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domingo, 22 de diciembre de 2013

Empezar a escribir

Por: Javier Vivancos*


Empezar a escribir, Todas las sombras

Ardua tarea, si uno no sabe por dónde comenzar. Este espacio lo dedico a dar una pequeña recomendación que sirva como introducción en el arte de escribir ficción. No me extenderé demasiado, dado que terminaría repitiendo o plagiando, así que me limitaré a proporcionar un esquema básico de partida, algo así como mi propia reseña literaria para quien pueda servirle de orientación. Me dedico a escribir novelas, hasta ahora pertenecientes al género de suspenso o al de humor. En mis relatos varío la tónica y aprovecho para hacer experimentos. Pero a lo que iba; ¿qué necesita uno para empezar a escribir? Generalmente, una historia. Empecé mi primera novela (hasta entonces me había limitado a algún relato suelto, artículos de opinión, módulos para partidas de rol y un libro-juego) en 2004, y lo hice a partir de un sueño. Dicho sueño me dio una idea que en sí no es muy original, pues versaba sobre un capítulo de una serie de televisión (Buffy: the vampire slayer). Lo importante del asunto fue que me dio pie a volcar esa historia en alguna parte. No tenía mucho, en realidad, tan sólo la voluntad de querer escribirla, por diversión; sentarme ante el ordenador y teclear día tras día sin desfallecer. Si puedes hacer eso, vas por buen camino.
Tienes tu historia, vagamente, como imágenes sueltas que necesitas hilvanar. Puedes tomar notas, hacer un guión, definir a los personajes, crear cronologías, buscar textos que te puedan documentar sobre cuestiones técnicas de detalle. Pero no necesitas más: deja que la historia fluya sobre la marcha. Mucha gente se pierde por el camino, se agobia. Hay quien recomienda capitular, estructurar. En realidad, sólo necesitas crear fragmentitos, ir poco a poco. Luego ya les darás forma global, crearás un índice si te hace falta. Mi primera novela tenía esa estructura de partes, capítulos y secciones numeradas. Lo cierto es que facilita el proceso, pero no hay por qué encorsetar el texto. Si te resulta más fácil, hazlo así, y luego podrás definir los párrafos y suprimir la numeración que no te haga falta. Escribe tu historia y contémplala crecer durante el camino. Comprobarás que tienes ideas, quizá debas detenerte y planificar un poco, pero sólo un poco, no pretendas tener todo el libro de antemano en tu cabeza. Muchos escritores consagrados dicen que es bueno no saber qué final va a tener una novela, y es cierto. Aunque puedas tener una idea al respecto, tal vez consideres varias posibilidades, o tal vez descubras sobre la marcha un final más interesante. Ya tienes lo básico: ganas de escribir, constancia, y una historia. Escribe y no te preocupes de si estás cometiendo fallos gramaticales y demás. Si es la primera vez que intentas algo grande, te vendrá bien fijarte en la estructura, en los párrafos y el estilo de otros libros. Adóptalo como un primer modelo antes de definir el tuyo. Yo tomé el “IT” de Stephen King. Y, por desgracia, necesitarás talento. Todos queremos creer que se puede entrenar, pero lo cierto es que aunque los cursos literarios y la formación lingüística vienen muy bien, casi con seguridad no te van a brindar esa capacidad, esa fluidez y esa creatividad que uno necesita y que se ha manifestado, posiblemente, desde la infancia. Ponte a escribir y fluye. Si te gusta lo que escribes (aunque tenga faltas y errores), si te gusta cómo lo escribes, si estás leyendo tu texto y el estilo se parece al que te gustaría leer en uno de los libros que compras, te prestan o sacas de la biblioteca, entonces vale.
Eso es lo básico. Luego necesitarás herramientas. Las herramientas lingüísticas elementales ya debes haberlas aprendido en la escuela. Si estás verde en algunos campos, como me pasaba a mí, no importa; todo lo que está almacenado en tu cabeza irá encontrando la forma de corregirse consultando diccionarios y viejos apuntes. Poco a poco irás puliendo; incluso existen cursos para eso: no te preocupes. En mi primera novela cometía muchas erratas del tipo 'alrededor mío', tiempos verbales confusos, adjetivación excesiva, carencia de tildes, etc. Se puede y se debe entrenar. No va a ser eso lo que te detenga, pero procura escribir medianamente bien o te verás más que supeditado a contratar los servicios de un corrector literario. Otro tipo de herramientas son las del oficio creativo en sí, harán falta para que tus textos posean la riqueza necesaria y que su lectura sea cuando menos interesante. Este tipo de herramientas son muy importantes y, como ya he dicho, si no las dominas, se pueden aprender a base de lectura. Ese es otro de los secretos del arte y oficio de escribir: leer y escribir mucho. ¿No tienes tiempo para leer? Mal asunto; te recomiendo que lo hagas, y no sólo para aprender y disfrutar (que es de lo que va la lectura), sino también para no entumecerte; para enriquecerte y adoptar recursos estilísticos que quizá se te pasaron por alto, tal vez aportando alguna variante para tus textos. Esas herramientas de estilo están ampliamente documentadas y las podrás encontrar en cualquier libro de mejora de textos literarios. Alba editorial tiene una colección buena; son libros finitos y muy caros, pero el contenido lo vale. También me gustaría destacar un libro interesante a propósito del oficio de escribir: ‘Mientras escribo’, de Stephen King; no es práctico en cuanto a técnicas concretas, pero aporta una visión personal y consejos tangibles (mundanos) sobre cómo narrar historias. Estas técnicas, de las que hablo mucho y concreto poco, dichas así parecen alguna fórmula secreta para el éxito literario. No. Son simples recursos estilísticos que un buen narrador de historias va manejando conforme su pericia aumenta. Abarcan desde la estructuración (por ejemplo, empezar a narrar de delante atrás o recurrir a los flashbacks) hasta procurar suprimir los adverbios acabados en '-mente'. Las herramientas de estilo son aquello que hace más interesante, rico y variado al texto; aquello que procura no repetir adjetivos, no redundar, no explicar dos veces lo mismo, etc. Muchos escritores noveles, tal vez porque pecamos de malos poetas, metemos la pata diciendo cosas del estilo “era tan bella y preciosa”. A eso se le llama poner dos adjetivos sinónimos; uno de ellos sobra. Otras veces metemos la pata diciendo: “estaba sediento, así que abrió el grifo para beber agua”, ¿y si no para qué iba a abrir el grifo? También solemos abusar de los adjetivos pequeño y profundo. ¿Ha quedado claro a qué clase de herramientas me estoy refiriendo?
Pero si hay una técnica por excelencia (las estoy llamando técnicas, aunque se trata más de formas de expresar ideas sin resultar plomizo), al menos para mí, es la que deriva de diferenciar entre 'decir' y 'mostrar'. Estamos diciendo cuando escribimos: “Juan estaba cansado, así que dejó de trabajar”; estamos mostrando cuando explicamos: “Juan tenía las sobaqueras de un color oscuro delator, jadeaba y apenas si podía sostenerse en pie, así que dejó el azadón a un lado”. No se trata de utilizar una u otra forma de descripción, sino de conocerlas y saber adaptarlas según la intención y naturaleza de nuestro texto. Normalmente, es más rico mostrar que decir, porque nos demuestra con imágenes que el lector puede ver, con hechos, con pruebas que, en efecto, el personaje está cansado.
También habrás de cuidar el tiempo de la narración. Si te encuentras describiendo escenas en donde todo transcurre a gran velocidad o en donde tratas de imprimir ritmo, necesitarás frases cortas, verbos que evoquen rapidez, fijar la atención del texto sobre elementos que se muevan o sufran los efectos del movimiento de los personajes. A su vez, si estamos describiendo una escena en donde todo se desarrolla con lentitud, podremos recrear con frases largas y subordinadas, detenernos más en los detalles y las descripciones. No hay que olvidar que todo en el texto guarda relación con todo. No se trata de rellenar páginas con palabrería barata. Se trata de decir lo apropiado para el objetivo que buscamos en el momento; todo lo demás sobra. Y no se trata de una cuestión de escribir best sellers o, por el contrario, literatura densa. Se trata de contar lo necesario, aunque nos salga un quijote.
Una vez tienes tu historia, tus herramientas y tus ganas de escribir, tendrás que aprender a sortear los obstáculos típicos de cualquier narrador, aquellos que hacen que la historia flojee por alguna parte: exceso o falta de descripción, personajes pasivos, carencia de suspenso, historia demasiado predecible, personajes planos y repetitivos, diálogos poco creíbles, falta de información, falta de verosimilitud, expectativas que no se cumplen. No existe una cura preventiva para esto. Necesitarás práctica y el hábito de revisar tus textos conforme vayas aprendiendo más sobre el oficio. Cuando escribí mi primera novela, me sorprendí de la historia, de lo enfermizamente fluida que me salía. Al principio, todo lo que escribía me gustaba. Tuve más o menos el desarrollo previsto para estos casos: me atascaba con detalles técnicos, me detenía en buscarlos y seguía adelante. Inventaba nuevas escenas, enlazaba cosas, tomaba notas y revisaba para corregir; pero sobre todo escribía, la historia se vendía sola. Cuando llegó el glorioso pero triste momento de cerrarla, llega el no menos triste (por lo arduo) proceso de corregirla. Y como era un novato, lo tuve que hacer muchas veces. Ahora suelo corregir sobre la marcha, y luego, una vez acabadas, un par de veces más. Hay que detenerse, ir poco a poco, y descansar. Si te das el atracón porque te entra la prisa, tus ojos lo verán todo bonito y se te colarán verdaderos gazapos. Necesitarás corregir, mejorar el texto (lo que casi siempre implica acortarlo), completar alguna cosilla, pulir erratas, obtener una visión de conjunto de la historia, ver si el ritmo es el apropiado, si las escenas son lo que tú querías, -lo cual quedará más claro en una segunda corrección que ha de ser tan lenta, o más, que la primera-. Puedes hacer más correcciones, pero tampoco te vuelvas loco; te recomiendo en tal caso que busques algún libro de autoayuda de esos que hablan del perfeccionismo y te cures antes de seguir con el oficio. Una novela puede parecernos un primor al principio, y un petardo inocente después. Dejar transcurrir un tiempo (meses e incluso algún año) y luego volver a ella puede ser revitalizador.
Recapitulando: descubre tu historia, ponte manos a la obra y no desfallezcas. Entrena tu técnica y sigue aprendiendo. Revisa tus textos, aprende de tus errores y sigue adelante. Esto, a grandes rasgos, es lo que he aprendido y he descubierto. Aún sigo leyendo y escribiendo: aún sigo aprendiendo. Haz tú lo mismo, es el mejor de los consejos. ¡Ánimo!

*Javier Vivancos: novelista español perteneciente al género terror/suspenso. Entre otras obras, es autor de las novelas Lucrecia se oscurece, Yo vi tu silueta y Los últimos días de la sombra. Algunos de sus relatos pueden leerse en su sitio web: www.lucreciaseoscurece.hol.es/category/relatos/

jueves, 19 de diciembre de 2013

El valor moral de Mandela

Por: Desmond Tutu*


Nunca antes en la historia fue un ser humano tan universalmente reconocido durante su vida como la encarnación de la magnanimidad y la reconciliación como lo fue Nelson Mandela. Él puso a un lado la amargura de soportar 27 años en prisiones del Apartheid –y el peso de siglos de división colonial, subyugación y represión– para personificar el espíritu y la práctica de ubuntu (1). El entendió perfectamente que la gente depende de la gente para que los individuos y la sociedad prosperen. Ese era su sueño para Sudáfrica y la esperanza que representó para todo el mundo. Si era posible en Suráfrica, era posible en Irlanda, era posible en Bosnia y Ruanda, era posible en Colombia, era posible en Israel y Palestina. Por supuesto, en el espíritu de ubuntu, Madiba estaba pronto a señalar que él solo no podía tomar crédito por los muchos espaldarazos que recibió en su camino, ya que estaba rodeado por gente íntegra más brillante y joven que él. Eso es solo parcialmente cierto. La verdad es que los 27 años que Madiba pasó en las entrañas de la bestia del Apartheid profundizaron su compasión y su capacidad de empatía con los demás. Encima de las lecciones sobre liderazgo y cultura a las que fue expuesto durante su crecimiento como persona y mientras desarrollaba una voz sobre política anti-Apartheid para la gente joven, la prisión pareció agregar un entendimiento de la condición humana. Como el diamante más precioso tallado bajo la superficie de la tierra, el Madiba que emergió de prisión en enero de 1990 era virtualmente sin defectos. En vez de clamar por su libra de carne humana, proclamó el mensaje del perdón y la reconciliación, inspirando a otros con su ejemplo para extraordinarios actos de nobleza de espíritu. Él encarnó lo que proclamó -era la palabra viviente. Invitó a su anterior carcelero para que asistiera a su inauguración presidencial como invitado de importancia, e invitó a almorzar a la Presidencia al hombre que encabezó el caso del Estado en su contra en el juicio de Rivonia, donde se pidió la imposición de la pena de muerte. Visitó a la viuda del Sumo Sacerdote del Apartheid, Betsy Verwoerd, en el enclave de Orania, exclusivo para Afrikáners blancos. Tenía un toque único para espectaculares actos de grandeza humana de enorme simbolismo que la mayoría volvería asunto de oposición. ¿Quién olvidará el electrizante momento en la final de la Copa Mundial de Rugby en 1995 cuando salió de los camerinos del Ellis Park con el número 6 del capitán François Pienaar en el jersey Springbok que tenía puesto? Fue un gesto que hizo más por la edificación de la nación y la reconciliación que cualquier cantidad de sermones de predicadores o discursos de políticos. Aunque siempre fue un hombre de equipo, Madiba se sentía cómodo en su propia piel, confiado en su habilidad para distinguir lo correcto de lo incorrecto, tanto que mostró pocas de las inseguridades asociadas con muchos políticos. Era capaz de aceptar críticas e incluso estaba preparado para disculparse cuando sintió que debía pedir excusas. Tuvo el valor moral y ético, durante y después de su presidencia, para hacer y decir cosas que no siempre estuvieron de acuerdo con la política oficial de su querido ANC. Cuando la Comisión de Verdad y Reconciliación (TRC) publicó sus hallazgos, a muchos de los cuales se opuso fuertemente el ANC, Madiba tuvo la elegancia de aceptar públicamente el reporte. Otro ejemplo fue el establecimiento, a través de su fundación, del primer lugar rural de tratamiento del SIDA en Suráfrica, en un momento en que el gobierno respondía confuso y dudoso a la pandemia. Cuando uno de los comisionados de la TRC fue acusado en una audiencia de amnistía de estar involucrado en el caso ante la comisión, el Presidente Mandela autorizó una comisión judicial para investigar. Después, la secretaria del Presidente me llamó para conseguir los datos de contacto del comisionado. Yo caí en cuenta de que el Presidente quería tranquilizarlo, pero le dije a la secretaria que como jefe de la comisión yo debería conocer primero los resultados de la comisión judicial. A los pocos minutos el Presidente mismo estaba al teléfono diciendo: “sí, Mpilo, estás en lo cierto. Lo siento”. Los políticos encuentran muy difícil pedir disculpas. Sólo grandes personas se disculpan con facilidad, aquellas que no son inseguras. ¿Pueden ustedes imaginar lo que nos habría sucedido si Nelson Mandela hubiera emergido de prisión erizado de resentimiento ante el flagrante aborto de justicia ocurrido durante el juicio de Rivonia? ¿Pueden imaginar dónde estaría Suráfrica hoy si él hubiera estado consumido por la sed de venganza para devolver todas las humillaciones y toda la agonía que él y su gente sufrieron en manos de los opresores blancos? Por el contrario, el mundo estaba pasmado, más bien, sorprendido, por la inesperada transición pacífica de 1994, seguida no por una orgía de venganza y retribución sino por la maravilla del perdón y la reconciliación epitomizados en los procesos de la Comisión de Verdad y Reconciliación. No fue una sorpresa que su nombre se elevara por encima de cualquier otro cuando la BBC hizo una encuesta para determinar quién debería guiar los asuntos de nuestra Aldea Global cargada de conflictos. Un coloso de intachable carácter moral e integridad, la más admirada y reverenciada figura pública del mundo. El pueblo simpatizó con él porque sintió hasta la médula que realmente se preocupaba por ellos. Estaba consumido por la pasión de servir porque creía que el líder existe solo para el objetivo del liderazgo en sí, no para el auto-engrandecimiento o auto-promoción. La gente siente esto; no se les puede engañar, por ello es que los trabajadores de la planta de Mercedes Benz en Eastern Cape le regalaron un carro especial que fabricaron como muestra de aprecio. Por eso es que cuando fue a Inglaterra en su postrera visita de Estado, la policía tuvo que protegerlo de la multitud, que podría haberlo aplastado de puro amor. Usualmente las cabezas de Estado son protegidas en visitas oficiales para garantizar su seguridad contra aquellos que pudieran ser hostiles. Su pasión por servir lo llevó a continuar su larga marcha. Incluso después del retiro. Así hizo campaña vigorosa por aquellos afectados por HIV y SIDA, incluso cuando el gobierno que le sucedió pareció fallar al enfrentar la epidemia; y continuó levantando fondos para niños y otros proyectos, todos para otros y no para él mismo. ¿Tenía él debilidades? Por supuesto que las tenía. Su principal debilidad era su continua lealtad a su organización y a sus colegas. Retuvo en su gabinete ministros mediocres y hasta francamente incompetentes que debiera haber despedido. Su tolerancia con la mediocridad, puede argumentarse, sembró las semillas para los más altos niveles de mediocridad y corrupción que vendrían después. ¿Fue un santo? No si un santo es completamente sin falla. Yo creo que estaba santificado porque inspiró a otros poderosamente y reveló en su carácter, transparente, muchos de los atributos de la bondad de Dios: compasión, preocupación por los otros, deseo de paz, perdón y reconciliación. Agradezco a Dios por este notable regalo para Suráfrica y el mundo. Que descanse en Paz y se levante en la Gloria 

*Desmond Tutu: pacifista sudafricano, colaborador cercano de Nelson Mandela. Recibió el Premio Nobel de la paz en 1984 por su trabajo en la reconciliación africana. En la actualidad es arzobispo emérito de Ciudad del Cabo

1. Nota del traductor: dice Desmond Tutu en su comentario fúnebre sobre Mandela, que éste personificó el espíritu y la práctica de ubuntu. ¿Qué es ubuntu? Según la Wikipedia, se trata de una regla ética sudafricana centrada en la lealtad de las personas en sociedad. Se considera un concepto tradicional que viene de la lengua Zulú y que se ha cristalizado en dichos como “umuntu, nigumuntu, nagamuntu” que significa “una persona es una persona a causa de los demás”. Ubuntu es un concepto filosófico usado por la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que dirigió Desmond Tutu durante la transición a la democracia. Según Tutu “una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos”. El término se considera el pilar conceptual de la nueva república sudafricana y se le relaciona con la idea de un renacimiento africano. 

Versión en inglés: The Washington Post 
Traducción al español: Fernando Libreros 

martes, 17 de diciembre de 2013

Confusiones ideológicas

Por: Fernando Libreros

Ideologías Colombia, Todas las sombras
 
José Obdulio Gaviria publica los comentarios de Laura Villa sobre la no muy precisa entrevista de María Jimena Duzán y hay dos cosas que me llaman la atención. La primera es la confusión que existe sobre lo que es izquierda, que José Obdulio exhibe cuando dice que “el proceso de paz consiste en una arremetida política del socialismo del siglo XXI, que es contrario al sistema de libre empresa”. En mi humilde opinión de hombre de izquierda nacido entre la revolución china y la cubana, ese socialismo, esa izquierda, es del siglo XX, cuando la pujanza de China y Rusia parecían la prueba de que el Capitalismo había fracasado. De hecho, con mayor precisión, es socialismo del siglo XIX cuando en el Manifiesto Comunista Marx postulaba (todavía sin pruebas en contra) que la abolición de la propiedad privada era condición sine qua non para lograr el paraíso en la tierra y axioma fundamental que identificaba a los verdaderos comunistas, que aparecieron después de una larga evolución social. Estamos en el siglo XXI y sabemos que Inglaterra, en contra de la profecía marxiana, no se volvió un país socialista (decía Marx que sería el primero del grupo rojo por su desarrollo industrial), no desapareció la clase media a pesar de la reciente semi-proletarización en países pobremente gobernados, y China y Rusia van arrastrando sus estructuras hacia el capitalismo aunque sin adoptar lo que, dentro de nuestras imperfectas democracias, llamamos libertad. Creo que en el siglo XXI, quien se considere de izquierda, debe entender que el socialismo fracasó como sistema de imposición violenta y que los intereses del pueblo se pueden defender sin acabar hasta con el nido de la perra, cuyo cojín es justamente el régimen de propiedad privada. En este sentido he señalado la importancia de aclarar en La Habana a cuál siglo pertenece la ideología de los negociadores, pues un régimen de propiedad privada no puede, en principio, negociar con quienes lo quieren destruir de raíz. Estoy a favor del Proceso de Paz, pero debemos fijar posiciones pues, como dicen los mejicanos, lo que se ha de acabar mañana, mejor que se acabe de una vez.
La segunda cosa que me llama la atención es el descuido (especialmente del gobierno), al no precisar que las armas deben ser entregadas. Maquiavelo decía en uno de sus discursos que la historia y la política son siempre idénticas y los hombres las repiten al ignorar su uniformidad. Esto no nos libera de la necesaria exégesis para determinar hasta qué punto una historia repite otra y hasta dónde muestra elementos diferentes que deben ser tomados en cuenta o dejados de lado, dependiendo del punto escogido. La ciencia política, en su mayor nivel de abstracción, prescinde de los “ismos” y estudia las relaciones de poder entre diferentes grupos, clases o países en conflicto, para encontrar el común denominador que nos oriente hacia una solución que garantice un equilibrio lo más duradero posible.
Sobre la importancia del desarme en un proceso de paz hay muchos antecedentes, uno por cada conflicto que ha existido sobre la faz de la tierra, pero quisiera referir un caso que muestra claramente las consecuencias de dejar las armas sin entregarlas. Para entender su aplicación, hay que cambiar 'ejércitos' por 'frentes' y asumir que, en sentido estricto, quienes negocian no son vencedores ni vencidos, como lo prueba la evolución de los hechos. No entregar las armas implica una potencial reanudación del conflicto ante el menor desencuentro o incluso por el capricho de cualquier jefe que sienta que él no está hecho para la paz o que el gobierno cumple muy lentamente. En el libro ‘Líderes’ de Richard M. Nixon, al hablar de Zhou Enlai y Mao Tse Tung, se refiere al momento en que Chiang Kai Chek, gracias a sus ejércitos, fue proclamado jefe de la China unificada. Cuenta Nixon, un observador de primera fila, gestor de la separación entre China y Rusia: “la unificación (de China), sin embargo, era más verbal que real. Chiang dominó a sus rivales pero no les aplastó. Dejó que sus enemigos utilizaran esa antigua estrategia china que consiste en ceder ante una fuerza superior y salvar las apariencias aliándose al vencedor. Maquiavelo le hubiera dicho en tono admonitorio que al permitir que los jefes militares independientes conservaran sus puestos de dominio y el mando de sus ejércitos, jamás podría estar seguro de sus conquistas, porque hay ciertas lealtades que solo se basan en la dependencia”. Y agrega: “Chiang jamás logró obtener un control completo de toda China. Sus fuerzas tenían que dedicarse a preservar la unidad nacional. Si necesitaba enviar refuerzos a una parte del país, el jefe militar de otra parte le amenazaba con independizarse. En consecuencia Chiang se vio forzado repetidas veces a luchar contra diversos desafíos. No llegó a poder desmovilizar su ejército ni pudo dedicar la necesaria atención y los recursos imprescindibles a la modernización y reforma económica. Y lo que es peor, nunca pudo desplegar contra los comunistas toda la fuerza de su ejército. Su estrategia, por decirlo en pocas palabras, salvó las apariencias pero perdió China”.
Que no se pierda Colombia porque el gobierno y José Obdulio no distinguen entre la izquierda del siglo XIX y la del XXI; o porque la intelectualidad de éste país no comprenda que la ciencia política no tiene color predilecto. Sin importar si se negocia con paramilitares, guerrilleros, fundamentalistas religiosos o militares sublevados, hay que garantizar la entrega de la mayor cantidad de armas posible, como muestra de buena fe.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Contra el misticismo cuántico

Por: David Quiceno



Calificación:
Todas las sombras - Contra el misticismo cuántico

Una farsa. Un rosario de especulaciones medio chamánicas, medio gurúicas, presentadas como ciencia. Eso es ‘What the bleep do we know!?’, el docudrama de 2004 sobre… ¿sobre qué? ¿Las dificultades de ser sordomudo? ¿Las adicciones? ¿La colorida imaginación de un grupo de profesores? ¿La física cuántica? ¿La conciencia? ¿Las ventajas de ser positivo? ¿La existencia inminente de Dios? No sabe uno. Está todo presentado tan a la ligera, tan desperdigado, que no queda claro. Leo que, a desprecio de todos sus defectos, -las pésimas actuaciones, la ausencia de documentos, el exceso de exclamaciones- se ha convertido en un éxito de ventas, lo que llaman un ‘sleeper hit’, del que no se esperaba mucho y terminó recaudando nada menos que dieciséis millones de dólares. Para eso está hecha, como las novelitas de Paulo Coelho, como los secretos de Rhonda Byrne, como los doctorados de Edgar Morín. Pero más que nada, de entre todos los libros de supermercado, se parece a los cotilleos de Deepak Chopra, el médico conferencista del ‘new age’. Como en los artículos del hindú, el principal escudo de toda la línea de pensamiento es la ignorancia del espectador. La adaptación al español del título ya nos lo predice: ‘¿¡Y tú qué sabes!?’. Porque eso es lo que se busca: adeptos que ni sepan ni corroboren. Queremos entonces un tema que la mayoría no domine, que pocos puedan desmentir y que, a la vez, nos preste su reputación para presentar como incuestionables las más descabelladas nociones. ¿A quién todos respetan como autoridad intelectual, aunque no lo entiendan? A los matemáticos del universo invisible: Planck, Einstein, Heisenberg. Se suman un par de tarjetas con la etiqueta PhD y el público termina bebiendo como de la fuente misma de la sabiduría. Veamos lo que falla. 

La existencia de realidades paralelas:

Una de las exageraciones a las que la película dedica grandes porciones de la trama es la presentación del mundo como un universo sincrónico de otros. Es decir: un multiverso, como el de Marvel o el de DC Comics en los que coinciden Superman y Batman, Deadpool y Doctor Who, Wolverine, Iron Man y los Gemelos Fantásticos. Que los mencione no es aleatorio, porque es lo que quiero decir: esto es cosa de muñequitos, de ficción. Para la mecánica cuántica la existencia de múltiples universos es apenas una hipótesis que permite resolver algunos interrogantes, creando otros. Pero no tenemos una base sólida para considerar que nuestra realidad funcione así y, por lo tanto, hace falta cierta desvergüenza para pregonar la idea como una verdad comprobada. Muchos supuestos de las ciencias naturales han sido desvirtuados con el paso de los siglos, incluso los más serios. Para ejemplo: la gravitación universal de Newton, que se ha refutado de varias maneras. La primera desde su mismo campo, propuesta por los relativistas, que dicen que lo que conocemos como gravitación es “una ilusión del espacio tiempo, que deforma la geometría de la tierra y da la apariencia de que somos atraídos hacia ella”. Existen, también, críticas de razón. Hay una presunta incompatibilidad de conceptos como la tercera ley de Newton (toda acción tiene una reacción equivalente) y el libre albedrío (la ilusión de libertad). El célebre profesor de Berkeley, John Searle, lleva algunos años ocupándose del asunto. Otra crítica de razón es la causalidad, que aplica sobre el principio de atracción: no es posible observar, medir o inferir la fuerza entre dos objetos a distancia que no se tocan. Las realidades y las posibilidades no son lo mismo, y los directores de ‘What the bleep’ parecen olvidarlo. Que para la solución de una ecuación se requieran ciertas condiciones no quiere decir que funcionen en el absoluto. 

El viaje en el tiempo:

Sin ningún empacho el filme nos dice que el viaje en el tiempo está comprobado por la mecánica cuántica, y no es cierto. Es cierto que tras siglos de trabajar con la noción propuesta por Kant que regulaba el tiempo como una convención equivalente para todo observador, Einstein propuso que, en determinadas circunstancias, el tiempo transcurre más despacio. En determinadas circunstancias como la velocidad de la luz, que estamos lejos de alcanzar. Una inferencia lógica que de allí se desprende es que, si algo viaja a suficiente velocidad, puede percibir que pasan algunos minutos mientras para los demás observadores transcurren horas. En teoría: un viaje al futuro. Pero la versión contraria que presenta ‘What the bleep’, de hacer que el universo entero retroceda a un estado previo, no es ni siquiera una hipótesis. La ausencia de turistas del futuro, dice Stephen Hawking, lo confirma. Algo tiene que indicar sobre la calidad del documento el que se presente como un hecho que no sólo podemos movernos en diferentes realidades, sino que podemos ir hacia atrás y hacia delante, como omnipotentes hechiceros. 

La intención y el pensamiento positivo:

Hacer sentir al espectador poderoso, capaz de controlar la realidad, es precisamente la pretensión de ‘What the bleep’ y es, en parte, lo que le da buena acogida: la autoayuda, el autoelogio, la masturbación mental goza de una gran audiencia. Pero no son ciencia, aunque finjan de tal, y no deben tomarse en serio, aunque nos sonría el corazón (¿el corazoncito?) haciéndolo. Dos son las premisas en esta sección: que existe una conexión entre todos los componentes del universo y que, dado que existe y que nuestra voluntad es uno de ellos, lo que pensamos puede alterar la realidad. Para reforzar el concepto aparece una mujer vestida de arcoíris a repetir que “cada una de las células de nuestro cuerpo posee conciencia”. Mientras discurre, unas animaciones gelatinosas hacen gracias en la pantalla: se mueren de hambre, se enojan, se excitan, se golpean, se desean, se persiguen, se besan. En otro punto se exponen fotografías microscópicas del agua, a cargo de un japonés doctorado en medicina alternativa, Masaru Emoto. Unas de hexágonos simples, cristales en su estado puro, según dicen. Otras horrendas, afectadas por el pensamiento negativo. Y unas terceras bellísimas, como lo que imaginamos es un perfecto copo de nieve, transmutadas por la bendición de un monje o por la inspiración del amor y la calma. ¿Si el pensamiento es capaz de hacerle eso al agua -nos preguntan-, qué no podrá hacer con nosotros?


Tres cosas qué decir. Primero: esto ya no son intrincadas ecuaciones que sólo un puñado de personas puede resolver (aunque ninguno de los argumentos lo es, hasta los físicos más enigmáticos saben escribir, otros dedican buena parte de su carrera a presentar las implicaciones de lo desarrollado, como Carl Sagan o el mismo Hawking), sino ciencia de difusión, de la que interesa y sale en periódicos. Ni la conciencia ni las intenciones han sido encontradas en el mundo físico, y eso lo sabe cualquiera que consulte con regularidad un entorno de reflexión más o menos prudente. Se lo oí hace poco, en el TED CERN, al mencionado John Searle: en gran medida el fracaso de la robótica está dado por no haber podido definir, ni por lo tanto replicar o duplicar, cualquier vestigio de conciencia. Creemos que está por allí, pero somos incapaces de decir qué o dónde. 
Segundo. Leo que la mujer, Candace Pert, es neurobióloga especializada en farmacología y que su propuesta va en la línea de que si la conciencia está en las personas, y las personas están compuestas de células, entonces la conciencia está en las células. En palabras más comerciales, lo que le gusta repetir a los gurús de todos los ámbitos, entre ellos a Deepak Chopra: “el todo es las partes y las partes son el todo”. Como recurso literario esto puede tener alguna fuerza, ¿pero como hipótesis en la academia? Empiezo a sentir que me repito, pero aceptar que algo está conectado (lo cual es razonable), no implica aceptar que ambas cosas son iguales. No está mi televisor en la electricidad ni la electricidad es mi televisor. Si la conciencia estuviera compuesta por la materia de que estamos hechos a lo mejor bastaría clonar alguna porción de tejido e implantarlo a una máquina para transmitirle nuestra vida. O bastaría, como creen algunas comunidades remotas, con ingerir el corazón de otra persona para hacernos con su esencia y sus pensamientos. Nada hay (aparte de ficción y santería) que nos dé el más mínimo indicio de que esto sucede. 
Tercero. Al mundo le pasan cosas y, como no podemos controlarlas, creemos que están destinadas a suceder. Nos pasan y creemos que nuestro poder de decisión es nulo, que una mano invisible tiene definidos los acontecimientos desde el día en que vemos la luz hasta el momento de la muerte. Ese es, a grandes rasgos, el golpe que le da el determinismo al concepto de libre albedrío. No voy a pretender que tengo la respuesta, pero sé que el documental tampoco. Lo que plantea ‘What the bleep’ es la oposición total a la causalidad: todo lo decidimos, todo lo influimos, somos tan libres que no somos partes sino el universo entero. En esto hay una falacia evidente: la confusión de la libertad y la voluntad. Libertad es la capacidad de tomar decisiones en una brecha que se nos abre, de a pocos y sólo para algunas cosas, que nos permiten ir hacia la izquierda o la derecha, vestir la camisa naranja o la azul a cuadros. Pero la voluntad es el puro deseo, las ganas de que algo sea de una forma o de otra. Y por mucho que queramos, es una tontería pensar que todas y cada una de las voluntades de nuestro mundo ejercen influencia sobre lo que sucede. No sucedería nada, en ese caso, en espera de la votación universal para ver si las voluntades quieren o no que salga el sol. 

Los entrevistados:

Atiborrado de sinsentidos como está el producto, lo primero que uno tiende a pensar es que lidiamos con irresponsables que decidieron interpretar, a la buena de Dios, los dilemas más complejos de la existencia. Pero esta gente se juega sus títulos, y en más de un caso su prestigio como profesores: está la neurobióloga de la John Hopkins y el físico nuclear de la Universidad de Oregon, el anestesiólogo de la Arizona, el psiquiatra del MIT y el ingeniero de Stanford. Son graduados y no simples ‘expertos’ o ‘especialistas’, como suelen declararse los charlatanes que, sin nada que perder, buscan sacar algún dinero de la controversia mentirosa que generan sus ideas. Sólo David Albert, un filósofo con aire transilvano de la Universidad de Columbia, se declaró avergonzado del material resultante y acusó a los directores de haber editado tendenciosamente las declaraciones para ajustarlas a su propia agenda.
Así, la película termina siendo un golpe a los que se consideran los grados académicos superiores. Si uno sale de un doctorado así de equivocado, ¿qué sentido tiene hacerlo? ¿Qué dificultad representa aprobarlo? Aunque me falta decir algo: en el reparto también está la clave para la flagrante estupidez. Los dos integrantes con mayor despliegue en el filme son Joe Dispenza, quiropráctico a medio camino entre Chavelo y Oliver Hardy; y Judy Zebra Knight, una rubia de labios protuberantes que se presenta como ‘master teacher’ (maestro de maestros), eufemismo grandilocuente para lo que en realidad vende: ‘spiritual guide’ (guía espiritual). A estos curiosos personajes los conecta una institución: la Ramtha’s School for Enlightment (Escuela de Ramtha para la Iluminación). ¿Y quién es Ramtha, que no la vemos en la película? Una revelación. Una entidad de 35.000 años, dice Knight, que en 1977 se le apareció para contarle “cómo se hacía la realidad”. Ya que ella tuvo la suerte de registrar la aparición terminó fundando y dirigiendo la escuela. Tres de sus discípulos son los directores del documental. 

Los que he mencionado son sólo unos de los tantos elementos flojos de esta farsa. Sé, por ejemplo, que la anécdota sobre los indios incapaces de ver las naves de Colón no es cierta. Tampoco es cierto el supuesto estudio realizado en Washington donde a partir de 4.000 personas meditando se logró una reducción en la tasa de crimen (¿cuál?) del 25% . Del objeto que está en dos lugares a la vez, y que se puede ver en “numerosos laboratorios a lo largo de Estados Unidos” no encuentro ninguna información. Sé que la referencia al colapso de la función de onda (las pelotas de baloncesto) emplea una falacia que confunde al observador con el determinante, e incluso sé que mienten en los puros detalles, como que el cuerpo humano es 90% agua. 
Hablando de agua leo que Masaru Emoto, el dueño del estudio microscópico sobre la influencia de las palabras y los pensamientos en los cristales, vive en el descrédito por acomodar los resultados de sus experimentos. Como no ha logrado probar nada, vende calendarios en Facebook, a 29 dólares la pieza.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Mandela: reflexiones sobre la derecha, el diálogo y la paz

Por: Fernando Libreros

Todas las sombras, Mandela: reflexiones sobre la derecha, el diálogo y la paz

Todavía no ha sido enterrado Mandela y la derecha inglesa, por lo que se refiere a su línea dura, ha dejado claro que sigue apegada a la concepción Thatcheriana de que Mandela y el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) eran terroristas. Unos cuantos arrepentidos, por lo menos en apariencia, no son suficientes para cambiar la orientación partidista reaccionaria y dinosáurica de los Tories. Lord Tebbit dijo que Mandela “era el líder de un movimiento político que había comenzado a recurrir al terrorismo”, mientras que Terry Dickens lo comparó con terroristas de Al-Qaeda y no le pareció mala posibilidad que lo hubieran ejecutado. ¿Tiene algún fundamento este odio, aunque el mundo democrático no lo justifique, como lo demuestra el Premio Nobel de paz, y el de su colaborador Desmond Tutu, más la aceptación política del Congreso, más todas las muestras de cariño que vemos hoy por todos lados, despidiéndolo como un héroe?
En un buen artículo de Patricia Lee que publica el diario El País, llamado Las Dos Caras de Mandela, se dice que “el fallecido líder sudafricano, famoso por su resistencia no violenta, en un momento apoyó la resistencia armada como forma de lucha contra el Apartheid”. Según precisa Lee, “en sus comienzos Mandela fue el representante del ala más radical del Congreso Nacional Africano”. No obstante, Mandela será más recordado por la metamorfosis que describe el escritor sudafricano Zakes Mda, en palabras que cita Lee: “salió de la cárcel hablando de compasión e inclusión, me sorprendió su tono de tolerancia y reconciliación, habiéndolo conocido en los años 50, cuando era un revolucionario que respiraba fuego, muy alejado del benévolo hombre de Estado en que se convirtió”. Como en la obra de Shakespeare, está bien lo que bien termina y el que Mandela haya conseguido pacíficamente su objetivo de lograr la igualdad legal de negros y blancos (aunque la discriminación e injusticia continúen en niveles compatibles con los de las democracias promedio) de alguna manera ha justificado ante los ojos del mundo que en alguna ocasión haya pensado en recurrir a medios no pacíficos, lo cual fue la base legal para su ingreso a prisión. Pero eso es lo que no perdona la derecha de Inglaterra, para la que el muerto que hoy el mundo llora es un simple terrorista, con Premio Nobel de la Paz y todos los adornos que uno pueda pensar. La derecha inglesa, a juzgar por sus propias palabras, lo habría colgado con más gusto y con más razones que aquellas por las que colgaron a Sir Roger Casement, el héroe que denunció los genocidios de El Congo y de las caucherías de Arana en el Amazonas.
Ya que Desmond Tutu decía que el ejemplo de Mandela puede servir para Colombia, podría uno preguntarse hasta qué punto la derecha colombiana es más razonable con los opositores que la inglesa, que fue incapaz de perdonar a un hombre que Tutu describe, no como santo, pero sí como santificado por su capacidad de inspirar a otros en los más altos valores del espíritu. Por lo pronto sabemos que por tradición la derecha colombiana (el centro parece no existir, excepto por la cúpula de los intelectuales y uno que otro político) no acaba de perdonar a quienes como Petro y Navarro Wolf dejaron las armas y lograron conquistar escaños en el Congreso y puestos en la administración; sueña tras bambalinas con una marcha hacia atrás de la historia y con resucitar el genocidio de la Unión Patriótica, y lucubra con hacer listas negras en las que figurarían no solo los izquierdistas sino demócratas que de alguna manera –por valentía o terquedad- sean opositores invulnerables a las amenazas de la ultraderecha. Si Mandela y la izquierda colombiana, mutatis mutandi, comparten el pecado original de haber avalado la vía armada, ¿será que hubiera sido mejor jamás pensar en levantar una sola mano contra la santa burguesía y el sacrosanto Estado, a pesar de la injusta situación denunciada por Gaitán en los albores de la Violencia? De esa manera, quizá, la izquierda colombiana no sería tan odiada por la derecha y Mandela, por su lado, hubiera tenido el apoyo de la derecha inglesa, que consideró posible haber evitado ese inútil alboroto de “yo-viví-27-años-en-prisión” que se asocia a su lucha por la liberación del régimen del Apartheid. La respuesta la da la misma historia de Mandela y de Sudáfrica.
Hablar mucho y pedir derechos no sirve de gran cosa cuando los autocomplacientes dueños del mundo quieren ser sordos, pues se sienten muy seguros de su poder y su capacidad de compasión la aplican solo a sus mascotas. Sobre el Congreso Nacional Africano dice Lee: “fundado en 1918 por negros intelectuales y de clase media, peleaba por la igualdad racial, pero se limitaba a mandar cartas y peticiones respetuosas que no lograban ningún resultado”. Por el contrario, la segregación se incrementa en 1948, cuando llega al poder el Partido Nacional blanco y comienza a instrumentar el régimen de Apartheid. En reacción, aparece en 1951 la Rama Juvenil del CNA, presidida por Mandela, con un programa de resistencia pasiva inspirado en la Satyagraha de Mahatma Gandhi. Desde entonces, 1952, Mandela es catalogado como comunista, es llevado a juicio y se le impone sentencia (que fue suspendida). Para 1961 Mandela y sus seguidores fundan una organización armada llamada Umkhonto we Sizwe (La Espada de la Nación) por la que debe escapar del país. Las razones de semejante salto no dejan de tener resonancias anti-establecimiento que son comunes a la gran mayoría de los movimientos guerrilleros de América latina, por entonces bajo influencia de la Revolución Cubana: “cincuenta años de no violencia no han traído al pueblo africano nada más que mayor represión y menores derechos” decían Mandela y asociados. Y precisaban: “como la violencia en este país es inevitable, no sería realista que los dirigentes africanos continuaran predicando la paz y la no violencia cuando el gobierno responde a nuestras demandas pacíficas con la fuerza”. Todavía en 1985, dice Lee, cuando le ofrecieron a Mandela salir de prisión, éste insiste en que había apoyado la lucha armada “sólo cuando las demás formas de resistencia se cerraron”. Visto todo el proceso en perspectiva, un observador desprejuiciado no puede postular que en Sudáfrica y en Colombia, ahora y siempre, lo correcto es dejarse manipular indefinidamente por el Estado, sino que aquí y allá el Estado debe prestar atención a las demandas justas para que la gente no tenga que llegar a la lucha armada. Mejor prevenir que curar. Después de todo, como decía Ho Chi Minh, la violencia no es más que la razón exasperada.
En el caso colombiano, ya que el pecado de la violencia ha sido cometido (y no sin complicidad del Estado), lo mejor no es imaginar que nunca debió de haber sucedido y cultivar una sed inextinguible de venganza sino pensar de qué manera podemos evitar que se siga presentando hacia el futuro, creando un país más justo y con mayores opciones de participación política y de resolución de los problemas sociales que a todos atañen. De otra manera, tendría uno que pensar que si bien es cierto que la izquierda es parcialmente culpable de haber transitado tanto tiempo por el camino de la violencia, es propiamente la derecha la que hace imposible terminarla por poner demasiadas condiciones a una paz que ella misma quebrantó, más que con balas, convirtiendo al pueblo en un ejército de ignorantes, hambrientos y enfermos, muchos sin nada más que sus harapos para sobrevivir la noche, que parece nunca alcanzar el día. Y ahora le quiere echar la culpa al presidente que más ha hecho por cerrar la sangrienta brecha que separa a los que nada tienen de los que tienen casi todo. ¡Qué belleza de compatriotas!

domingo, 8 de diciembre de 2013

Mockus, el ubicuo

Por: David Quiceno

Todas las sombras, Mockus, el ubicuo

Una vez más aparece Antanas Mockus. Ahora aspirando al Congreso “con toda la fuerza del mundo”. Por el sólo anuncio le hacen una entrevista, nada menos que la revista SEMANA, y nada menos que María Jimena Duzán. Al instante cae la fiebre: ocho mil ochocientas reproducciones del artículo vuelan por Internet. Claman los efusivos como ante el regreso del Mesías, los mesurados hablan con respeto de la candidatura, aunque se vaya perdiendo la cuenta de cuántas veces lo han visto en un tarjetón. El doctor Antanas es -dicen-, un hombre serio, diferente, inmaculado, no un político sino un intelectual. ¡Lo que Colombia necesita!
Una pausa, por favor, antes de declarar otra marea (¿de qué color esta vez?). No sé cómo hace la gente para no cansarse, para mantener esos niveles de entusiasmo, inagotables, por una figura que no aporta una sola prueba de ser lo que dice. ¿Mockus no es un político tradicional? Pero si demuestra más ansias de poder que Serpa o Santofimio en su momento, a tal punto que en este país parece que no podemos pasar unas elecciones sin ver su nombre. Todos los cargos los ha pretendido: tres veces la alcaldía de Bogotá, dos el senado, varias la dirección de partidos, tres más la presidencia de la república y una la vice-presidencia. Eso, pues, que se sepa. Lo vimos candidato a la alcaldía en las elecciones que perdió ante Gustavo Petro, y a la presidencia en los últimos comicios, que perdió ante Juan Manuel Santos, y en los anteriores a esos, que perdió ante Álvaro Uribe. Antes la había buscado en el 98’, con una candidatura de la que sólo se recuerda el vaso de agua que le tiró en la cara a Horacio Serpa, para terminar figurando en la lista del Partido Conservador, detrás de Noemí Sanín, también derrotada. Al Congreso ya se había lanzado en 2007, sin obtener curul. Desde su última victoria en política han pasado más de diez años, recuperando la alcaldía que abandonó intempestivamente para recorrer el país seguido por doce hombres disfrazados de apóstol, en una demagógica campaña de la que no resultó un solo electo.
Eso es lo de Mockus: lo intempestivo con apariencia de pedagogía. Se levanta de las entrevistas, se viste de zanahoria, se pinta de colores la barba. Todos lo recuerdan bajándose los pantalones ante un auditorio, repartiendo chalecos antibalas de corazón, improvisando rap o contrayendo nupcias montado en un elefante. ¿Lo recuerda, alguien, en un ejercicio de verdad intelectual? ¿Mil horas de trabajo voluntario como solución al conflicto armado de Colombia? Ostenta una maestría, y poco más hay para decir. ¿Cuál es su propuesta para los temas serios? Nada. No habla de cómo reformar la salud, ni la justicia, ni el agro. En comercio internacional no se pronuncia (aunque por su gestión se intuye que es neoliberal). Para la educación, en la que se supone experto, no trae más que pancartas, ¿lo ha visto alguien -ahora que en esas andan los estudiantes- enarbolando la reforma a la educación?
La paz. Con eso pretende ser elegido esta vez, pero sin propuestas. Le pregunta María Jimena en la entrevista qué proyectos de ley piensa presentar. Responde que su objetivo es que no sean leyes inocuas ni saludos a la bandera”. Lo dicho: nada. Se le dan los moralismos, los temas simples, la repetición incesante de consignas propias de una misa de domingo: “la vida es sagrada”, “los recursos son sagrados”, te invito a construir, a ser proactivo, a no destruir. Pero detrás está el vacío, enmascarado de autoridad por la corbata y el tono pausado, y por la historia de haber sido rector de una universidad de la que fue expulsado por mostrar, literalmente, el culo.
Así las cosas, Mockus da la impresión de ser todo menos lo que en realidad es: un payaso. No tiene necesidad, porque los payasos también pueden salir electos. En Brasil lo demostró el comediante Tiririca, cuyo lema de campaña podrían adoptar, sin miedo, los fanáticos de Antanas: “vote por mí, porque peor de lo que está no se pone” o “yo no sé qué voy a hacer en ese cargo, pero cuando llegue allá le cuento”. En esto radica la esencia de su voto: en que todo lo demás sea peor y no, como viene haciendo hace veinte años, en abaratar la imagen del académico a la pedagogía del jardín infantil.
María Jimena Duzán termina la entrevista para SEMANA preguntando al cómico, al desopilante, al hilarante, al ubicuo, al eterno pero nunca aburrido candidato Mockus cómo piensa lanzar esta campaña, si tal vez saltando de un segundo piso, como hizo en su primera vez. Buscando el titular, Antanas contesta: invitaría a la gente a que hiciera el amor por Skype (…). Espero que la propuesta se entienda y no la consideren una perversión”.
Una perversión no, doctor Antanas: una bobada

domingo, 1 de diciembre de 2013

La justicia que tenemos

Por: David Quiceno

Todas las sombras, La justicia que tenemos

Las democracias tienen, todas, grandes problemas de gestión. Uno de los más serios es que la época electorera (la renovación o, con más frecuencia, la confirmación de funcionarios en los mismos puestos) cambia el panorama administrativo. Esto es especialmente grave en un país con los niveles de corrupción y apatía política que tiene Colombia. En una sociedad despierta tienden a mejorar los índices: la policía sale a las calles, el Congreso aprueba leyes rimbombantes y la economía, en más de una ocasión, recibe soplos inesperados: disminuciones en las tasas de interés y desempleo o aumentos súbitos del gasto público en áreas poco comunes. Buscando votos aparecen, en tropel, los gobernantes y las medidas que en otro tiempo se eclipsan con reinados y partidos de fútbol. Si bien esto a menudo proviene de peripecias estadísticas, da para crear la sensación de que se vive un buen año.
En Colombia no. Nuestro país pasa por uno de esos casos donde el Congreso se ha dado el lujo de recortar su período y, tomándose el primer año para instalar las sesiones y el último para hacer campaña, cobran por cuatro legislando dos. Como la navidad, que desde hace años empezaba en noviembre y de un tiempo para acá se pueden ver guirnaldas y luces intermitentes a mediados de octubre, nuestro Congreso ha dejado claro que el segundo período de 2013 y el primero de 2014 serán áridos. Que no se atreva nadie a llegar con debates complejos, con temas que haga falta discutir. Dos períodos (un año legislativo) no son suficientes. En el Capitolio, por estas fechas, sólo se oyen murmullos. Porque hay que hacer campaña, repartir afiches y aguardiente, sonrisas y lechona en cuanto pueblo alcancen las Toyota blindadas de que disponen. De allí que sorprendiera cuando, a principios de noviembre, el gobierno habló de presentar una nueva reforma a la justicia.
No es que no la necesitemos, pero este no es un país que suela aprovechar las coyunturas en beneficio de sus ciudadanos. Después del texto reversado en 2012 falta uno nuevo para dejar en firme la nivelación salarial que dió origen a los sucesivos paros en 2012 y 2013, y falta ajustar los recursos para hacer aplicable el sistema a que nos condenó el gobierno de Álvaro Uribe: el penal acusatorio. Pero eso es lo que menos preocupa a los congresistas, sus instancias judiciales (la Corte Suprema y el Consejo Superior) no son las que adolecen de bajo presupuesto. Si lo hicieran, incluso, tendrían en ello una fuerte carta para negociar. Eso por hablar del par de dolencias que confiesa el gobierno, “esfuerzos administrativos y presupuestales insuficientes para lograr sostenibilidad” y “dificultad en la coordinación de la oferta”. Pero una reforma seria debería replantear los inconvenientes del mismo sistema, que son muchos. Entre ellos uno que conocemos por los dramas de Hollywood: que para atrapar a criminales de alto rango los fiscales negocian penas irrisorias con los ejecutores, de menor importancia política. Y uno derivado, no tan popular en las películas: que la gente suele aceptar culpabilidades que no tiene. Si un fiscal le llega a un inocente con una prueba circunstancial y le dice que puede aceptar un trato por tres años de cárcel, o ir a juicio y arriesgarse a veinte, en un país donde los buenos abogados cuestan y los derechos son del que puede defenderlos, la lógica dice que muchos aceptarán. El Colombiano, un periódico de derechas, recoge unos cuantos adicionales. El primero es que el sistema penal acusatorio facilita el “abuso de las suspensiones y los aplazamientos de las audiencias orales y la lectura de las intervenciones”. También resultan problemáticas las particularidades del entorno local, por un lado el exceso de legislación y por otro la consabida deficiencia de presupuesto. Es decir: con la introducción del nuevo sistema creció la normatividad y no los recursos asignados.
Nuestro modelo judicial está entre los peores del mundo: uno de los más corruptos, arruinados, proveedor de condenas inmerecidas y, según el Banco Mundial, el sexto más lento. Para entablar un debate serio, el año electoral sería ideal. Los senadores, próximas las votaciones, no se podrían arriesgar a otra vergüenza como la de 2012. El Presidente, candidato a reelección, haría lo que esté a su alcance por pasarla, incapaz de soportar otro revés como los que viene teniendo (en seguridad, en justicia, en educación, en agricultura..). La discusión no sólo tendría que darse hasta el final, sino que se daría con un mínimo de decoro, pues la cercana medición obligaría a los políticos a moderar sus picardías. Esto es: si la colombiana fuera una democracia activa, con electores críticos, y los gobernantes ejecutores dispuestos a pasar proyectos en el momento en que se debe y no en el que es ‘políticamente correcto’. Pero no lo son, y por eso se dan gusto vendiendo titulares plagados de ideas que no pretenden llevar a cabo.
Leo veinte días después que el ministro Gómez Méndez declara que presentará la reforma, pero que no piensa tramitarla en el primer periódo de 2014, sino dejar para que la apruebe el próximo Congreso. Un Congreso que, recién elegido, podrá hacer con ella lo que quiera: en cuatro años todo se olvida. Con eso el interés vuelve a ser exclusivo del único tema que todos sabemos no es posible resolver en lo que queda del mandato: la paz; y los candidatos estarán llenando sus campañas de banderitas de 'la quiero', 'no la quiero' y 'lo pensaría'. Por gracias como esta se profirió esa frase que le atribuyen a Bernard Shaw, según la cual a los políticos y a los pañales los cambiamos seguido, por la misma razón. En esas estamos. Ojalá y le buscáramos alguna utilidad. Eso sí, hay que asistir a los mítines, seguro habrá natilla y buñuelos

domingo, 24 de noviembre de 2013

Por qué no soy cristiano (I)

Las memorias de esta conferencia, dictada en 1927 por el matemático Bertrand Russell, constituyen una de las más respetuosas y a la vez demoledoras críticas jamás hechas a la religión cristiana. Partiendo del trabajo de Josefina Martínez Alinari, presentamos esta versión corregida de la traducción.

Todas las sombras, Por qué no soy cristiano

El tema del que voy a hablarles esta noche es por qué no soy cristiano. Quizás debería, en primer lugar, intentar establecer qué quiere uno decir con la palabra cristiano. Esta es utilizada en nuestros días en un sentido muy impreciso por un gran número de gente. Algunas personas no quieren decir con ello más que alguien que intenta vivir una buena vida. En ese caso supongo que habría cristianos en todas las sectas y credos; pero no creo que ese sea el significado correcto de la palabra, aunque sólo sea porque eso implicaría que toda la gente que no es cristiana -todos los budistas, confucionistas, musulmanes, y demás- no intentan vivir una buena vida. No me refiero con cristiano a cualquier persona que procure vivir decentemente según su propio criterio. Pienso que debes tener un cierto número de creencias definidas antes de poder llamarte a ti mismo cristiano. La palabra ya no tiene un significado tan preciso ahora como el que tenía en la época de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. En aquellos días, si un hombre decía que era cristiano se sabía lo que quería decir. Aceptabas un completo conjunto de creencias establecidas con gran precisión, y creías en todas y cada una de las sílabas de ese credo con total convicción. 

¿Qué es un cristiano?

Actualmente ya no es así. Debemos ser un poco más imprecisos al referirnos al cristianismo. Creo, sin embargo, que hay dos elementos diferentes que son esenciales para cualquiera que se considere cristiano. El primero es de naturaleza dogmática -específicamente, que debe creer en dios y en la inmortalidad. Si no cree en esas dos cosas no considero que pueda llamarse cristiano. Más allá de eso, como su propio nombre implica, usted debe tener algún tipo de creencia sobre Cristo. Los musulmanes, por ejemplo, también creen en dios y en la inmortalidad, y sin embargo no se llamarían a sí mismos cristianos. Creo que debe tener como mínimo la creencia de que Cristo era, si no divino, al menos el mejor y el más sabio de los hombres. Si no va usted a creer en Cristo hasta ese punto no creo que tenga ningún derecho a denominarse cristiano. Por supuesto, hay otro significado, que pueden encontrar en el Almanaque Whitaker y en libros de geografía, donde se dice que la población del mundo se divide entre cristianos, musulmanes, budistas, idólatras y otros; y en ese sentido todos nosotros somos cristianos. Los libros de geografía nos incluyen a todos nosotros, pero ese es un sentido puramente geográfico que supongo podemos ignorar. Por lo tanto, considero que cuando les digo por qué no soy cristiano debo decirles dos cosas diferentes: primero, por qué no creo en dios ni en la inmortalidad; y segundo, por qué no creo que Cristo fuese el mejor y más sabio de los hombres, aunque le otorgo un grado muy alto de bondad moral. 
Pero por los exitosos esfuerzos de los no creyentes en el pasado, no podría tomar una definición tan elástica del cristianismo como esa. Como he dicho antes, esa palabra tenía antaño un significado mucho más específico. Por ejemplo, incluía la creencia en el infierno. Creer en la eterna llama del infierno era un elemento esencial en el credo cristiano hasta hace muy poco. En este país, como ustedes saben, creer en el infierno dejó de ser un elemento esencial gracias a una decisión del Consejo Privado, a la que se opusieron el arzobispo de Canterbury y el arzobispo de York; sin embargo en este país nuestra religión es establecida por Acto Parlamentario, y por lo tanto el Consejo Privado fue capaz de modificar sus gracias y el infierno dejó de ser necesario para los cristianos. Consecuentemente no insistiré en que un cristiano debe creer en el infierno. 

La existencia de Dios

Para llegar a esta cuestión sobre la existencia de Dios: se trata de una cuestión grande y seria, y si intentase tratarla de un modo adecuado debería retenerles a ustedes aquí hasta la llegada del reino, por lo que tendrán que excusarme si la abordo de un modo algo esquemático. Ustedes saben, por supuesto, que la Iglesia Católica ha establecido como dogma que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón pura. Es un dogma algo curioso, pero es uno de sus dogmas. Tuvieron que introducirlo porque llegó un momento en el que los librepensadores adoptaron la costumbre de decir que había tantos y tantos argumentos que la mera razón alegaría contra la existencia de Dios, pero por supuesto ellos sabían por una cuestión de fe que Dios existía. Los argumentos y las razones fueron descritos en modo muy extenso, y la Iglesia Católica sentía que debía pararlo. Por lo tanto determinaron que la existencia de Dios puede ser probada mediante la razón pura y tuvieron que establecer los argumentos que según ellos lo demostraban. Hay unos cuantos, por supuesto, pero yo solo tomaré unos pocos. 

El argumento de la primera causa

Quizás el más simple y fácil de comprender es el argumento de la primera causa (sostiene que todo lo que vemos en este mundo tiene una causa, y a medida que retrocedemos más y más lejos en la cadena de causas debemos llegar a una primera causa, y a esa primera causa le damos el nombre de Dios). Ese argumento, supongo yo, no tiene mucho peso hoy en día, porque, en primer lugar, ya no es lo que solía ser. Los filósofos y los hombres de ciencia han trabajado sobre el concepto de causa y este ya no tiene la vitalidad que tenía antes; pero, aparte de eso, pueden ver que el argumento de que debe haber una primera causa no puede tener ninguna validez. Podría decir que cuando yo era joven y reflexionaba muy seriamente sobre estas cuestiones, durante mucho tiempo acepté el argumento de la primera causa, hasta que un día, con 18 años, leí la autobiografía de John Stuart Mill, y allí encontré esta frase: "mi padre me enseñó que la pregunta ‘¿quién me hizo?’ no tiene respuesta, dado que conduce inmediatamente a la siguiente cuestión ‘¿quién hizo a Dios?’" Esa frase tan sencilla me enseñó, tal y como sigo pensando, la falacia en el argumento de la primera causa. Si todo debe tener una causa, entonces Dios debe tener una causa. Si puede haber algo sin causa, este algo puede ser tanto el mundo como Dios, por lo que no puede haber ninguna validez en ese argumento. Es algo de la misma naturaleza que la visión hinduista de que el mundo descansa sobre un elefante y el elefante sobre una tortuga; y cuando les preguntaron "¿y qué pasa con la tortuga?" los indios dijeron “¿y si cambiamos de tema?”. El argumento no es realmente mejor que ese. No hay razón por la cual el mundo no haya podido surgir sin una causa; ni, por otro lado, hay ninguna razón por la cual no haya podido existir siempre. No hay razón para suponer que el mundo haya tenido un principio. La idea de que las cosas deben tener un principio se debe realmente a la pobreza de nuestra imaginación. Por lo tanto, quizás, no necesito perder más tiempo en el argumento de la primera causa. 

El argumento de la ley natural

Luego hay un argumento muy común derivado de la ley natural. Fue un argumento favorito durante el siglo XVIII, especialmente bajo la influencia de Sir Isaac Newton y su cosmogonía. La gente observó los planetas que giraban en torno del sol, de acuerdo con la ley de gravitación, y pensó que Dios había dado un mandato a aquellos planetas para que se moviesen así y que lo hacían por aquella razón. Aquella era, claro está, una explicación sencilla y conveniente que evitaba el buscar nuevas explicaciones de la ley de la gravitación en la forma un poco más complicada que Einstein ha introducido. Yo no me propongo dar una conferencia sobre la ley de la gravitación, de acuerdo con la interpretación de Einstein, porque eso también llevaría algún tiempo; sea como fuere, ya no se trata de la ley natural del sistema newtoniano, donde, por alguna razón que nadie podía comprender, la naturaleza actuaba de modo uniforme. Ahora sabemos que muchas cosas que considerábamos como leyes naturales son realmente convenciones humanas. Sabemos que incluso en las profundidades más remotas del espacio estelar la yarda sigue teniendo tres pies. Eso es, sin duda, un hecho muy notable, pero no se le puede llamar una ley natural. Y otras muchas cosas que se han considerado como leyes de la naturaleza son de esa clase. Por el contrario, cuando se tiene algún conocimiento de lo que los átomos hacen realmente, se ve que están menos sometidos a la ley de lo que se cree la gente y que las leyes que se formulan no son más que promedios estadísticos producto del azar. Hay, como todos sabemos, una ley según la cual en los dados sólo se obtiene el seis doble aproximadamente cada treinta y seis veces, y no consideramos eso como la prueba de que la caída de los dados esté regulada por un plan; por el contrario, si el seis doble saliera cada vez, pensaríamos que había un plan. Las leyes de la naturaleza son así en gran parte de los casos. Hay promedios estadísticos que emergen de las leyes del azar; y esto hace que la idea de la ley natural sea mucho menos impresionante de lo que era anteriormente. Y aparte de eso, que representa el momentáneo estado de la ciencia que puede cambiar mañana, la idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre las leyes naturales y las humanas. Las leyes humanas son preceptos que le mandan a uno proceder de una manera determinada, preceptos que pueden obedecerse o no; pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren realmente las cosas y, como son una mera descripción, no se puede argüir que tiene que haber alguien que les dijo que actuasen así, porque, si supusiéramos tal cosa, nos veríamos enfrentados con la pregunta «¿por qué Dios hizo esas leyes naturales y no otras?», si se dice que lo hizo por su propio gusto y sin ninguna razón, se hallará entonces que hay algo que no está sometido a la ley, y por lo tanto el orden de la ley natural queda interrumpido. Si se dice, como hacen muchos teólogos ortodoxos, que, en todas las leyes divinas, hay una razón de que sean ésas y no otras —la razón, claro está, de crear el mejor universo posible, aunque al mirarlo uno no lo pensaría así—; si hubo alguna razón de las leyes que dio Dios, entonces el mismo Dios estaría sometido a la ley y, por lo tanto, no hay ninguna ventaja en presentar a Dios como un intermediario. Realmente, se tiene una ley exterior y anterior a los edictos divinos y Dios no nos sirve porque no es el último que dicta la ley. En resumen, este argumento de la ley natural ya no tiene la fuerza que solía tener. Estoy realizando cronológicamente mi examen de los argumentos. Los argumentos usados en favor de la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo. Al principio, eran duros argumentos intelectuales que representaban ciertas falacias completamente definidas. Al llegar a la época moderna, se hicieron menos respetables intelectualmente y estuvieron cada vez más influidos por una especie de vaguedad moralizadora. 

El argumento del plan

El paso siguiente nos lleva al argumento del plan. Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. Ese es el argumento del plan. A veces toma una forma curiosa; por ejemplo se arguyó que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se pueda disparar más fácilmente contra ellos. No sé cómo verían los conejos esta aplicación. Es fácil parodiar este argumento. Todos conocemos la observación de Voltaire de que la nariz estaba destinada a sostener las gafas. Esa clase de parodia no ha resultado tan desatinada como parecía en el siglo XIII, porque, desde Darwin, entendemos mucho mejor por qué las criaturas vivas se adaptan al medio. No es que el medio fuera adecuado para ellas, sino que ellas se hicieron adecuadas al medio, y esa es la base de la adaptación. No hay en ello ningún indicio de plan.  
Cuando se examina el argumento del plan, es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo creerlo. Creen que, si tuvieran la omnipotencia y la omnisciencia y millones de años para perfeccionar el mundo, ¿no producirían nada mejor que el Ku-Klux-Klan o los fascistas? Además, si se aceptan las leyes ordinarias de la ciencia, hay que suponer que la vida humana y la vida en general de este planeta desaparecerán a su debido tiempo: es una fase de la decadencia del sistema solar; en una cierta fase de decadencia se tienen las condiciones y la temperatura adecuadas al protoplasma, y durante un corto período hay vida en la vida del sistema solar. La luna es el ejemplo de lo que le va a pasar a la tierra; se va a convertir en algo muerto, frío y sin vida. 
Me dicen que este criterio es deprimente, y que si la gente lo creyese no tendría ánimo para seguir viviendo. No lo creo; es una tontería. Nadie se preocupa por lo que va a ocurrir dentro de millones de años. Aunque crean que se están preocupando por ello, en realidad se engañan a sí mismos. Se preocupan por cosas mucho más mundanas, aunque sólo sea una mala digestión; pero nadie es realmente desdichado al pensar lo que le va a ocurrir a este mundo dentro de millones de años. Por lo tanto, aunque es una triste opinión el suponer que va a desaparecer la vida —al menos, se puede pensar así, aunque, a veces, cuando contemplo las cosas que hace la gente con su vida, es casi un consuelo—, no es lo bastante para hacer la vida miserable. Sólo hace que la atención se vuelva hacia otras cosas.
 (...)

Todas las sombras, numeración