Por: David Quiceno
De
gurús está lleno el mundo. Los hay desde los exitosos, en las registradoras de
los supermercados, financiados por Planeta y con el rótulo de Best-Seller;
hasta los patéticos, que abren una consultoría de coaching y cual hippie en los
sesenta van de puerta en puerta impartiendo buena vibra, actitud positiva. Los
tenemos inflados de reputación y dirigiendo doctorados, como Edgar Morín; y en
la biblioteca de las tías, como Paulo Coelho. No se limitan a los cotilleos
espirituales, como Deepak Chopra, o a las reflexiones de administración, como
Robert Kiyosaki. Los hay en medicina y economía, en política y antropología,
dando consejos para terminar una relación o para comenzar una empresa. Son
tantos, y son cada vez más, por un fenómeno triste: el rol de la autoridad
intelectual ha desaparecido, y en su reemplazo salta cada sapo al agua. En esto
ha derivado la falta que le hace a nuestra época lo que fue Zolá para la
Francia del Caso Dreyfus, lo que fue Borges para la Argentina de Perón o, para
no ir más lejos, lo que fue Klim para la Colombia de Lopez Michelsen. No es que
las personas dedicadas no existan, sino que se han vuelto invisibles, no tienen
despliegue pues les falta la ropa y la sonrisa para que su activismo, si lo
pretenden, tenga algún impacto. ¿Cuántos seguidores le quedarían a Slavoj Zizek
si se le restan los de Shakira? ¿Cuántos de los lectores de Vargas Llosa
sobrevivirían tras un enfrentamiento con los fanáticos de Bono? Por la pura
simpatía de las caras nos estamos acostumbrando a la flacidez, a tragar entero,
a que actores y reinas dirijan nuestro día a día. No vengo aquí a posar de
eminencia, a desplegar el rigor científico del que carecen otros, sino a
ejercer la única resistencia que como miembro de la grey puedo ejercer: la
denuncia. Vengo a desnudar, en la medida de lo posible, un gurú que, como
todos, pretende no serlo.
Cada uno tiene su método. Quienes buscan
renombre en la academia apelan a la confusión retórica, intercalan expresiones
sin sentido con palabrejas arcáicas para que el lector, embotado, asuma que
quien escribe es un erudito. Los esotéricos que venden para amas de casa, como
Chopra o Coelho, remiten a imágenes de lo que como paisanos desconocemos, la
aritmética detrás de la astrología maya o la teoría de los quarks. De quien me
ocuparé el día de hoy, Thomas Corley, escribe para emprendedores incautos y usa las
herramientas de la política y la economía: datos, cifras, números, relaciones.
Vine a conocerlo por un artículo que publicó la revista Dinero, que titula: '¿qué hábitos lo pueden volver millonario?'. (Ver segunda publicación). Desde aquello he encontrado que el
tal Corley es un farsante estereotípico. No sólo se presenta como una autoridad
en la materia, consultor de talla internacional que emplea su tiempo estudiando
la rutina de los ricos, sino que como buen gurú se da pantalla, aparece en
shows de televisión,
publica libros y hasta tiene su propia fundación, dedicada a congraciarse y
entrevistar personas adineradas (http://richhabits.net/).
Pues bien, ¿qué ha salido de tanta dedicación, de tanto coctel, de tanta
estadística? El estudio de cinco años que publica Dinero. Comienzo este espacio dándole una pasada a lo que para Corley traza la línea definitiva entre ser una
persona rica (que gana más de US$160.000 al año) y una pobre.
Dice Corley (a través de Dinero):
"1. El 70% de los ricos come menos de 300 calorías, mientras que el 97% de
los que no lo son consumen más de 300 calorías en alimentos chatarra al
día". ¿Qué saca uno de ahí? Porque a la interpretación ligera de que comer
menos de 300 calorías es un factor determinante para la riqueza le hace falta
un contraste; algo así como: ¿qué porcentaje de las personas que consumen menos
de 300 calorías son ricas? ¿El 0.001%? ¿El 0.0001%? Y creo que estoy
exagerando, toda vez que las personas ricas del mundo, sumadas, representan menos del
0.7% de la población (CreditSuisse). Me diría Corley: ah, pero es que no siguen
los demás hábitos. Por ejemplo: ven mucha televisión. (“12. El 67% de los ricos
ve una hora de televisión o menos todos los días frente al 23% de los pobres”).
Le pregunto: ¿qué hay de todos los indigentes que no llegan a las 300 calorías
diarias y no tienen televisión? Y aquí el colmo de la tontería: ah, pero es que
no hacen aeróbicos. (“3. El 76% de los ricos hace ejercicios u aeróbicos 4 días
a la semana”). ¿Se imagina alguien a Carlos Slim o a Warren Buffet en mallas?
La lista sigue, se recomienda llegar puntual, no ver realities, no decir lo que
piensa. Leer dos libros al mes, treinta minutos al día, y entre trayectos
escuchar audiolibros. Los ricos, como los pinta Corley, parecen una casta de
individuos en extremo sensibles, atentos a todo tipo de literatura. Pero lo he
dicho al principio: esto es una sarta de mentiras y estadísticas
aleatorias. Por todo, incluso por el tamaño de la muestra, que no es para nada
representativa. Dice Dinero que para el estudio, de cinco años, se
entrevistaron 350 personas adineradas. Según CreditSuisse los ricos del mundo ascienden
a 32 millones de personas. La muestra es, entonces, la nadería del 0.001093%.
Pero así fuera representativa, así hubiese entrevistado a todos los ricos del
planeta los enunciados que presenta Corley se aplican a cualquier introvertido
que come poco y va al gimnasio, que tiene una lista de metas y lee a diario.
Que no sabe cómo va Protagonistas de novela y que de vez en cuando hace
voluntariado. En cada uno de los puntos de este artículo se aplica un silogismo
defectuoso, se asume que porque las vacas son herbívoras todos los herbívoros
son vacas. ¿El argumento que tiene Dinero para creerle a Corley es que su
estudio se tardó cinco años? ¿Le creen porque es norteamericano y usa corbata?
¿Porque va a talkshows o porque dice ser contador público con maestría en
impuestos? Seriedad, por favor. Aquí en Colombia, con menos presupuesto y sin
difusión, se sacan mejores datos. Me recuerda en esto, Dinero y los discípulos de este estudio, al caballo de Rebelión en la granja, de Orwell, aquel que
siempre que las cosas iban mal asumía que el problema estaba en sí mismo, que
lo que había era que trabajar más duro, levantarse más temprano. No se le
ocurrió nunca al pobre Boxer que el juego estaba arreglado, que las
condiciones, desde el principio, eran injustas. Imagínese que le dijeran que el
80% de los ricos conduce un Bentley, un Ferrari o cualquier otro auto de más de
100 mil dólares, ¿sale de ahí que la clave para ser rico es manejar el carro?
¿No será que el carro se puede manejar precisamente porque se es rico? El
estudio de RichHabits falla hasta en la lógica. Dice que los ricos leen 30
minutos al día y con eso terminan 2 libros al mes, ¿se van de letra en letra o
sólo leen Tolstoi? ¿No será que por aparecer inteligentes, por justificar su
exceso de posesiones están mintiendo y los datos, además de malinterpretados,
son poco creíbles porque los ricos no leen sino estudios baratos?