No veo series, o más bien he visto pocas (cortas, sobre todo) y no son,
precisamente, las que se apoderan de las charlas de cafetería, recesos en el
trabajo o apasionadas discusiones en medio de una borrachera sobre si el
regreso de Jon Snow estuvo o no a la altura de lo esperado. ¡No he visto ni un
episodio de Juego de Tronos! (para muchos, una abominación en estos tiempos de
seriesífilis), pero me entero de la existencia de estos personajes por las
menciones (omnipresentes) que se hacen de ellos, especialmente al estrenarse
cada temporada, cuando todos están muy (¡muy!) obsesionados con comunicarlo al
mundo.
Es que es inevitable no enterarse, de verdad. Son como el nuevo hit del
verano que retumba en todas partes hasta que, involuntariamente, terminas
memorizando la letra sin que hayas tenido la mínima intención de hacerlo;
un fenómeno con poder multiplicado por la fiebre de Internet,
que se filtra por las paredes de tu subconsciente hasta el punto de que nombres
como Walter White, Rick Grimes y Daenerys terminan siendo familiares y, a
su vez, completamente desconocidos.
Game of Thrones. Tomada de: www.flickr.com
No veo series porque son esclavizantes, demandantes y porque ya no poseo la
disposición de enfrentarme a un episodio tras otro como lo hacía a mis 12 años,
aferrado al televisor mientras los capítulos de Fullmetal Alchemist, por
ejemplo, desfilaban por mis retinas. A juzgar por el éxtasis desenfrenado y el
paroxismo con el que muchos amigos me hablan de ellas, he llegado a pensar que
verlas es algo como: “Toma tu mejor orgasmo, multiplícalo por mil y aún así
estarás lejos de lo que se siente cuando te inyectas heroína”, tomando esta
frase de Trainspotting, de Irvine Welsh, como punto de partida para entender la
adicción que producen. “Parce, me tiene embazucado esa serie”, me dijo alguna
vez un amigo.
Personalmente, he mantenido distancia con esta jeringuilla, también porque
me gustan más las películas: me someto a un visionado de 3 horas como máximo y
la experiencia culmina, adquiero plena consciencia del universo que plantea y
puedo pasar a otra cosa. Claro, están las sagas, pero en la mayoría de los
casos aguardan por mí en el futuro, dos o tres años, el tiempo promedio que les
toma a los grandes estudios hacerlas. Es decir, puedo hacer muchísimas cosas
más mientras se estrena la próxima entrega. O si la comencé tarde es probable
que deba ver unas cuantas secuelas, cuyas duraciones no se comparan ni
por asomo con las que tienen las series de hoy.
Hoy, si no viste Juego de Tronos desde el comienzo y quieres enterarte de
quién es el archimeganombrado Jon Snow, ¡pues tienes 67 episodios por
delante, amiguito!, que duran entre 50 y 67 minutos cada uno, lo que vendría
siendo, más o menos, 4.020 minutos de tu preciado tiempo. ¿De verdad,
tanto tiempo?, ¿no puedo hacer algo más?, ¿puedo leer un libro?, ¿puedo ir al
baño, aunque sea?, ¿puedo comer? Hay quienes tienen tiempo de sobra
para hacer muchas cosas más, aunque de entrada ya parece un esfuerzo
¡bastante grande! y que te mantendrá ocupado un rato largo.
Con las películas las ves y te sales de ellas, saltas a otra cosa para no
enloquecer por la saturación. ¿Estás viendo Alien?, ¿qué tal una peli de
Cassavetes cuando termines?, ¿ya acabaste? Pasemos a Depredador y luego a
Gritos y Susurros. Esta sensación de refrescarse permanentemente y de estar viendo
cosas que no se parecen en nada es lo que me mantiene cuerdo. ¿Una maratón de
una serie de 121 episodios como Lost? Mis sentidos explotan. Variar y variar es
un placer.
Este, más que un ataque, es la percepción de alguien que no tiene la
paciencia para seguirle a las series su ritmo exponencial. Espero que alguien
se sienta identificado, sobre todo en un panorama en el que quienes no las
vemos somos una minoría. Ustedes, como yo, sabrán lo que es sentirse aislado
cuando tus amigos hablan del último episodio de Penny Dreadful, House of Cards
o Mr. Robot y lo que es intentar iniciar una conversación sobre El Demonio
Neón, la última peli de Nicolas Winding Refn, y que te miren con cara de: “¿de
qué mierda estás hablando?”. Ese es el poder de las series de hoy.
Admiración para quienes se enfrascan en ellas y las despachan a una
velocidad apabullante. Insisto: esta pataleta, muy personal, está al margen de
la calidad artística que posean y va encaminada a desvelar que muchos no
tenemos la dedicación de estar un largo tiempo en contados lugares, pues
preferimos estar en muchos más y solo por unos instantes. En este caso, como
también lo dijo en su momento el crítico argentino Hernán Panessi a propósito
de este tema: “Prefiero tocar cien culos diferentes que el mejor culo del
mundo”.
¿Tiene algo que decir?
¿Una sugerencia para dar? Por favor comparta sus opiniones con nosotros en la
sección de comentarios. Le pedimos amablemente que use un lenguaje apropiado
para este tipo de discusiones. Si usted utiliza lenguaje obsceno, Todas Las
Sombras se reserva el derecho de eliminar o bloquear sus comentarios. Gracias
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*Este artículo apareció inicialmente
en: http://www.lapatria.com/blogs/el-blog-estupido/no-me-gustan-las-series
y se reproduce en este espacio bajo la autorización del autor.
**Andrés
Rodelo(1988): nació en Ciudad Bolívar, Antioquia. Estudió periodismo en la
Universidad de Manizales, donde descubrió su amor por el cine mientras
coordinaba el Cineclub Cinéfagos. Escribe para medios como la revista
Kinetoscopio, la Revista Online Ocho y Medio y el suplemento cultural Papel
Salmón, del diario manizaleño La Patria. Coordina el Cineclub Estúpido de
Manizales. En enero de 2013 participó en el VII Taller de Crítica
Cinematográfica del Festival de Cine de Cartagena, en el que fue distinguido
con la publicación de una crónica suya en el diario del certamen. Dirige
también el programa radial Cinerama, de la Gobernación de Caldas. @elrodelo
Game of Thrones. Tomada de: www.flickr.com
No veo series porque son esclavizantes, demandantes y porque ya no poseo la disposición de enfrentarme a un episodio tras otro como lo hacía a mis 12 años, aferrado al televisor mientras los capítulos de Fullmetal Alchemist, por ejemplo, desfilaban por mis retinas. A juzgar por el éxtasis desenfrenado y el paroxismo con el que muchos amigos me hablan de ellas, he llegado a pensar que verlas es algo como: “Toma tu mejor orgasmo, multiplícalo por mil y aún así estarás lejos de lo que se siente cuando te inyectas heroína”, tomando esta frase de Trainspotting, de Irvine Welsh, como punto de partida para entender la adicción que producen. “Parce, me tiene embazucado esa serie”, me dijo alguna vez un amigo.
Personalmente, he mantenido distancia con esta jeringuilla, también porque me gustan más las películas: me someto a un visionado de 3 horas como máximo y la experiencia culmina, adquiero plena consciencia del universo que plantea y puedo pasar a otra cosa. Claro, están las sagas, pero en la mayoría de los casos aguardan por mí en el futuro, dos o tres años, el tiempo promedio que les toma a los grandes estudios hacerlas. Es decir, puedo hacer muchísimas cosas más mientras se estrena la próxima entrega. O si la comencé tarde es probable que deba ver unas cuantas secuelas, cuyas duraciones no se comparan ni por asomo con las que tienen las series de hoy.
Hoy, si no viste Juego de Tronos desde el comienzo y quieres enterarte de quién es el archimeganombrado Jon Snow, ¡pues tienes 67 episodios por delante, amiguito!, que duran entre 50 y 67 minutos cada uno, lo que vendría siendo, más o menos, 4.020 minutos de tu preciado tiempo. ¿De verdad, tanto tiempo?, ¿no puedo hacer algo más?, ¿puedo leer un libro?, ¿puedo ir al baño, aunque sea?, ¿puedo comer? Hay quienes tienen tiempo de sobra para hacer muchas cosas más, aunque de entrada ya parece un esfuerzo ¡bastante grande! y que te mantendrá ocupado un rato largo.
Con las películas las ves y te sales de ellas, saltas a otra cosa para no enloquecer por la saturación. ¿Estás viendo Alien?, ¿qué tal una peli de Cassavetes cuando termines?, ¿ya acabaste? Pasemos a Depredador y luego a Gritos y Susurros. Esta sensación de refrescarse permanentemente y de estar viendo cosas que no se parecen en nada es lo que me mantiene cuerdo. ¿Una maratón de una serie de 121 episodios como Lost? Mis sentidos explotan. Variar y variar es un placer.
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