que debe creer en dios y en la inmortalidad. Si no cree en esas dos cosas no considero que pueda llamarse cristiano. Más allá de eso, como su propio nombre implica, usted debe tener algún tipo de creencia sobre Cristo. Los musulmanes, por ejemplo, también creen en dios y en la inmortalidad, y sin embargo no se llamarían a sí mismos cristianos. Creo que debe tener como mínimo la creencia de que Cristo era, si no divino, al menos el mejor y el más sabio de los hombres. Si no va usted a creer en Cristo hasta ese punto no creo que tenga ningún derecho a denominarse cristiano. Por supuesto, hay otro significado, que pueden encontrar en el Almanaque Whitaker y en libros de geografía, donde se dice que la población del mundo se divide entre cristianos, musulmanes, budistas, idólatras y otros; y en ese sentido todos nosotros somos cristianos. Los libros de geografía nos incluyen a todos nosotros, pero ese es un sentido puramente geográfico que supongo podemos ignorar. Por lo tanto, considero que cuando les digo por qué no soy cristiano debo decirles dos cosas diferentes: primero, por qué no creo en dios ni en la inmortalidad; y segundo, por qué no creo que Cristo fuese el mejor y más sabio de los hombres, aunque le otorgo un grado muy alto de bondad moral. 
Pero por los exitosos esfuerzos de los no creyentes en el pasado, no podría tomar una definición tan elástica del cristianismo como esa. Como he dicho antes, esa palabra tenía antaño un significado mucho más específico. Por ejemplo, incluía la creencia en el infierno. Creer en la eterna llama del infierno era un elemento esencial en el credo cristiano hasta hace muy poco. En este país, como ustedes saben, creer en el infierno dejó de ser un elemento esencial gracias a una decisión del Consejo Privado, a la que se opusieron el arzobispo de Canterbury y el arzobispo de York; sin embargo en este país nuestra religión es establecida por Acto Parlamentario, y por lo tanto el Consejo Privado fue capaz de modificar sus gracias y el infierno dejó de ser necesario para los cristianos. Consecuentemente no insistiré en que un cristiano debe creer en el infierno. 

La existencia de Dios

Para llegar a esta cuestión sobre la existencia de Dios: se trata de una cuestión grande y seria, y si intentase tratarla de un modo adecuado debería retenerles a ustedes aquí hasta la llegada del reino, por lo que tendrán que excusarme si la abordo de un modo algo esquemático. Ustedes saben, por supuesto, que la Iglesia Católica ha establecido como dogma que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón pura. Es un dogma algo curioso, pero es uno de sus dogmas. Tuvieron que introducirlo porque llegó un momento en el que los librepensadores adoptaron la costumbre de decir que había tantos y tantos argumentos que la mera razón alegaría contra la existencia de Dios, pero por supuesto ellos sabían por una cuestión de fe que Dios existía. Los argumentos y las razones fueron descritos en modo muy extenso, y la Iglesia Católica sentía que debía pararlo. Por lo tanto determinaron que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón pura y tuvieron que establecer los argumentos que según ellos lo demostraban. Hay unos cuantos, por supuesto, pero yo solo tomaré unos pocos. 

El argumento de la primera causa

Quizás el más simple y fácil de comprender es el argumento de la primera causa (sostiene que todo lo que vemos en este mundo tiene una causa, y a medida que retrocedemos más y más lejos en la cadena de causas debemos llegar a una primera causa, y a esa primera causa le damos el nombre de Dios). Ese argumento, supongo yo, no tiene mucho peso hoy en día, porque, en primer lugar, ya no es lo que solía ser. Los filósofos y los hombres de ciencia han trabajado sobre el concepto de causa y este ya no tiene la vitalidad que tenía antes; pero, aparte de eso, pueden ver que el argumento de que debe haber una primera causa no puede tener ninguna validez. Podría decir que cuando yo era joven y reflexionaba muy seriamente sobre estas cuestiones, durante mucho tiempo acepté el argumento de la primera causa, hasta que un día, con 18 años, leí la autobiografía de John Stuart Mill, y allí encontré esta frase: "mi padre me enseñó que la pregunta ‘¿quién me hizo?’ no tiene respuesta, dado que conduce inmediatamente a la siguiente cuestión ‘¿quién hizo a Dios?’" Esa frase tan sencilla me enseñó, tal y como sigo pensando, la falacia en el argumento de la primera causa. Si todo debe tener una causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, este algo puede ser tanto el mundo como Dios, por lo que no puede haber ninguna validez en ese argumento. Es algo de la misma naturaleza que la visión hinduista de que el mundo descansa sobre un elefante y el elefante sobre una tortuga; y cuando les preguntaron "¿y qué pasa con la tortuga?" los indios dijeron “¿y si cambiamos de tema?”. El argumento no es realmente mejor que ese. No hay razón por la cual el mundo no haya podido surgir sin una causa; ni, por otro lado, hay ninguna razón por la cual no haya podido existir siempre. No hay razón para suponer que el mundo haya tenido un principio. La idea de que las cosas deben tener un principio se debe realmente a la pobreza de nuestra imaginación. Por lo tanto, quizás, no necesito perder más tiempo en el argumento de la primera causa. 

El argumento de la ley natural

Luego hay un argumento muy común derivado de la ley natural. Fue un argumento favorito durante el siglo XVIII, especialmente bajo la influencia de Sir Isaac Newton y su cosmogonía. La gente observó los planetas que giraban en torno del sol, de acuerdo con la ley de gravitación, y pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se moviesen así y que lo hacían por aquella razón. Aquella era, claro está, una explicación sencilla y conveniente que evitaba el buscar nuevas explicaciones de la ley de la gravitación en la forma un poco más complicada que Einstein ha introducido. Yo no me propongo dar una conferencia sobre la ley de la gravitación, de acuerdo con la interpretación de Einstein, porque eso también llevaría algún tiempo; sea como fuere, ya no se trata de la ley natural del sistema newtoniano, donde, por alguna razón que nadie podía comprender, la naturaleza actuaba de modo uniforme. Ahora sabemos que muchas cosas que considerábamos como leyes naturales son realmente convenciones humanas. Sabemos que incluso en las profundidades más remotas del espacio estelar la yarda sigue teniendo tres pies. Eso es, sin duda, un hecho muy notable, pero no se le puede llamar una ley natural. Y otras muchas cosas que se han considerado como leyes de la naturaleza son de esa clase. Por el contrario, cuando se tiene algún conocimiento de lo que los átomos hacen realmente, se ve que están menos sometidos a la ley de lo que se cree la gente y que las leyes que se formulan no son más que promedios estadísticos producto del azar. Hay, como todos sabemos, una ley según la cual en los dados sólo se obtiene el seis doble aproximadamente cada treinta y seis veces, y no consideramos eso como la prueba de que la caída de los dados esté regulada por un plan; por el contrario, si el seis doble saliera cada vez, pensaríamos que había un plan. Las leyes de la naturaleza son así en gran parte de los casos. Hay promedios estadísticos que emergen de las leyes del azar; y esto hace que la idea de la ley natural sea mucho menos impresionante de lo que era anteriormente. Y aparte de eso, que representa el momentáneo estado de la ciencia que puede cambiar mañana, la idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre las leyes naturales y las humanas. Las leyes humanas son preceptos que le mandan a uno proceder de una manera determinada, preceptos que pueden obedecerse o no; pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren realmente las cosas y, como son una mera descripción, no se puede argüir que tiene que haber alguien que les dijo que actuasen así, porque, si supusiéramos tal cosa, nos veríamos enfrentados con la pregunta «¿por qué Dios hizo esas leyes naturales y no otras?», si se dice que lo hizo por su propio gusto y sin ninguna razón, se hallará entonces que hay algo que no está sometido a la ley, y por lo tanto el orden de la ley natural queda interrumpido. Si se dice, como hacen muchos teólogos ortodoxos, que, en todas las leyes divinas, hay una razón de que sean ésas y no otras —la razón, claro está, de crear el mejor universo posible, aunque al mirarlo uno no lo pensaría así—; si hubo alguna razón de las leyes que dio Dios, entonces el mismo Dios estaría sometido a la ley y, por lo tanto, no hay ninguna ventaja en presentar a Dios como un intermediario. Realmente, se tiene una ley exterior y anterior a los edictos divinos y Dios no nos sirve porque no es el último que dicta la ley. En resumen, este argumento de la ley natural ya no tiene la fuerza que solía tener. Estoy realizando cronológicamente mi examen de los argumentos. Los argumentos usados en favor de la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo. Al principio, eran duros argumentos intelectuales que representaban ciertas falacias completamente definidas. Al llegar a la época moderna, se hicieron menos respetables intelectualmente y estuvieron cada vez más influidos por una especie de vaguedad moralizadora. 

El argumento del plan

El paso siguiente nos lleva al argumento del plan. Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. Ese es el argumento del plan. A veces toma una forma curiosa; por ejemplo se arguyó que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se pueda disparar más fácilmente contra ellos. No sé cómo verían los conejos esta aplicación. Es fácil parodiar este argumento. Todos conocemos la observación de Voltaire de que la nariz estaba destinada a sostener las gafas. Esa clase de parodia no ha resultado tan desatinada como parecía en el siglo XIII, porque, desde Darwin, entendemos mucho mejor por qué las criaturas vivas se adaptan al medio. No es que el medio fuera adecuado para ellas, sino que ellas se hicieron adecuadas al medio, y esa es la base de la adaptación. No hay en ello ningún indicio de plan.  
Cuando se examina el argumento del plan, es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo creerlo. Creen que, si tuvieran la omnipotencia y la omnisciencia y millones de años para perfeccionar el mundo, ¿no producirían nada mejor que el Ku-Klux-Klan o los fascistas? Además, si se aceptan las leyes ordinarias de la ciencia, hay que suponer que la vida humana y la vida en general de este planeta desaparecerán a su debido tiempo: es una fase de la decadencia del sistema solar; en una cierta fase de decadencia se tienen las condiciones y la temperatura adecuadas al protoplasma, y durante un corto período hay vida en la vida del sistema solar. La luna es el ejemplo de lo que le va a pasar a la tierra; se va a convertir en algo muerto, frío y sin vida. 
Me dicen que este criterio es deprimente, y que si la gente lo creyese no tendría ánimo para seguir viviendo. No lo creo; es una tontería. Nadie se preocupa por lo que va a ocurrir dentro de millones de años. Aunque crean que se están preocupando por ello, en realidad se engañan a sí mismos. Se preocupan por cosas mucho más mundanas, aunque sólo sea una mala digestión; pero nadie es realmente desdichado al pensar lo que le va a ocurrir a este mundo dentro de millones de años. Por lo tanto, aunque es una triste opinión el suponer que va a desaparecer la vida —al menos, se puede pensar así, aunque, a veces, cuando contemplo las cosas que hace la gente con su vida, es casi un consuelo—, no es lo bastante para hacer la vida miserable. Sólo hace que la atención se vuelva hacia otras cosas.
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Todas las sombras, numeración

Por qué no soy cristiano (II)

Todas las sombras, Por qué no soy cristiano

Los argumentos morales de la deidad 

Ahora alcanzamos una fase más en lo que yo llamaré la incursión intelectual que los teístas han hecho en sus argumentaciones, y nos vemos ante los llamados argumentos morales de la existencia de Dios. Saben, claro está, que antiguamente solía haber tres argumentos intelectuales de la existencia de Dios, los cuales fueron suprimidos por Immanuel Kant en la Crítica de la Razón Pura; pero no bien había terminado con estos argumentos cuando encontró otro nuevo, un argumento moral, que le convenció. Era como mucha gente: en las materias intelectuales era escéptico, pero en las morales creía implícitamente en las máximas que su madre le había enseñado. Eso ilustra lo que los psicoanalistas ponen tanto de relieve: la fuerza inmensamente mayor que tienen en nosotros las asociaciones primitivas sobre las posteriores. Kant, como dije, inventó un nuevo argumento moral de la existencia de Dios, que en diversas formas fue extremadamente popular durante el siglo XIX. Tiene toda clase de formas. Una de ellas es decir que no habría bien ni mal si Dios no existiera. Por el momento no me importa el que haya o no una diferencia entre el bien o el mal: esa es otra cuestión. Lo que me importa es que, si se está plenamente convencido de que hay una diferencia entre el bien y el mal entonces uno se encuentra en esta situación: ¿esa diferencia se debe o no al mandato de Dios? Si se debe al mandato de Dios, entonces para Dios no hay diferencia entre el bien y el mal, y ya no tiene significado la afirmación de que Dios es bueno. Si se dice, como hacen los teólogos, que Dios es bueno, entonces hay que decir que el bien y el mal deben tener un significado independiente del mandato de Dios, porque los mandatos de Dios son buenos y no malos independientemente del mero hecho de que los hiciera. Si se dice eso, entonces hay que decir que el bien y el mal no se hicieron por Dios, sino que son en esencia lógicamente anteriores a Dios. Se puede, claro está, si se quiere, decir que hubo una deidad superior que dio órdenes al Dios que hizo este mundo, o, para seguir el criterio de algunos gnósticos —un criterio que yo he considerado muy plausible—, que, en realidad, el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando. Hay mucho que decir en cuanto a esto, y no pienso refutarlo. 

El argumento del remedio de la justicia

Luego hay otra forma muy curiosa de argumento moral que es la siguiente: se dice que la existencia de Dios es necesaria para traer la justicia al mundo. En la parte del universo que conocemos hay gran injusticia, y con frecuencia sufre el bueno, prospera el malo, y apenas se sabe qué es lo más enojoso de todo esto; pero si se va a tener justicia en el universo en general, hay que suponer una vida futura para compensar la vida de la tierra. Por lo tanto, dicen que tiene que haber un Dios, y que tiene que haber un cielo y un infierno con el fin de que a la larga haya justicia. Ese es un argumento muy curioso. Si se mira el asunto desde un punto de vista científico, se diría: «después de todo, yo sólo conozco este mundo. No conozco el resto del universo, pero, basándome en probabilidades, puedo decir que este mundo es un buen ejemplo, y que si hay injusticia aquí, lo probable es que también haya injusticia en otra parte». Supongamos que se tiene un cajón de naranjas, y al abrirlas la capa superior resulta mala; uno no dice: «las de abajo estarán buenas en compensación». Se diría: «probablemente todas son malas»; y eso es realmente lo que una persona científica diría del universo. Diría así: «en este mundo hay gran cantidad de injusticia y esto es una razón para suponer que la justicia no rige el mundo; y en este caso proporciona argumentos morales contra la deidad, no en su favor». Claro que yo sé que la clase de argumentos intelectuales de que he hablado no son realmente los que mueven a la gente. Lo que realmente hace que la gente crea en Dios no son los argumentos intelectuales. La mayoría de la gente cree en Dios porque les han enseñado a creer desde su infancia temprana, y esa es la razón principal. 
Luego, creo que la razón más poderosa e inmediata después de ésta es el deseo de seguridad, la sensación de que hay un hermano mayor que cuidará de uno. Esto desempeña un papel muy profundo en provocar el deseo de la gente de creer en Dios.

El carácter de Cristo 

Ahora quiero decir unas pocas palabras acerca de un asunto que creo que no ha sido suficientemente tratado por los racionalistas, y que es la cuestión de si Cristo era el mejor y el más sabio de los hombres. Generalmente, se da por sentado que todos debemos estar de acuerdo en que era así. Yo no lo estoy. Creo que hay muchos puntos en que estoy de acuerdo con Cristo, muchos más que aquellos en que lo están los cristianos profesos. No sé si podría seguirle todo el camino, pero iría con Él mucho más lejos de lo que irían la mayoría de los cristianos profesos. Recuérdese que Él dijo: «no resistáis al mal: si alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuelve también la otra». No es un precepto ni un principio nuevo. Lo usaron Lao-Tsé y Buda quinientos o seiscientos años antes de Cristo, pero este principio no lo aceptan los cristianos. No dudo que el actual primer ministro, por ejemplo, es un cristiano muy sincero, pero no les aconsejo que vayan a abofetearlo. Creo que hallarían que él pensaba que el texto tenía un sentido figurado. 
Luego, hay otro punto que considero excelente. Se recordará que Cristo dijo: «no juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados». Ese principio creo que no se hallará en los tribunales de los países cristianos. Yo he conocido en mi tiempo muchos jueces que eran cristianos sinceros, y ninguno de ellos creía que actuaba en contra de los principios cristianos haciendo lo que hacía. Luego Cristo dice: «al que te pide, dale: y no le tuerzas el rostro al que pretenda de ti algún préstamo». Ese es un principio muy bueno. 
El presidente ha recordado que no estamos aquí para hablar de política, pero no puedo menos de observar que las últimas elecciones generales se disputaron en torno a lo deseable que era torcer el rostro al que pudiera pedirnos un préstamo, de modo que hay que suponer que los liberales y los conservadores de este país son personas que no están de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, porque, en dicha ocasión, se apartaron definitivamente de ellas. 
Luego, hay otra máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy popular entre algunos de nuestros amigos cristianos. Él dijo: «si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres». Es una máxima excelente, pero, como dije, no se practica mucho. Considero que todas estas máximas son buenas, aunque un poco difíciles de practicarse. Yo no hago profesión de practicarlas; pero, después de todo, no es lo mismo que si se tratase de un cristiano. 

Defectos en las enseñanzas de Cristo 

Concediendo la excelencia de estas máximas, llego a ciertos puntos en los cuales no creo que uno pueda ver la superlativa virtud ni la superlativa bondad de Cristo, como son pintadas en los Evangelios; y aquí puedo decir que no se trata de la cuestión histórica. Históricamente, es muy dudoso que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de Él, por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica, que es difícil. Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es, y allí hay cosas que no parecen muy sabias. Una de ellas es que Él pensaba que su segunda venida se produciría, en medio de nubes de gloria, antes que la muerte de la gente que vivía en aquella época. Hay muchos textos que prueban eso. Dice, por ejemplo: «no acabaréis de pasar por las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre». Luego dice: «en verdad os digo que hay aquí algunos que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor de su reino»; y hay muchos lugares donde está muy claro que creía que su segundo advenimiento ocurriría durante la vida de muchos que vivían entonces. Tal fue la creencia de sus primeros discípulos, y fue la base de una gran parte de su enseñanza moral. Cuando dijo: «no andéis, pues, acongojados por el día de mañana» y cosas semejantes, lo hizo en gran parte porque creía que su segunda venida iba a ser muy pronto, y que los asuntos mundanos ordinarios carecían de importancia. En realidad, yo he conocido a algunos cristianos que creían que la segunda venida era inminente. Conocí a un sacerdote que aterró a su congregación diciendo que la segunda venida era inminente, pero todos quedaron muy consolados al ver que estaba plantando árboles en su jardín. Los primeros cristianos lo creían realmente, y se abstuvieron de cosas como la plantación de árboles en sus jardines, porque aceptaron de Cristo la creencia de que la segunda venida era inminente. En tal respecto, es claro que no era tan sabio como han sido otros, y desde luego, no fue superlativamente sabio. 

El problema moral

Luego, se llega a las cuestiones morales. Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sí creía en el castigo eterno, y uno encuentra repetidamente una furia vengativa contra los que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates. Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decía generalmente a la gente que no estaba de acuerdo con él. 
Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo: «¡serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?» Se lo decía a la gente que no escuchaba sus sermones. A mi entender este no es realmente el mejor tono, y hay muchas cosas como éstas acerca del infierno. Está, por supuesto, el conocido texto acerca del pecado contra el Espíritu Santo: «pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese texto ha causado una indecible cantidad de miseria en el mundo, pues las más diversas personas han imaginado que han cometido pecados contra el Espíritu Santo y pensado que no serían perdonadas en este mundo ni en el otro. No creo que ninguna persona un poco misericordiosa ponga en el mundo miedos y terrores de esta clase. 
Luego, Cristo dice: «enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes». Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar de dientes. Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes, pues de lo contrario no se repetiría con tanta frecuencia. Luego, todos ustedes recuerdan, claro está, lo de las ovejas y los cabritos; cómo, en la segunda venida, para separar a las ovejas y a los cabritos dirá a éstos: «apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno». Y continúa: «y éstos irán al fuego eterno». Luego, dice de nuevo: «y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o te incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue jamás». Esto lo repite una y otra vez. Debo declarar que toda esta doctrina, que el fuego del infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que llevó la crueldad al mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura; y el Cristo de los Evangelios, si se le acepta tal como le representan sus cronistas, tiene que ser considerado en parte responsable de eso. 
Hay otras cosas de menor importancia. Está el ejemplo de los puercos de Gadar, donde ciertamente no fue muy compasivo para los puercos el meter diablos en sus cuerpos y precipitarlos colina abajo hasta el mar. Hay que recordar que era omnipotente, y simplemente pudo hacer que los demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los cerdos. Luego está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan lo que ocurrió con la higuera. «Tuvo hambre; y como viese a lo lejos una higuera con hojas, encaminose allá por ver si encontraba en ella alguna cosa: y llegando, nada encontró sino follaje; porque no era aún tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo: "nunca jamás coma ya nadie fruto de ti"... y Pedro... le dijo: "maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado"». Esta es una historia muy curiosa, porque aquella no era la época de los higos, y en realidad, no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates. 

El factor emocional

Como dije antes, no creo que la verdadera razón por la cual la gente acepta la religión tenga nada que ver con la argumentación. Se acepta la religión emocionalmente. Con frecuencia se nos dice que es muy malo atacar la religión porque la religión hace virtuosos a los hombres. Eso dicen; yo no lo he advertido. Conocen, claro está, la parodia de ese argumento en el libro de Samuel Butler, Erewhon Revisited. Recordarán que en Erewhon hay un tal Higgs que llega a un país remoto y, después de pasar algún tiempo allí, se escapa en un globo. Veinte años después, vuelve a aquel país y halla una nueva religión, en la que él mismo es adorado bajo el nombre de Niño Sol, que se dice ascendió a los cielos. Ve que se va a celebrar la Fiesta de la Ascensión y que los profesores Hanky y Panky se dicen que nunca han visto a Higgs, y esperan no verlo jamás; pero son los sumos sacerdotes de la religión del Niño Sol. Higgs se indigna y se acerca a ellos y dice: «voy a descubrir toda esta farsa y a decir al pueblo de Erewhon que fui únicamente yo, Higgs, que subí en un globo». Y le dijeron: «no puede hacer eso, porque toda la moral de este país gira en torno de ese mito, y si supieran que no subió a los cielos se harían malos»; y con ello le persuadieron para que se marchase silenciosamente. 
Esa es la idea: que todos seríamos malos si no tuviéramos la religión cristiana. A mí me parece que la gente que la tiene es, en su mayoría, extremadamente mala. Existe este hecho curioso: cuanto más intensa ha sido la religión de cualquier periodo, y más profunda la creencia dogmática, han sido mayor la crueldad y peores las circunstancias. En las llamadas edades de la fe, cuando los hombres realmente creían en la religión cristiana en toda su integridad hubo la Inquisición con sus torturas; hubo muchas desdichadas mujeres quemadas por brujas; y toda clase de crueldades practicadas en toda clase de gente en nombre de la religión. 
Uno halla, al considerar el mundo, que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso hacia un mejor trato de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Digo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en sus iglesias ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo. 

Cómo las Iglesias han retardado el progreso

Se puede pensar que voy demasiado lejos cuando digo que aún sigue siendo así. Yo no lo creo. Basta un ejemplo. Serán más indulgentes conmigo si lo menciono. No es un hecho agradable, pero las iglesias le obligan a uno a mencionar hechos que no son agradables. Supongamos que en el mundo actual una joven sin experiencia se casa con un sifilítico; en tal caso, la Iglesia Católica dice; «este es un sacramento indisoluble. Hay que aguantar en celibato o estar juntos para toda la vida. Y si se mantienen juntos, no podrán usar control natal para evitar traer al mundo hijos sifilíticos». Nadie cuya compasión natural no haya sido alterada por el dogma, o cuya naturaleza moral no sea absolutamente insensible al sufrimiento, puede mantener que es bueno y conveniente que continúe ese estado de cosas. 
Este no es más que un ejemplo. Hay muchos modos por los cuales, en el momento actual, la Iglesia, por su insistencia en lo que ha decidido en llamar moralidad, inflige a la gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios. Y claro está, como es sabido, en su mayor parte se opone al progreso y al perfeccionamiento en todos los medios de disminuir el sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar moralidad a ciertas estrechas reglas de conducta que no tienen nada que ver con la felicidad humana; y cuando se dice que se debe hacer esto o lo otro, porque contribuye a la dicha humana, estima que es algo completamente extraño al asunto. «¿Qué tiene que ver con la moral la felicidad humana? El objeto de la moral no es hacer feliz a la gente».

Miedo, fundamento de la religión

La religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo. Es en parte el miedo a lo desconocido, y en parte, como dije, el deseo de pensar que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a uno en todas sus cuitas y disputas. El miedo es la base de todo: el miedo de lo misterioso, el miedo de la derrota, el miedo de la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. Se debe a que el miedo es la base de estas dos cosas. En este mundo, podemos ahora comenzar a entender un poco las cosas y a dominarlas un poco con ayuda de la ciencia, que se ha abierto paso frente a la religión cristiana, frente a las iglesias, y frente a la oposición de todos los antiguos preceptos. La ciencia puede ayudar a librarnos de ese miedo cobarde en el cual la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos, y creo que nuestros propios corazones también, a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos.

Lo que debemos hacer

Queremos mantenernos de pie y mirar al mundo a la cara: sus cosas buenas, sus cosas malas, sus bellezas y sus fealdades; ver el mundo tal cual es y no tener miedo de él. Conquistarlo mediante la inteligencia y no sólo sometiéndose al terror que emana de él. Todo el concepto de Dios es un concepto derivado del antiguo despotismo oriental. Es un concepto indigno de hombres libres. Cuando se oye en la iglesia a la gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, y todo lo demás, parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respetan. Debemos mantenernos de pie y mirar al mundo a la cara. Tenemos que hacer el mundo lo mejor posible, y si no es tan bueno como deseamos, después de todo será mejor que lo que esos otros han hecho de él en todos estos siglos. Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes. Necesita un criterio sin temor y una inteligencia libre. Necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear. 


Bertrand Russel, 1927
Traducción original: Josefina Martínez Alinari
Versión corregida: David Quiceno Rendón


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