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domingo, 10 de noviembre de 2013

La buena televisión

Por: David Quiceno
La buena televisión, Todas las sombras

Decía que el cine y la televisión, al igual que algunos ritmos musicales, reciben una oposición insensata e intolerante. Porque aunque se entiende que ‘Gatita dame calor’ no atraiga al mismo público que Bach, ambas son elementos de expresión y no de educación. Resulta injusto reclamarles profundidad, porque no son filosofía, o acusarlas de transmitir un mensaje que no nos identifica, si otros lo hacen. En los escasos minutos que dura una canción a lo mejor que un artista puede aspirar está entre una sonrisa y una lágrima, ambas pasajeras. Algunos se erizan con la tristeza de los adagios de Albinoni y a otros les sucede con la salsa de Marc Anthony. Todo depende de patrones culturales específicos que provienen de nuestra educación sentimental. Pero a diferencia de la música, la televisión, que corre veinticuatro horas al día, siete días a la semana, es un medio que puede permitirse la extensión necesaria para desarrollar ideas complejas. No todos lo hacen, y hasta cierto punto está bien. En un mundo tan lleno de angustias y misterios, de frustraciones e injusticias como el nuestro a veces la frivolidad, la comedia y la payasada se convierten en escapes necesarios. Pero si eso es todo lo que tenemos, la televisión habría perdido su capacidad de transmisión y, en consecuencia, su carácter artístico. Si un instrumento tan imponente como este sólo nos entrega novelones esquemáticos y programas de concursos, si nos muestra el espectro que va del ‘Factor X’ a ‘María la del barrio’ entonces en vez de ayudarnos a pensar nos está bloqueando. El abuso del entretenimiento, al igual que el del sexo, las drogas o el alcohol, nos hace vulnerables a la manipulación. La excusa de quienes dirigen las cadenas es que se le da a la gente lo que quiere, lo que pide, lo que eleva más el rating. Pero la obligación de los artistas y los directores de medios está también en retratar los claroscuros, la dualidad moral sin la cual es imposible la realidad. A veces lo fácil, pero cuando se precisa lo que no lo es. Me veo tentado a seguir por esta vía, dedicarme a hablar de las tantas cosas tontas que nos meten por los ojos. Si nos guiamos por RCN y Caracol, por TeleAzteca y VeneVisión o por Disney y Fox nada de esto existe. Si nuestras guías son quienes producen basura, la suerte está echada, el fracaso es rotundo y la intención de alienar que tiene la TV supera por mucho la de reflexión. Con este artículo pretendo algo menos pesimista. Lo que busco aquí es defender, al igual que con la música en la entrada anterior, que la estupidez no es propia del medio (no es todo el reggaetón, ni toda la TV), sino específica en cada mensaje (son algunos programas, así sean muchos programas).
            No pienso quedarme en el facilismo de la cultura y las investigaciones: Discovery, History, Señal Colombia. Su labor, sin duda encomiable, ofrece un producto tan diferente a quienes lideran la carrera por el rating que dificulta la comparación. Por otro lado su credibilidad está cada vez más manchada, en el caso local, por documentales falaces (cuyos datos, de todas maneras, nadie verifica ni condena), y en el internacional por elementos sensacionalistas (infinitos programas sobre ovnis o realities de médiums). Quiero discutir buen entretenimiento, con tesis, con significado. En definitiva: buena televisión dramática, que la hay. Para empezar quisiera ofrecer al lector un par de indicadores que tal vez desconozca. Por un lado, el ranking de las 100 series mejor escritas, elaborado por la Asociación Americana de Guionistas. Por otro el listado que se va creando a partir de la votación entre los mismos televidentes en el Internet Movie DataBase (IMDb highest rated TV Series).
            ¿Qué hacen allí, tan adelante, bufonadas como 'Arrested Development' o '30 Rock'? No sé, imagino que algo similar a lo que le da mil ochocientos millones de visitas al 'Gangnam Style', del rapero Psy. Pero sí sé de otros que se han ganado su lugar con un guión sorprendente, una producción limpia y unas actuaciones destacadas, como 'Dexter' o 'Sopranos'. No pretendo, ni mucho menos, haber pasado por todos los elementos de la lista, pero sí le he metido el diente a un buen número de ellos. Reconozco que se trata en su mayoría de series norteamericanas, pero lo más seguro es que esto extrañe a pocos. Si hay una industria sobre la que Estados Unidos posea una ventaja descomunal con respecto a sus competidores es la de las artes audiovisuales. En contraposición el modelo con el que se hace televisión en Latinoamérica impide, casi adrede, las buenas historias. No por la tecnología de las cámaras y los efectos especiales; que se entiende proliferan en las potencias económicas; sino por lo que se busca con el producto: presentar cinco o seis nuevos capítulos de lunes a sábado después del noticiero de las siete, sin interrupciones entre temporadas, salvo los quince días de sagrado descanso en la navidad. ¿A qué genio torrencial se le pueden encargar guiones con contenido, con reflexiones, para entregar, uno tras otro, todos los días a las cuatro de la tarde durante dos o tres años? Es la prisa, el afán de producir y no la falta de creatividad, lo que nos deja a nosotros con 'Padres e Hijos' y a ellos con 'Boardwalk Empire', lo que permite que allá el arte todavía tenga un propósito social y aquí nos presente como caricaturas, como puro entretenimiento. Porque las empresas que se dedican a esto, con seriedad, con estructura, nos traen doce capítulos al año, que se pulen hasta el minuto antes de salir al aire. Las buenas historias, pues, no es que tengan que provenir de Estados Unidos, pero de allá salen, porque allá están las condiciones para hacerlas. Y hay una en especial, por encima de la aclamada 'Breaking Bad' o de la minuciosa 'Mad Men', de la favorita del presidente Obama, 'Homeland', y de la fantástica 'Game of Thrones'; una serie que nos pinta un universo tan rico, tan interesante, tan lleno de sorpresas en cada recoveco que me atrevo a señalar está por encima de casi toda la literatura narrativa que ha visto la luz en este siglo. Porque, digámoslo de paso, la crítica intolerante a la televisión suele coincidir con la defensa ciega a la literatura. El mensaje, repito, no depende del medio, no es verdad que un libro siempre será mejor que una película. No todo lo escrito es interesante ni todo lo representado vacuo. Al contrario, de libros malísimos pueden salir filmes excelentes y, de libros excelentes, filmes pésimos. Hay una serie, digo, que por su trama intrincada, por la relevancia de su denuncia y por la variedad y complejidad de sus personajes merece elogios por encima de las demás. Pero se me va acabando el espacio de esta entrada, así que prometo dedicarle la próxima