Por Francisc Lozano*
Santos y Vargas Lleras. Fuente: i.ytimg.com
Germán Vargas Lleras es un delfín. Sí, él, Pacho Santos, Juan Manuel Santos, Andrés Pastrana, Simón Gaviria, Juan Manuel Galán, Juan Carlos Galán, y centenares de otros políticos colombianos son delfines. Si alguien no sabe qué quiere decir delfín, en el contexto político colombiano, yo se lo explico: un delfín es una persona que hereda, SÍ, HEREDA, una dignidad política por el sólo hecho de estar relacionado sanguíneamente con otro político de antaño. No son necesarios los méritos propios, sólo se requiere pertenecer a la familia de alguien que ya haya ocupado un cargo político previamente para asegurarse de participar de la política nacional. Así es Colombia.
En el caso de
Vargas Lleras, el ‘delfinazgo’ le llegó por ser el nieto de Carlos Lleras
Restrepo, presidente del país entre 1966 y 1970. No digo que Germán no haya hecho méritos para
llegar hasta donde ha llegado, no, pero estoy seguro de que todo se le hizo
mucho más sencillo cuando la gente oyó su apellido. Aunque parezca una tontería
y una insensatez, en Colombia parecemos tener una suerte de monarquía que es, por antonomasia, todo lo contrario a la democracia que supuestamente tenemos. Aquí
quien sea hijo, sobrino, hermano, nieto y hasta, ahijado de algún político,
tendrá mayores posibilidades de vivir del Estado que cualquier otro colombiano
sin esas conexiones familiares.
En el 2002, Vargas
sufrió un ataque terrorista, con un libro-bomba, del que fueron responsabilizadas Las Farc.
El ataque significó, entre otras cosas, la pérdida de tres dedos de su mano izquierda.
Por esa razón, y tal vez otras, era de esperarse que él se opusiera al acuerdo
que el Gobierno Nacional logró con esa guerrilla, aunque haya dicho lo
contrario en este diálogo con la Revista Semana. Yo entiendo que a él no le
gusten el acuerdo y/o los beneficios que en él se plasman para Las Farc. El
problema es que alguien que es vicepresidente no puede ir en contravía de su
jefe directo, o al menos no debe expresarlo de manera pública, porque eso da
una impresión de separación y desarticulación entre los dos personajes más
importantes en la Presidencia de la República. Y esto representa un problema
aún mayor, gracias a las modificaciones que desde la llegada de Vargas ha tenido
el cargo de vicepresidente: Santos, de quien se dice es un gran jugador de
póker, necesitaba asegurar su reelección en el 2014, y en una jugada maestra,
se trajo a Vargas para asegurarse los votos de algunos liberales, de algunos
uribistas, de algunos peñalosistas, de algunos galanistas y de algunos votantes
de muchos otros sectores que ven, o veían, en Vargas Lleras a un digno
representante de sus idearios políticos y económicos.
Pero la jugada se
le salió de las manos a Santos. Ahora, y desde que inició el diálogo con Las
Farc, Vargas ha sido una piedra en el zapato. Y no digo que el vicepresidente
sea el único que tenga reparos al acuerdo, sino que es el único, al menos en
las altas esferas del ejecutivo, que ha expresado su incredulidad ante el proceso
de diálogo. Esa misma incredulidad que tenemos casi todos los colombianos, pero
que viniendo del vicepresidente ha erosionando el acuerdo, y ha contribuido a
la derrota del mismo en el plebiscito. Vargas Lleras jugó a mantener los votos del
Sí y los del No, los votos de Santos y los votos de Uribe, los votos de
Peñalosa y los de Petro. Al no definirse hacia un lado o hacia otro, al no
apoyar decididamente las negociaciones y el Acuerdo de La Habana, Vargas
intenta asegurarse la Presidencia en el 2018, y a esto ha contribuido Santos
con la creación de esa súper vicepresidencia que desde el 2014, él y Germán
Vargas decidieron armar.
Ahora bien, en una acción
sin precedentes, Germán Vargas no sólo ha decidido oponerse al acuerdo con Las
Farc, y pescar en río revuelto, como lo hizo públicamente pocos días después
de los resultados del 2 de octubre mostrando sus inconformidades con el acuerdo,
sino que ahora llama a la movilización ciudadana en contra de su propia
administración. Ayer, jueves 27 de octubre, el vicepresidente estaba entregando
viviendas de interés social (este tipo de vivienda y la construcción de vías
han sido sus caballitos de batalla para llegar a la Presidencia en las próximas
elecciones), e hizo una llamada a la gente a movilizarse en contra de la
reforma tributaria que ha sido radicada en el Congreso recientemente porque, dice él que, y probablemente sea cierto, “este nuevo gravamen conduciría a hacer
mucho menos atractiva la construcción de vivienda de interés social”; y agregó:
“Todos los colombianos que se han beneficiado de este programa salgan [sic] a
decirle al Congreso de la República que le ponga más atención a las normas que
van a acabar con la política de vivienda de interés social”. Y no es que yo esté de acuerdo con la reforma
tributaria, estoy en contra de la misma. El asunto es que él no
puede salir a oponerse a su jefe directo de manera pública sin haberlo
discutido previamente con él y con el ministro de hacienda.
Muchos que apoyen al
hoy vicepresidente dirán que no tengo pruebas o que formulo calumnias, pero las
pruebas de su actuar son visibles para todo el país y la opinión pública, y es
por esas actuaciones y las razones que mencioné previamente, que considero que
Vargas Lleras no sólo es un delfín, sino que además es un oportunista.