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lunes, 9 de diciembre de 2013

Mandela: reflexiones sobre la derecha, el diálogo y la paz

Por: Fernando Libreros

Todas las sombras, Mandela: reflexiones sobre la derecha, el diálogo y la paz

Todavía no ha sido enterrado Mandela y la derecha inglesa, por lo que se refiere a su línea dura, ha dejado claro que sigue apegada a la concepción Thatcheriana de que Mandela y el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) eran terroristas. Unos cuantos arrepentidos, por lo menos en apariencia, no son suficientes para cambiar la orientación partidista reaccionaria y dinosáurica de los Tories. Lord Tebbit dijo que Mandela “era el líder de un movimiento político que había comenzado a recurrir al terrorismo”, mientras que Terry Dickens lo comparó con terroristas de Al-Qaeda y no le pareció mala posibilidad que lo hubieran ejecutado. ¿Tiene algún fundamento este odio, aunque el mundo democrático no lo justifique, como lo demuestra el Premio Nobel de paz, y el de su colaborador Desmond Tutu, más la aceptación política del Congreso, más todas las muestras de cariño que vemos hoy por todos lados, despidiéndolo como un héroe?
En un buen artículo de Patricia Lee que publica el diario El País, llamado Las Dos Caras de Mandela, se dice que “el fallecido líder sudafricano, famoso por su resistencia no violenta, en un momento apoyó la resistencia armada como forma de lucha contra el Apartheid”. Según precisa Lee, “en sus comienzos Mandela fue el representante del ala más radical del Congreso Nacional Africano”. No obstante, Mandela será más recordado por la metamorfosis que describe el escritor sudafricano Zakes Mda, en palabras que cita Lee: “salió de la cárcel hablando de compasión e inclusión, me sorprendió su tono de tolerancia y reconciliación, habiéndolo conocido en los años 50, cuando era un revolucionario que respiraba fuego, muy alejado del benévolo hombre de Estado en que se convirtió”. Como en la obra de Shakespeare, está bien lo que bien termina y el que Mandela haya conseguido pacíficamente su objetivo de lograr la igualdad legal de negros y blancos (aunque la discriminación e injusticia continúen en niveles compatibles con los de las democracias promedio) de alguna manera ha justificado ante los ojos del mundo que en alguna ocasión haya pensado en recurrir a medios no pacíficos, lo cual fue la base legal para su ingreso a prisión. Pero eso es lo que no perdona la derecha de Inglaterra, para la que el muerto que hoy el mundo llora es un simple terrorista, con Premio Nobel de la Paz y todos los adornos que uno pueda pensar. La derecha inglesa, a juzgar por sus propias palabras, lo habría colgado con más gusto y con más razones que aquellas por las que colgaron a Sir Roger Casement, el héroe que denunció los genocidios de El Congo y de las caucherías de Arana en el Amazonas.
Ya que Desmond Tutu decía que el ejemplo de Mandela puede servir para Colombia, podría uno preguntarse hasta qué punto la derecha colombiana es más razonable con los opositores que la inglesa, que fue incapaz de perdonar a un hombre que Tutu describe, no como santo, pero sí como santificado por su capacidad de inspirar a otros en los más altos valores del espíritu. Por lo pronto sabemos que por tradición la derecha colombiana (el centro parece no existir, excepto por la cúpula de los intelectuales y uno que otro político) no acaba de perdonar a quienes como Petro y Navarro Wolf dejaron las armas y lograron conquistar escaños en el Congreso y puestos en la administración; sueña tras bambalinas con una marcha hacia atrás de la historia y con resucitar el genocidio de la Unión Patriótica, y lucubra con hacer listas negras en las que figurarían no solo los izquierdistas sino demócratas que de alguna manera –por valentía o terquedad- sean opositores invulnerables a las amenazas de la ultraderecha. Si Mandela y la izquierda colombiana, mutatis mutandi, comparten el pecado original de haber avalado la vía armada, ¿será que hubiera sido mejor jamás pensar en levantar una sola mano contra la santa burguesía y el sacrosanto Estado, a pesar de la injusta situación denunciada por Gaitán en los albores de la Violencia? De esa manera, quizá, la izquierda colombiana no sería tan odiada por la derecha y Mandela, por su lado, hubiera tenido el apoyo de la derecha inglesa, que consideró posible haber evitado ese inútil alboroto de “yo-viví-27-años-en-prisión” que se asocia a su lucha por la liberación del régimen del Apartheid. La respuesta la da la misma historia de Mandela y de Sudáfrica.
Hablar mucho y pedir derechos no sirve de gran cosa cuando los autocomplacientes dueños del mundo quieren ser sordos, pues se sienten muy seguros de su poder y su capacidad de compasión la aplican solo a sus mascotas. Sobre el Congreso Nacional Africano dice Lee: “fundado en 1918 por negros intelectuales y de clase media, peleaba por la igualdad racial, pero se limitaba a mandar cartas y peticiones respetuosas que no lograban ningún resultado”. Por el contrario, la segregación se incrementa en 1948, cuando llega al poder el Partido Nacional blanco y comienza a instrumentar el régimen de Apartheid. En reacción, aparece en 1951 la Rama Juvenil del CNA, presidida por Mandela, con un programa de resistencia pasiva inspirado en la Satyagraha de Mahatma Gandhi. Desde entonces, 1952, Mandela es catalogado como comunista, es llevado a juicio y se le impone sentencia (que fue suspendida). Para 1961 Mandela y sus seguidores fundan una organización armada llamada Umkhonto we Sizwe (La Espada de la Nación) por la que debe escapar del país. Las razones de semejante salto no dejan de tener resonancias anti-establecimiento que son comunes a la gran mayoría de los movimientos guerrilleros de América latina, por entonces bajo influencia de la Revolución Cubana: “cincuenta años de no violencia no han traído al pueblo africano nada más que mayor represión y menores derechos” decían Mandela y asociados. Y precisaban: “como la violencia en este país es inevitable, no sería realista que los dirigentes africanos continuaran predicando la paz y la no violencia cuando el gobierno responde a nuestras demandas pacíficas con la fuerza”. Todavía en 1985, dice Lee, cuando le ofrecieron a Mandela salir de prisión, éste insiste en que había apoyado la lucha armada “sólo cuando las demás formas de resistencia se cerraron”. Visto todo el proceso en perspectiva, un observador desprejuiciado no puede postular que en Sudáfrica y en Colombia, ahora y siempre, lo correcto es dejarse manipular indefinidamente por el Estado, sino que aquí y allá el Estado debe prestar atención a las demandas justas para que la gente no tenga que llegar a la lucha armada. Mejor prevenir que curar. Después de todo, como decía Ho Chi Minh, la violencia no es más que la razón exasperada.
En el caso colombiano, ya que el pecado de la violencia ha sido cometido (y no sin complicidad del Estado), lo mejor no es imaginar que nunca debió de haber sucedido y cultivar una sed inextinguible de venganza sino pensar de qué manera podemos evitar que se siga presentando hacia el futuro, creando un país más justo y con mayores opciones de participación política y de resolución de los problemas sociales que a todos atañen. De otra manera, tendría uno que pensar que si bien es cierto que la izquierda es parcialmente culpable de haber transitado tanto tiempo por el camino de la violencia, es propiamente la derecha la que hace imposible terminarla por poner demasiadas condiciones a una paz que ella misma quebrantó, más que con balas, convirtiendo al pueblo en un ejército de ignorantes, hambrientos y enfermos, muchos sin nada más que sus harapos para sobrevivir la noche, que parece nunca alcanzar el día. Y ahora le quiere echar la culpa al presidente que más ha hecho por cerrar la sangrienta brecha que separa a los que nada tienen de los que tienen casi todo. ¡Qué belleza de compatriotas!