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miércoles, 19 de marzo de 2014

El ‘enfant terrible’ del cine manizaleño

Por: Andrés Rodelo*

Todas las sombras

Pablo Villa no es tan distinto de esos sujetos que construyen automóviles de lujo en los garajes y que aparecen en los informativos de televisión con ademanes de "miren lo que hice".

El destino de Villa y el de Ken Imhoff (británico fabricante de su propio “Lamborghini”) giran en torno a una misma declaración de principios: el desmarque del sistema industrial, el emprender un norte que a la luz de la cordura solo llegaría a buen puerto bajo el amparo del sistema mismo, pero que encarrilado por impulsos antitéticos y disciplinados puede gozar de resultados sorprendentes. 

La perseverancia les ha concedido el momento de limpiar el sudor de sus frentes y de mirar a los demás con rostro de ilusión para proclamar: “Se puede”. Imhoff culminó su automóvil y Villa su primer largometraje, ‘Gaseosa’, que hizo de manera independiente con solo ocho millones de pesos.

Aunque habría que guardar distancias entre ambos casos, puesto que el cineasta manizaleño no solo debe la importancia del logro al fruto del esfuerzo personal (como le sucede a Imhoff), sino también al de un grupo de colaboradores cuyo trabajo se traduce en una sensibilidad que corre en oposición a la del cine mayoritario, ajena al carácter comercial e hiperbólico de este último. 

Un tipo de cine radical y de corte artesanal, mas no por ello simple y desangelado, que pretende ejercitar (también retar) la mirada del espectador desprevenido para desplegar en las fronteras de lo corriente y de los pequeños acontecimientos –aquellos que, en apariencia, no tienen potencial cinematográfico alguno- una puesta en escena que deslumbra por su espontaneidad y su realismo. 

Tal vez sean las palabras del cineasta ruso Victor Kossakovsky las que definan con mayor exactitud el ideal artístico de Pablo Villa y el de la Fundación Fellini, de la cual es director. “Quizá lo único que sé hacer es no dejar pasar las cosas. Como el colador que detiene la piedrecita valiosa. Es decir, la gente que esté sentada en la misma habitación que yo no verá, y yo sí”, una frase que pone de manifiesto una incapacidad de observar –a pequeña y gran escala- el esplendor de lo insignificante, que deviene en materia prima conceptual y narrativa para este cineasta local. 

Por sencillo que parezca tomar una cámara para grabar una película con fragmentos de la cotidianidad –en la línea de la aclamada democratización tecnológica- es el método de la Fundación Fellini el que adquiere una silueta en cuanto academiza un proceso que podría parecer deliberado, informal e inconsciente. Un método que afirma y contrasta sus inquietudes estéticas en el marco de un panorama saturado de propuestas a grandes rasgos similares, pero que no son más que filmes que incorporan las señas de identidad del cine realista para vender gato por liebre. 


Todas las sombras

Preceptos como el flujo vital, la negativa a ilustrar una idea de manera simple e inmediata, la improvisación en todos los aspectos, la espontaneidad de las interpretaciones –siempre caracterizadas por actores naturales y no profesionales-, la verosimilitud taxativa del relato, la intervención inapreciable de la obra desde cualquier departamento involucrado en su realización, la ausencia de música extradiegética y la sutileza del conjunto configuran el manifiesto de Villa y el de su fundación. Es decir, una disposición del lenguaje cinematográfico que se perfila como un tipo de realización austera, pero de cualidades narrativas y formales competentes. 

Un cine posible, que corrobora hoy más que nunca aquella frase dicha por el cineasta brasileño Glauber Rocha en los años sesenta, en la que aseguraba que para hacer cine solo se necesita una idea en la cabeza y una cámara en la mano. Una manera de proceder que, sin duda, ofrece también margen para la disidencia (el vapuleo injustificado de Villa hacia el cine hollywoodense como coartada que exalta su sensibilidad), pero que en últimas se antoja como reverso estimulante de aquella idea que promulga que dedicarse al cine es solo para los ‘hijos de papi’.

@elrodelo

*Andrés Rodelo(1988): nació en Ciudad Bolívar, Antioquia. Estudió periodismo en la Universidad de Manizales, donde descubrió su amor por el cine mientras coordinaba el Cineclub Cinéfagos. Escribe para medios como la revista Kinetoscopio, la Revista Online Ocho y Medio y el suplemento cultural Papel Salmón, del diario manizaleño La Patria. Coordina el Cineclub Estúpido de Manizales. En enero de 2013 participó en el VII Taller de Crítica Cinematográfica del Festival de Cine de Cartagena, en el que fue distinguido con la publicación de una crónica suya en el diario del certamen. Dirige también el programa radial Cinerama, de la Gobernación de Caldas. @elrodelo