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sábado, 11 de enero de 2014

Violencia y crecimiento económico

Por: Francisc Lozano*

Violencia y crecimiento económico, Todas las sombras

Para nadie es un secreto que en nuestro continente países como Brasil, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú y Colombia han tenido un crecimiento económico positivo en los últimos 10 años (alrededor de 3% anual). Claro está que ninguno ha alcanzado tasas tan impresionantes como las de China, sin duda alguna el campeón mundial del crecimiento económico de la primera década del siglo XXI, llegando a superar el 10%. En Latinoamérica, aunque la cifra no es tan alta, se ha sostenido a pesar de la crisis que afectó al mundo en 2008, y que hoy tiene quebrada a Grecia, y en jaque a otras economías como la española, la portuguesa, la italiana e incluso la francesa. Según la Cepal, “el desempeño económico y social de la región en el cuatrienio 2003–2006 ha sido el mejor de los últimos 25 años”. Esas noticias son sólo en parte alentadoras. La razón es simple: el crecimiento económico y el desarrollo son dos elementos muy diferentes. Mientras el primero habla de cómo crece el PIB, el segundo trata de cómo ese crecimiento ayuda a construir una sociedad más avanzada en términos económicos y sociales. China, que viene creciendo sin parar hace más de diez años, hasta 2009 registró aumentos en sus índices de desigualdad económica –Gini: 0,49. (Ver cifras). Pero ha logrado reducirlos de forma consecutiva los últimos tres años, al contrario de Colombia –Gini: 0,539. (Ver cifras)

Ahora bien, los indicadores de violencia son muy diferentes a los económicos, pero mantienen una tendencia relativa: también están creciendo. De acuerdo con un artículo de Sandro Pozzi publicado en El País, “el último informe de desarrollo humano refleja con nuevos datos cómo el crimen y la violencia impactan en la región. Hay un dato que visualiza la dimensión de un problema en aumento: más de 100.000 asesinatos al año [en América Latina]

La violencia es de muchos tipos y tiene diversos orígenes; a diario aparece en nuestras casas, calles y plazas. A través de las noticias nos hemos convertido en sus fieles seguidores y ahora cualquier tipo de televisión que se pretenda de alto impacto tiene que exhibirla. Lo demuestran los estudios sobre audiencia, los programas más vistos en Colombia son Sin tetas no hay paraíso, El capo, Escobar: el patrón del mal, Tres caínes o Alias el mexicano. Lo malo no es la violencia en sí, que por naturaleza hace parte del mundo, sino dedicarnos a este tipo de banalización sin ser eso que las advertencias de los programas televisivos tanto piden: un adulto responsable. Y es que, para esto, se requiere por lo menos de una buena educación. Aquí está el meollo del asunto, en la posibilidad de alimentarnos y discernir lo real de lo irreal, lo practicable de lo condenable. No sólo en televisión, sino también con nuestros padres y amigos, en los colegios y los libros. Y por supuesto con el entorno. Tenemos que dejar a un lado la promoción de la intolerancia en las plazas de toros, la industria alimenticia y farmacéutica. Con suerte y entrando en el debate, nuestro siglo XXI verá la desaparición de los machistas, las grescas en los deportes, los políticos enfurecidos (“le voy a dar en la cara…”) y los académicos agarrándose a golpes (García Márquez y Vargas Llosa en el 76). 

Pero me voy perdiendo. Decía que el crecimiento económico se refiere al aumento del PIB de una región, pero también que vivimos en un continente en el que predominan la iniquidad y la desigualdad. El País establece que de los 15 países más desiguales del mundo, 10 están en América Latina. Pese a los esfuerzos por reducir la brecha entre ricos y pobres, es evidente que los unos cada vez son más ricos, y los otros cada vez más pobres. 

A veces, con trampas estadísticas, quieren hacernos creer lo contrario. En Colombia, entre 2010 y 2011, la pobreza sufrió una reducción del 7%. ¿Cómo se obró semejante milagro? En una jugada digna de Harry Houdini, el DANE y la Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad (Mesep) cambiaron la metodología para medir la pobreza. Hoy, para que a un colombiano se le considere pobre tiene que recibir menos de $197.400 pesos al mes, es decir, 101 USD. Como resultado, del 44% de pobres que había en 2010 (sin contar los que viven en la pobreza extrema); en el 2011 pasamos a un 37%. “Súbitamente 3’200.000 colombianos dejaron de ser pobres”, dice Santiago Buendía

¿Cuál, entonces, es la relación entre la violencia y el crecimiento económico? Resulta compleja, pero aventuremos una hipótesis. Es cierto que las economías latinas han crecido durante los últimos años, sin embargo, también lo ha hecho la concentración de riqueza. Y en Colombia, dice la Agencia de Noticias de la Universidad Nacional: “a mayor violencia, mayor concentración de tierra”. La relación también parece funcionar en sentido inverso. Por eso, si nos dicen que creció la economía colombiana, tenemos que pensar, no en que la población disfruta de mayores beneficios, sino que un puñado de millonarios lo son más que ayer. El crecimiento económico no asegura el bienestar de las personas, menos en un país que se cataloga segundo en desigualdad de América, sólo superado por Haití. Entre menos igualdad y acceso a la educación de calidad, mayor violencia habrá porque el hambre no tiene decencia y no es educado.

*Francisc Lozano (1988): administrador de empresas de la Universidad Nacional de Colombia