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miércoles, 22 de marzo de 2017

Otro color para tu sueño

Por María Gloria Pérez*



"Y el hombre... Pobre! Vuelve los ojos,
 como cuando por sobre el hombro nos llama
 una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo
 vivido se empoza, como charco de culpa en la
                              mirada.
Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no sé"
                                                        César Vallejo

A la memoria de mi vecina Martha Luz Ríos



Madre e hijo. Otro color para tu sueño. Todas las sombras. Fuente: https://genial.guru/admiracion-curiosidades/20-fotografias-de-mamas-hermosas-y-sus-felices-hijos-varones-417/#image1107310Madre e hijo. Fuente: genial.guru


     -Estás tan frío, hijo.
     -Sí, mamá.
     -Si pudiera abrazarte como cuando eras niño, ¿recuerdas?
     -Sí, mamá.
     -"Usted siempre está tan calientita", decías.
     -Y fue su calorcito lo que más extrañé, lo que más busqué después.
     -¿Qué pasó, acaso nadie te abrigó?
     -Todos trataron de abrigarme, pero el frío me venía desde adentro.
     -Nunca viniste a visitarme.
     -No sabía dónde estaba,nadie me dio razón de usted. Sólo al final lo supe y aquí estoy.
     -¿Nunca te dijeron la verdad?
     -No. Nunca.
     -¿Por qué no preguntaste?
     -Siempre pregunté y siempre me dijeron: "Eres muy pequeño aún, cuando seas grande entenderás".
     -Pero creciste... mira cuánto... alto y delgado... tan delgado...
     -Igual que mi papá, ¿no le parece?
     -Sí, claro, igual que tu papá. ¿Qué pasó con él? Al principio venía todos los domingos. La última vez que estuvo aquí fue en uno de mis cumpleaños, se quedó conmigo hasta muy tarde, hasta que lo sacaron. Creo que fue el vigilante quien le dijo: "Hora de partir, amigo. Lo siento, pero yo cumplo órdenes" y se fue, callado. No volvió jamás.
     -Es que siempre está muy ocupado.
     -Sí, lo sé. Y yo aquí sin poder hacer nada, antes le ayudaba mucho...
     -No se ponga triste. No ve que otra vez vamos a estar juntos.
     -Pero ha pasado tanto tiempo. Tanto...
     -No se preocupe por eso, yo supe conservarlo todo. Me quedé como clavado, fijado en ese día. El último día que usted se puso su vestido amarillo, ¿se acuerda? Nos queríamos tanto. Usted sentada frente a la máquina de coser y yo en el corredor, mirándola, y usted me sonreía y me enseñaba tantas cosas: "Son del arco iris los colores, este es el rojo, rojo es el color del amor y de la guerra; azul, color del mar, del cielo y de los sueños; y el que más te gusta mi niño, el amarillo, es el más cálido de todos". Me enseñaba  una oración y quería que la repitiera y cuando le decía siquiera una palabra, se ponía tan feliz que se alejaba de su oficio y  me abrazaba llenándome de besos. Yo jugaba con sus manos, eran alas y eran mágicas, todo lo podían. Reíamos y usted cantaba y yo trataba de imitarla: "Palomita blanca de piquito azul...". Y su calor, ese calorcito de su cuerpo, pero sobre todo el de sus pechos. Tan grandes. Con ese sabor salado y dulce de la leche. Usted tan orgullosa de sus pechos. Yo, dueño de ellos. Me servían de cojines cuando en las tardes azules de verano nos tendíamos en el patio a soñar con las nubes que pasaban por el cielo. "Esta parece un elefante, con esa trompa larga; aquella otra es una mariposa; detrás viene una bruja ¡qué fea! con la nariz tan larga y sin escoba".

     Fue para mi quinto cumpleaños que su mirada empezó a tomar color de lejanía. Sí, yo ya sabía por su mirada y sus silencios, que algo no iba bien. Era la época aquella en que las gentes se encerraban en sus casas muy temprano. La ciudad se tornó extraña. Los muchachos de la esquina ya no estaban; se acabaron los partidos de fútbol de los niños de la cuadra; mi papá guardó la cometa que hicimos en diciembre diciendo: "Por ahora no hay dónde elevarla. Esperemos a que haya buenos vientos". Poco cosía usted entonces, como si casi nadie pensara en estrenar y cuando mi papá volvía del trabajo usted o recibía con un "gracias a Dios". ¿Se acuerda? Él también estaba triste, y enojado, entonces me decía malas palabras y usted lo regañaba: "No maldiga, no maldiga que con eso no ganamos nada": y yo sin entender lo que pasaba. Ustedes encendían la radio y escuchaban, a mí no me dejaban escuchar. Él maldecía, usted rezaba y yo sin entender. Y aquellas explosiones de día y de noche, de noche y de día. Yo refugiándome en sus brazos y el miedo brotando de sus ojos y corriendo por la casa.

     El día de mi cumpleaños usted llenó la casa con bombas de colores y aleluyas. ¡Eran tan lindas las bombas de colores...!

     Yo quería unos zapatos nuevos y usted dijo: "No te los compro porqueseguro que alguien te los trae de regalo" y después dijo: "Tanto regalo y nadie te trajo los zapatos. Cuando entregue el vestido que estoy haciendo te los compro".

     Yo me quedé en la puerta, esperándola. Esperando que llegara con los zapatos nuevos, pensaba en el olorcito de las cosas nuevas, ese olorcito extraño y delicioso. Usted no llegaba y yo esperándola. Muchas personas vinieron a la casa, venían de visita, algunas mujeres lloraban y rezaban, los hombres maldecían y usted no llegaba. Me paraba en la puerta y la veía venir con su vestido amarillo y los zapatos nuevos en las manos, sonreía y me decía "Ven a probártelos, son bonitos". En la noche buscaba entre la almohada el olorcito extraño y delicioso y buscaba sobre todo su calor, mamá.

     Crecí esperándola en la puerta, de tres a seis. De tres a seis todos los días. Al principio todos parecían entender y me dejaban quedar allá parado, esperándola. "No le digan nada, él irá entendiendo". "¿Por qué no lo llevan a la escuela?, va a estar entretenido". Me llevaron a la escuela. Era bonita, tenía un patio grande y muchos corredores. Pero me angustiaba pensar que mientras estaba allí usted llegaba: "¿Y si viene y no me encuentra y nadie le dice dónde estoy, y me busca y al no verme se va otra vez...?".

      La maestra, que se esforzaba por ser buena y comprensiva, se cansó de mis ausencias, porque aunque estuviera allí sentado, cerraba los ojos y me volvía como de caucho y me estiraba lento, primero las piernas y los pies, después el tronco con los brazos y luego la cabeza y así, estirado, estirado, sentado en la banca de la escuela, salía por los techos, doblaba las esquinas y esperaba en la puerta de la casa.

     -La maestra ha dicho que no debe volver. Que se ha convertido en un problema, que no juega, ni habla, que está ausente.
     -¿Qué vamos a hacer?¿Qué vamos a hacer con él?
     -Esperar, esperar, irá creciendo y con la edad le irá llegando la razón.

     Ya no me iban a obligar. Usted iba a venir y me tendría explicar tanta demora y me tendría explicar qué era lo que yo iba a entender cuando creciera. Usted tenía una respuesta para todo, yo sabía. Mi papá, siempre tan callado lo estaba más entonces. Llegaba tarde y bebía, bebía mucho. La abuela se enfadaba pero él salía en las mañanas muy temprano y no volvía hasta muy tarde. Entraba a mi cuarto y me besaba, eran unos besos tan distintos a los suyos, tenían sabor amargo -los suyos eran dulces- y sobre todo aquel olor desagradable de sus besos, fuerte y penetrante. "¿Por qué no viene mi mamá?", "ya vendrá, ya vendrá...". Siempre lo mismo, yo dormía hasta loa hora del almuerzo, la abuela me daba de comer y me arreglaba abrigándome muy bien porque el frío no me dejaba; a las tres en punto de la tarde ella misma abría la puerta silenciosa, casi cómplice. Con el tiempo fue perdiendo la paciencia. Se la veía tan ajada y lenta, le dolía la cabeza y siempre estaba disgustada. A veces la sorprendía observándome a escondidas, con un gesto extraño; otras veces la escuché comentando con las vecinas sobre lo confuso de mi mirada, mis palabras, mis silencios, todo los mío resultaba para los demás dudoso. Y él, él no decía nada. Una mañana, muy temprano, mi papá me despertó y me dijo: "Nos vamos hijo, la abuela está cansada y enferma, te voy a llevar a un lugar donde te van a cuidar y te van a ayuda hasta que te pongas bien, ya verás...". Me abrazó fuerte y por primera vez, desde que usted se fue, sentí calor. En un maletín pequeño empacaron mis cosas, eran pocas. Ella se quedó en la puerta, diciendo un adiós con la mano, mientras con el dorso de la otra se enjugaba unas lagrimitas menudas -como ella- que despacio se le iban escurriendo.

     Desde entonces me quedé en aquel lugar sombrío. Todos vestían de blanco. Yo no hablaba con nadie, ni siquiera con el señor de barba y bata blanca que todas las mañanas venía a interrogarme y anotaba en unas hojas mi mirada, porque yo nada le decía. Era difícil mamá, muy difícil. No sabía dónde estaba y me perdía tratando de encontrar una salida para estirarme nuevamente y viajar por los tejados y llegar hasta la puerta. Nadie sonreía, caminaban presurosos y apenas me miraban. Sólo el señor de barba y bata blanca se quedaba conmigo, sentado, preguntando. Sus palabras y sus gestos eran duros, él tampoco sonreía. Parecía llevando una razón de otra perdona, seguramente más severa. Me asustaba ese señor, pero pensaba que él también debía asustarse frente a la otra persona que mandaba la razón, entonces, cuando pensaba esto, le sonreía, nunca me devolvía la sonrisa y por eso nunca le hablé. Insistía y yo callado. Cuando salía me alegraba pensando "lo van a regañar".

     Vino después el tiempo del sueño. Quizás fue mucho, no lo sé. Fue maravilloso: Llegó con su vestido amarillo y mis zapatos nuevos en las manos, eran también amarillos. Los calcé , podía hasta volar con ellos. Yo volaba, usted me sonreía y a veces también volaba. Y ese olorcito extraño y delicioso que tanto me gustaba. Reíamos y jugábamos. Otra vez aquel calor, el de su cuerpo. Hablábamos de todo.
    
     Volvimos a cantar:
     "Palomita blanca
     de piquito azul,
     tiéndele la cama
     al niño Jesús,
     que viene muy cansadito
     de cargar la cruz".
     Un día desperté y no la vi más. Un ruido sordo invadió mi mente. Frente a mí estaba el señor de barba y bata blanca, me habló y lo escuché, y entendía, y pregunté y volví a entender y otra vez pregunté y también entendí. Entonces supe dónde estaba yo y dónde estaba usted. Ya no llevaba su vestido amarillo; ni conservaba el calor de su cuerpo, y sus manos, que todo lo podían, no eran nada.

     Traté de imaginarla pero todo era confuso, Eran otras las bombas y eran otros los colores que venían al recuerdo, aquellos, los de entonces, los que usted trajo a mi vida. Sin embargo, comprendía bien de qué me hablaba él: Estallidos... vida... guerra... madre... muerte... soledades...

     Por primera vez el hombre me sonrió poniéndome una mano sobre el hombro antes de salir del cuarto. Por primera vez le dije adiós.


     Medellín, 1992/1994

   
Este cuento fue ganador del Concurso Nacional e Cuento de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia en 1996. Publicado en el periódico El Mundo, el 18 de diciembre de 1999 y por la Secretaría de las Mujeres de la Alcaldía de Medellín en su libro Ellas Escriben en Medellín, en noviembre de 2007. Todas Las Sombras  reproduce este relato bajo la autorización de su autora y para contribuir al homenaje que ella le hizo a Martha Luz Ríos, su vecina.


*María Gloria Pérez: Nació en Anorí (Antioquia), un pequeño pueblo minero que por más de 40 años ha sufrido todas las batallas de esta guerra. Estudió licenciatura en Historia y Filosofía en la Universidad de Antioquia. Se desempeñó como profesora de literatura. Ha publicado en varias revistas y ha sido ganadora de tres premios nacionales de cuento.


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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Los otros

Por María Gloria Pérez*

 

Educación en el aula. Los Otros, Todas Las Sombras. Fuente: http://todaslassombras.blogspot.com/2016/11/los-otros.htmlSalón de clases. Fuente: UdeChile 

No me gusta la guerra. 

 


En el pabellón de máxima seguridad de una cárcel colombiana tuve un alumno cuyo alias era “Masacre”, venía de un pequeño pueblo del nordeste antioqueño, sus padres barequeaban oro en el río Nechí. A los once años deambulaba por su vereda, la escuela estaba abandonada, a la última maestra la habían asesinado una madrugada, camino a la escuela. Los niños se quedaron esperando, nunca vino nadie a reemplazarla. Cualquier día, uno de tantos en los que no había nada para comer, lo abordaron unos hombres invitándolo a partir, le ofrecieron ropa nueva y los “tres golpes”1 diarios. Se fue con ellos. A poco ya lucía un brazalete de las FARC, tenía once años. A los diecisiete, abandonó aquella milicia y por su pericia y habilidades militares fue reclutado por un grupo paramilitar en el que recibía buena paga y mejor trato.

Me pidió entrada a mi taller, advirtiéndome que nos sabía leer ni escribir, que había estudiado hasta segundo de primaria pero se le había olvidado todo. En los tres  años que estuve con ellos, nunca faltó al taller. El día que me despedí me dijo “no se vaya profesora, ya vio que no sé leer ni escribir, pero me gusta mucho oír hablar a las personas, me gustan mucho las historias”. 



Tenía veinticuatro años y estaba acusado de participar en el homicidio de por lo menos ciento veintitrés colombianos.  Cada que lo recuerdo me vuelve a doler su despedida y pienso: “cuántas vidas , incluyendo la de Masacre, se hubieran salvado, cuántas penas y vergüenzas menos llevaríamos a cuestas si por aquellos corredores, de esa escuela abandonada, hubieran corrido aquellos pies pequeños , si en ese patio, de esa escuela abandonada, hubieran aturdido los cantos y los gritos de las voces niñas, si al pequeño salón, de la escuela abandonada, lo hubiera entibiado la amorosa voz de una maestra, que repitiera: “la palabra paz es monosílaba, porque se escribe con tres letras, dos consonantes y una vocal”.



1. En el lenguaje coloquial de algunas regiones de Colombia, la expresión "los tres golpes" representa las tres comidas principales de cada día: Desayuno, almuerzo y comida.


*María Gloria Pérez: Nació en Anorí (Antioquia), un pequeño pueblo minero que por más de 40 años ha sufrido todas las batallas de esta guerra. Estudió licenciatura en Historia y Filosofía en la Universidad de Antioquia. Se desempeñó como profesora de literatura. Ha publicado en varias revistas y ha sido ganadora de tres premios nacionales de cuento.


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sábado, 8 de octubre de 2016

Antioquia, ¿SÍ o NO?


Por María Gloria Pérez*




Antioquia, ¿sí o no? Fuente: https://todaslassombras.blogspot.com.co/2016/10/antioquia-si-o-no.html
Marcha por la paz-Medellín. Fuente: Todas Las Sombras



Cansada de responder uno a uno los comentarios y deseos de algunos, referidos a los fatídicos resultados electorales en Antioquia, comentarios que van desde el deseo de "sacar" a Antioquia del mapa de Colombia (al mejor estilo de Paloma Valencia) hasta al deseo de exterminarnos, quiero expresar lo siguiente:


Son entendibles, muy entendibles, el dolor y la rabia. Antioquia puso el no. Así no más. Antioquia frustró la esperanza de medio país votante. Pero la cosa no es tan simple. Si a la Colombia por el SÍ le dolió este resultado, a la Antioquia por el SÍ nos devastó, nos paralizó.


Pero pasadas las primeras maldiciones, las primeras lágrimas, nos llegan, más que las razones, los motivos: no es necesario pasar más de un día con su noche en uno, cualquiera, de los barrios populares de Medellín para enterarse del dominio, en todos los ámbitos, de las ahora llamadas "bacrim", que no son más que bandas de narcoparamilitares descendientes, herederas de la poderosa organización de Pablo Escobar, unos; de los hermanos Castaño, otros; y otros más de las Convivir, creadas, organizadas y pagadas (en principio, con dinero oficial) por el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez.


Estos grupos ejercen un dominio tal, que gobierna el miedo en todos los momentos y aspectos del devenir cotidiano en los barrios populares, y, claro, para estas votaciones la cosa no iba a estar al margen: "Si en este barrio gana el SÍ, se armó la guerra, más de uno lo va a pagar" (por razones obvias no se revelan fuentes, pero si usted lo duda dese una pasadita por las comunas populares). Claro que incluso a pesar de esas amenazas, muchas personas, muchos valientes de los barrios votaron SÍ. Los 600 mil y pico de votos no salieron todos de los estratos altos. En los municipios reina una religiosidad medieval, que alimenta el atraso, religiosidad que va aumentando en la medida en que las llamadas "iglesias cristianas" adoctrinan puerta a puerta por barrios y veredas. Y no tiene objeto exponer acá cuáles, a qué y a quiénes sirven estos intereses religiosos que en este caso se dedicaron a alimentar el rencor, la sed de venganza y el terror por el "comunismo agazapado que trataba de tomarse a Colombia de la mano de Juan Manuel Santos".



Para nadie es un secreto que desde tiempos inmemoriales existe una dirigencia paisa astuta que ha alimentado el regionalismo más rampante, apoyándose en la ignorancia, y hasta ingenuidad del pueblo. Dirigencia de clase que creó mitos empalagosos con los cuales alienan, mitos como "la raza y la berraquera paisas", que bien han servido a los intereses de dominio político. A todo esto súmele las mentiras con las que los promotores del NO alimentaron la ignorancia que, por desgracia, campea en Colombia. Esa es nuestra tragedia, señores.


Y, por último, como en TODA Colombia, muchos partidarios de la paz, de manera irresponsable se atuvieron a que "el SÍ ya estaba arreglado", que era un hecho y no votaron. Puede que para muchos sea difícil de entender, es comprensible. Afortunadamente, el mundo gira, la historia es dinámica y se rige por las leyes de la dialéctica y, entonces, en medio de todo esto, estamos los 600 mil y pico de votantes por el SÍ, los más de 30 mil que marchamos ayer. Y por el bien de Antioquia, por el bien de Colombia, por el bien de la paz, pedimos comprensión y alguito de respeto, si quieren nos maldicen, pero no nos lo hagan saber. Ya tenemos bastante con el dolor y la vergüenza que nos acongojan desde el domingo. Estamos tratando de recuperar el aliento, de recoger nuestra maltrecha alma para seguir, en medio de la mayor adversidad, luchando por la paz.



Gracias, ¡y qué triunfe la paz!





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*María Gloria Pérez: Nació en Anorí (Antioquia), un pequeño pueblo minero que por más de 40 años ha sufrido todas las batallas de esta guerra. Estudió licenciatura en Historia y Filosofía en la Universidad de Antioquia. Se desempeñó como profesora de literatura. Ha publicado en varias revistas y ha sido ganadora de tres premios nacionales de cuento.