Por Francisc Lozano*
De Humberto de la Calle y de Sergio Fajardo y sus seguidores diré que les admiro profundamente por su decisión inaplazable de la búsqueda de un país inclusivo y que halle en la diversidad, en la educación, en la democracia, en la salud y en las nuevas economías la prosperidad intelectual, ambiental y económica que tanto le han negado por siglos quienes hoy ofrecen, una vez más y sin asomo de vergüenza, resolver los problemas que su forma de gobernar y corromper al país han creado.
Humberto de la Calley Sergio Fajardo. Imagen de Semana
Durante esta campaña electoral que
está a punto de culminar, hemos tenido candidatos para todos los gustos y colores,
y aunque no todos los colombianos se identifiquen con la democracia y sus
logros y falencias, casi todos encontramos en alguno de esos candidatos algo
que coincide con nuestro pensamiento, filosofía o visión. En mi caso, varias de
esas cosas confluyeron con los candidatos Petro, De la Calle y Fajardo. Para
mí, ellos y sus visiones representan el presente y el futuro de Colombia. Con
los otros candidatos comparto poco o casi nada, pero entiendo que representan
facciones de grupos de colombianos y, en consecuencia, respeto su aparición en
la arena política.
De Humberto de la Calle y de
Sergio Fajardo y sus seguidores diré que les admiro profundamente por su decisión inaplazable de
la búsqueda de un país inclusivo y que halle en la diversidad, en la educación,
en la democracia, en la salud y en las nuevas economías la prosperidad
intelectual, ambiental y económica que tanto le han negado por siglos quienes
hoy ofrecen, una vez más y sin asomo de vergüenza, resolver los problemas que
su forma de gobernar y corromper al país han creado.
Creo firmemente en la democracia
y sus instrumentos, y creo profundamente en la capacidad de decidir por quién
votar, por quién no hacerlo, e incluso no hacerlo, si se considera
inconveniente. Creo también en la potencialidad que tiene el voto en blanco
para dar golpes de opinión y exigir cambios, pero sólo si de verdad gana. Y
sólo puede ganar con la mayoría absoluta (50% de los votos más 1) en primera
vuelta, como cualquier otro candidato. O sea, si el 97% del censo electoral votara
el domingo 17 de junio en blanco, de todas maneras, el ganador saldrá de quien
obtenga más votos entre los dos candidatos. Hace 4 años escribí un artículo
explicando por qué el voto en blanco no es una panacea, y más bien termina
ayudándole a quien lleve la delantera a ganar las elecciones o a quien cuente
con la corrupción a su favor y limitando el acceso de proyectos políticos
independientes a la política. Porque los votantes en blanco son,
principalmente, personas que representan una parte del voto de opinión (el voto
libre de maquinarias y compras), el voto que siempre trata de elegir lo mejor
para el país, y, al no escoger la mejor opción democrática, colabora par que
quien tiene amarrados los votos legal o ilegalmente (Duque), termine imponiéndose.
Por esa razón, De la Calle, a
quien le escribí cariñosamente esta columna,
y Fajardo me han causado decepción, no porque no puedan votar en blanco ni porque votar en blanco sea un crimen,
cualquiera lo puede y lo debe hacer, si considera que es la mejor opción, sino
porque cuando se esperaba más de ellos y su compromiso con la paz real,
decidieron poner sus opiniones e intereses personales por encima del bien
supremo de la paz.
Aún queda tiempo para que se pronuncien a favor de la opción que representa mayoritariamente sus propuestas, pero su indecisión
puede terminar pasándonos factura a todos. El mismo Humberto decía, hace unas semanas,
que en la primera vuelta “se espera
que uno vote por el que le gusta…” y que eso se hace por reflexión, y que en la
segunda vuelta “la sociedad se divide en dos y genera uno u otro camino para
Colombia”. Pues bien, con su decisión y la de Fajardo, están incumpliendo con
su compromiso de defender la paz y están ayudando a que Duque, Uribe, Pastrana,
Ordóñez, Gaviria, Vargas Lleras, Viviane Morales, Marta Lucía, José Obdulio,
Fernando Londoño, Andrés Felipe Arias, “La Gata”, Armando Benedetti,
María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Samuel Hoyos, Oswaldo Ortiz y los demás
coequiperos de Duque tengan acceso al poder no sólo de la Presidencia, sino del
Congreso y, probablemente, de las cortes.
Las consecuencias de eludir el compromiso con la paz y el pragmatismo
pueden ser gravísimas e irreversibles.
Afortunadamente, otros liberales
y miembros de la Coalición Colombia, como Claudia López, Antonio Navarro y
Antanas Mockus, decidieron apoyar a Petro, pero el daño que hacen las
decisiones expresadas en público por parte de Fajardo y De la Calle no será
fácil de sanar.
Sergio y Humberto terminaron
siendo como quien predica, pero no aplica. Algo así como unos malos profesores que su timorata decisión terminaron arrastrando hacia la indecisión y la zozobra a varios
estudiantes. Es responsabilidad de esos estudiantes no seguir el trayecto que tomaron sus profesores y comprometerse con el presente y el futuro del país. Es su obligación moral aggarse del pragmatismo político y comprometerse con la paz.
Hoy, como hace cuatro años con Santos y Zuluaga, no podemos olvidar que la paz es un bien supremo, y
mientras el partido de Duque prometió “hacer trizas los acuerdos”, Gustavo
Petro y su equipo no sólo han propuesto mantenerlos, sino profundizar los avances logrados
con ellos. La paz está cerca, abracemos la paz.