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martes, 17 de diciembre de 2013

Confusiones ideológicas

Por: Fernando Libreros

Ideologías Colombia, Todas las sombras
 
José Obdulio Gaviria publica los comentarios de Laura Villa sobre la no muy precisa entrevista de María Jimena Duzán y hay dos cosas que me llaman la atención. La primera es la confusión que existe sobre lo que es izquierda, que José Obdulio exhibe cuando dice que “el proceso de paz consiste en una arremetida política del socialismo del siglo XXI, que es contrario al sistema de libre empresa”. En mi humilde opinión de hombre de izquierda nacido entre la revolución china y la cubana, ese socialismo, esa izquierda, es del siglo XX, cuando la pujanza de China y Rusia parecían la prueba de que el Capitalismo había fracasado. De hecho, con mayor precisión, es socialismo del siglo XIX cuando en el Manifiesto Comunista Marx postulaba (todavía sin pruebas en contra) que la abolición de la propiedad privada era condición sine qua non para lograr el paraíso en la tierra y axioma fundamental que identificaba a los verdaderos comunistas, que aparecieron después de una larga evolución social. Estamos en el siglo XXI y sabemos que Inglaterra, en contra de la profecía marxiana, no se volvió un país socialista (decía Marx que sería el primero del grupo rojo por su desarrollo industrial), no desapareció la clase media a pesar de la reciente semi-proletarización en países pobremente gobernados, y China y Rusia van arrastrando sus estructuras hacia el capitalismo aunque sin adoptar lo que, dentro de nuestras imperfectas democracias, llamamos libertad. Creo que en el siglo XXI, quien se considere de izquierda, debe entender que el socialismo fracasó como sistema de imposición violenta y que los intereses del pueblo se pueden defender sin acabar hasta con el nido de la perra, cuyo cojín es justamente el régimen de propiedad privada. En este sentido he señalado la importancia de aclarar en La Habana a cuál siglo pertenece la ideología de los negociadores, pues un régimen de propiedad privada no puede, en principio, negociar con quienes lo quieren destruir de raíz. Estoy a favor del Proceso de Paz, pero debemos fijar posiciones pues, como dicen los mejicanos, lo que se ha de acabar mañana, mejor que se acabe de una vez.
La segunda cosa que me llama la atención es el descuido (especialmente del gobierno), al no precisar que las armas deben ser entregadas. Maquiavelo decía en uno de sus discursos que la historia y la política son siempre idénticas y los hombres las repiten al ignorar su uniformidad. Esto no nos libera de la necesaria exégesis para determinar hasta qué punto una historia repite otra y hasta dónde muestra elementos diferentes que deben ser tomados en cuenta o dejados de lado, dependiendo del punto escogido. La ciencia política, en su mayor nivel de abstracción, prescinde de los “ismos” y estudia las relaciones de poder entre diferentes grupos, clases o países en conflicto, para encontrar el común denominador que nos oriente hacia una solución que garantice un equilibrio lo más duradero posible.
Sobre la importancia del desarme en un proceso de paz hay muchos antecedentes, uno por cada conflicto que ha existido sobre la faz de la tierra, pero quisiera referir un caso que muestra claramente las consecuencias de dejar las armas sin entregarlas. Para entender su aplicación, hay que cambiar 'ejércitos' por 'frentes' y asumir que, en sentido estricto, quienes negocian no son vencedores ni vencidos, como lo prueba la evolución de los hechos. No entregar las armas implica una potencial reanudación del conflicto ante el menor desencuentro o incluso por el capricho de cualquier jefe que sienta que él no está hecho para la paz o que el gobierno cumple muy lentamente. En el libro ‘Líderes’ de Richard M. Nixon, al hablar de Zhou Enlai y Mao Tse Tung, se refiere al momento en que Chiang Kai Chek, gracias a sus ejércitos, fue proclamado jefe de la China unificada. Cuenta Nixon, un observador de primera fila, gestor de la separación entre China y Rusia: “la unificación (de China), sin embargo, era más verbal que real. Chiang dominó a sus rivales pero no les aplastó. Dejó que sus enemigos utilizaran esa antigua estrategia china que consiste en ceder ante una fuerza superior y salvar las apariencias aliándose al vencedor. Maquiavelo le hubiera dicho en tono admonitorio que al permitir que los jefes militares independientes conservaran sus puestos de dominio y el mando de sus ejércitos, jamás podría estar seguro de sus conquistas, porque hay ciertas lealtades que solo se basan en la dependencia”. Y agrega: “Chiang jamás logró obtener un control completo de toda China. Sus fuerzas tenían que dedicarse a preservar la unidad nacional. Si necesitaba enviar refuerzos a una parte del país, el jefe militar de otra parte le amenazaba con independizarse. En consecuencia Chiang se vio forzado repetidas veces a luchar contra diversos desafíos. No llegó a poder desmovilizar su ejército ni pudo dedicar la necesaria atención y los recursos imprescindibles a la modernización y reforma económica. Y lo que es peor, nunca pudo desplegar contra los comunistas toda la fuerza de su ejército. Su estrategia, por decirlo en pocas palabras, salvó las apariencias pero perdió China”.
Que no se pierda Colombia porque el gobierno y José Obdulio no distinguen entre la izquierda del siglo XIX y la del XXI; o porque la intelectualidad de éste país no comprenda que la ciencia política no tiene color predilecto. Sin importar si se negocia con paramilitares, guerrilleros, fundamentalistas religiosos o militares sublevados, hay que garantizar la entrega de la mayor cantidad de armas posible, como muestra de buena fe.