Por: David Quiceno
Una
pausa, por favor, antes de declarar otra marea (¿de qué color esta vez?). No sé
cómo hace la gente para no cansarse, para mantener esos niveles de entusiasmo,
inagotables, por una figura que no aporta una sola prueba de ser lo que dice. ¿Mockus
no es un político tradicional? Pero si demuestra más ansias de poder que Serpa
o Santofimio en su momento, a tal punto que en este país parece que no podemos
pasar unas elecciones sin ver su nombre. Todos los cargos los ha pretendido: tres
veces la alcaldía de Bogotá, dos el senado, varias la dirección de partidos,
tres más la presidencia de la república y una la vice-presidencia. Eso, pues,
que se sepa. Lo vimos candidato a la alcaldía en las elecciones que perdió ante
Gustavo Petro, y a la presidencia en los últimos comicios, que perdió ante Juan
Manuel Santos, y en los anteriores a esos, que perdió ante Álvaro Uribe. Antes la
había buscado en el 98’, con una candidatura de la que sólo se recuerda el vaso
de agua que le tiró en la cara a Horacio Serpa, para terminar figurando en la
lista del Partido Conservador, detrás de Noemí Sanín, también derrotada. Al
Congreso ya se había lanzado en 2007, sin obtener curul. Desde su última
victoria en política han pasado más de diez años, recuperando la alcaldía que
abandonó intempestivamente para recorrer el país seguido por doce hombres
disfrazados de apóstol, en una demagógica campaña de la que no resultó un solo
electo.
Eso es
lo de Mockus: lo intempestivo con apariencia de pedagogía. Se levanta de las
entrevistas, se viste de zanahoria, se pinta de colores la barba. Todos lo
recuerdan bajándose los pantalones ante un auditorio, repartiendo chalecos
antibalas de corazón, improvisando rap o contrayendo
nupcias montado en un elefante. ¿Lo recuerda, alguien, en un ejercicio de
verdad intelectual? ¿Mil horas de trabajo voluntario como solución al conflicto armado de Colombia? Ostenta una maestría, y poco más hay para decir. ¿Cuál es
su propuesta para los temas serios? Nada. No habla de cómo reformar la salud,
ni la justicia, ni el agro. En comercio internacional no se pronuncia (aunque
por su gestión se intuye que es neoliberal). Para la
educación, en la que se supone experto, no trae más que pancartas, ¿lo ha visto
alguien -ahora que en esas andan los estudiantes- enarbolando la reforma a la
educación?
La paz.
Con eso pretende ser elegido esta vez, pero sin propuestas. Le pregunta María
Jimena en la entrevista qué proyectos de ley piensa presentar. Responde que su “objetivo
es que no sean leyes inocuas ni saludos a la bandera”. Lo dicho: nada. Se le dan los
moralismos, los temas simples, la repetición incesante de consignas propias de
una misa de domingo: “la vida es sagrada”,
“los recursos son sagrados”, te
invito a construir, a ser proactivo, a no destruir. Pero detrás está el vacío,
enmascarado de autoridad por la corbata y el tono pausado, y por la historia de
haber sido rector de una universidad de la que fue expulsado por mostrar, literalmente,
el culo.
Así las
cosas, Mockus da la impresión de ser todo menos lo que en realidad es: un
payaso. No tiene necesidad, porque los payasos también pueden salir electos. En
Brasil lo demostró el comediante Tiririca, cuyo lema de campaña podrían adoptar,
sin miedo, los fanáticos de Antanas: “vote
por mí, porque peor de lo que está no se pone” o “yo no sé qué voy a hacer en ese cargo, pero cuando llegue allá le
cuento”. En esto radica la esencia de su voto: en que todo lo demás sea
peor y no, como viene haciendo hace veinte años, en abaratar la imagen del
académico a la pedagogía del jardín infantil.
María
Jimena Duzán termina la entrevista para SEMANA preguntando al cómico, al
desopilante, al hilarante, al ubicuo, al eterno pero nunca aburrido candidato
Mockus cómo piensa lanzar esta campaña, si tal vez saltando de un segundo piso,
como hizo en su primera vez. Buscando el titular, Antanas contesta: “invitaría
a la gente a que hiciera el amor por Skype (…). Espero que la propuesta se
entienda y no la consideren una perversión”.
Una
perversión no, doctor Antanas: una bobada